Errado hasta nuevo
aviso.
Despierto
y la noche ya estaba en aquel patio mental en el que se aloja todo cadáver
luego del ahora. Mi noche, claro está, no esa que ahora se hace peso sobre los
párpados de aquellos al otro lado de la luz, esos que como pequeñas
piedras frágiles, son llevados por un cauce, por una corriente que
emana desde y tras la frente. No. Hablo de este retazo de sombra que es la
noche entera cuando me arrimo a ella en plena vigilia.
Entonces llega el
peso. Me poso en mí y soy ese punto que se parte; un desierto que se despunta y
naufraga en mi paso.
En medio de ese
silencio luego del despertar, ese que aún es del otro, me levanto, observo cómo
se va desdibujando la silueta encima de la cama entre los fragmentos que la arbitraria
luz dejó por doquier mientras el día se acomoda entre las esquinas. Así pasan
segundos, minutos, días, esta vida y tantas muertes, siempre con la sensación
de que aquella silueta entre sabanas no se desvanece sino que se levanta para
reincorporarse a esta multitud, a esta grieta.
Así este punto de
fuga, este final y su eterno comienzo, lo sucedáneo de un errante
ante lo esporádico, un errado hasta nuevo aviso.
Alexander Gnomo.
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