No supo cómo. El pibe que le guiñó el ojo en el asalto del otro día ese día estaba sacandosé los pantalones y ella le miraba el culo blanco en el espejo de la pieza de atrás. Su mamá estaba de viaje y su papá no estaba en casa. El pibe que se dejaba los bigotitos para parecer más grande tenía la nariz bien fea. Debería tener el bigote más grande para que no se le note lo fea que era. La camisa no estaba mal. Era más blanca que la piel. Era escuálido. Cualquier romanticismo que ella hubiera esperado de aquella tarde había desaparecido ya hacía dos botones.
El tipo la fue a buscar con pose de James Dean, y se tropezó con la cómoda porque se había sacado los lentes y no veía nada. Terminó en el piso con la pata partida por la pata de la cómoda. Ella, incómoda le fue a agarrar la rodilla para ver si le sangraba. Lo incómodo fue darse cuenta de que era lo que había agarrado. Porque estaba medio oscuro. Y no fue sangre lo que salió de la hinchazón y no fue la pata de la cómoda lo que su mano aferraba y no podía largar. No era su nariz tan fea ahora que estaba tirado el pibe, pobre el pibe. Pobre no, fue de dolor que gritaba él. Eso cuenta mamá cuando le preguntas si duele, nena, vas a ver, preguntale.
Luciano Galizia
@lucarrabal
http://arrabalvirtual.blogspot.com
Oiga! que lindo que le salió eso! Aplauso, medalla y beso al huésped que siempre da gusto tener. Un abrazote Lu.
ResponderEliminarOigo. Fue un exabrupto con buena mala suerte. Un final desesperado. Gracias por la buena onda Mariana, che. Y por el espacio, infinito como de página en blanco, pero sin terror.
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