martes, 14 de agosto de 2012

Un día de vacaciones cualquiera

Aún no son ni las tres de la mañana, me he despertado y el insomnio se ha apoderado de mi, como muchas otras veces. Y siempre pasa que mi mente va de un pensamiento a otro, de un pendiente a otro. No dejo de pensar en toda una cronología para el resto del día cuando me despierte, en los temas del nuevo semestre, en que debo aprovechar la mayor parte del día para ir preparando mis clases y hacer la planeación académica de todo el curso. Debo dejar mis otras labores pendientes, para enfocarme a ello. Viene a mi mente de pronto, la lista de útiles escolares de los niños que aún falta comprar, sus zapatos y uniformes. Debo ir al banco. Empieza un ligero dolor de cabeza, decido poner mi mente en blanco y tratar de dormir, después de dos horas de divagar.

Son las nueve de la mañana, me han despertado los niños, con el grito de "tengo hambre". Me levanto, lavo mi cara y no puedo salir de la habitación sin recoger un par de tenis por ahí olvidados y acomodarlos en su lugar. Mientras bajo a la cocina a preparar el desayuno, llevo bajo el brazo un cesto de ropa sucia. Paro hasta el cuarto de lavado, donde programo la lavadora. 

Mientras preparo tres platillos diferentes, (porque por costumbre de mi suegro: al niño con tal de que coma, hay que prepararle lo que se le antoje, así que esto parece a la hora de comer, servicio a la carta); reviso el correo teléfono en mano. Desayunamos, aún en pijamas y entre risas, esa es la parte que hace que valga la pena todo lo demás.

Al final me quedo sola en la mesa terminando mi café, mientras espero que termine la lavadora para poner la ropa al sol. Entre tanto leo algunos twits y se me va el tiempo. Termino de sacar la ropa de la lavadora, lavo los platos, cosa que nadie más hará en esta casa. Después de limpiar la cocina y acomodar un par de cosas en la sala, subo a mi habitación dispuesta a encender la computadora y empezar con la gran tarea de preparar mis clases, planear el curso y vaya sorpresa: es ya la una de la tarde, lo que significa que ya es hora de ir pensado en la preparación de la comida. Me da rabia porque se me fue toda la mañana y no avancé nada. Me doy un baño y me quedo un momento viendo televisión, evadiendo un poco pensar en la comida. Porque puedo hacer cualquier actividad doméstica, pero cocinar es algo que detesto, es mi punto débil. Ni hablar no tengo quien lo haga, no hoy. Voy renuente a la cocina, refunfuñando porque prácticamente paso ahí mucho tiempo. Después de idear un platillo que fuese del gusto de todos para solo cocinar una cosa, empecé con esa tediosa tarea.

Terminamos de comer y de nuevo hay que lavar los platos, los sartenes y toda la cocina. Hoy no voy a limpiar, porque debo avanzar en mis clases, pienso que mañana me levantaré mas temprano y lo haré. Debo recoger la ropa que he puesto a secar, doblarla y guardarla en el closet. Dieron las cinco de la tarde y aún sin encender la computadora, todo planeado en mi cabeza, pero aún no está plasmado en un archivo.

Se han terminado los huevos, la leche y un par de cosas mas, así que debo salir al súper o por la mañana estaré batallando a la hora del desayuno. Mientras voy manejando, decido que me quedaré hasta tarde trabajando o no avanzaré nunca y las vacaciones están por terminar. Regreso, lavo y parto en pedazos algunas frutas que pongo en un platón, lo llevo a la habitación de los niños que han terminado de bañarse y nos ponemos a ver una película. Recojo platos, un par de vasos que han dejado por ahí, mientras que voy acomodando cosas que encuentro en mi camino, un par de calcetines, una toalla. 

Han dado las nueve de la noche, ya no tengo ganas de nada, solo mucho sueño, quiero tirarme en mi cama. Total mañana será otro día. Y así empieza el ciclo de nuevo. Insomnio en la madrugada, pensando en las mil tareas pendientes, programándome para hacerlas en el transcurso del día y saliendo improvisos que hacen que nunca termine. Es así como se me va un día de vacaciones cualquiera.


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