martes, 8 de mayo de 2012

Mujeres

A veces comienzo la tarde como es debido. Una taza de café en la mano, negro, bien negro y sin azúcar, como la tinta sin olvido. Prendo un pucho y pienso en ella y pienso en vos. Pienso en las estrellas.
Pienso en ella, en mi vieja. Que siempre estuvo, que siempre está y que nunca se queja. O se queja poquito, sólo para mantener las apariencias. Mi vieja, que sabe de caricias y de reprimendas. Mi vieja que me sigue guiando en el camino, aunque mi cabellera ya se viste de canas severas. Mi vieja, la docente, la madre, la abuela. La que escribió las primeras letras en la página en blanco de mi primera tarea. Mi vieja, Cristina para sus hijos, Silvia en la escuela. Mi vieja, la mujer, la estrella.
También pienso en vos, mi compañera. La sonrisa de mis mañanas. El salvavidas de mis noches viejas. La música en la resurrección del que había perdido la huella. La playa después del naufragio en las aguas revueltas. En vos Nadia, que sos la poesía en la promesa de una vida que apenas comienza. Pienso en vos, la mujer, la estrella.
Pienso en ustedes dos y pienso en todas las mujeres del planeta. En las madres, en las hijas, en las abuelas. Y en las trabajadoras, en las compañeras, en las que deben callar, en las que gritan con fuerza. En la maestra de cuarto grado, en la profe de física pidiéndome la carpeta. También pienso en la niña que ahora soñamos y que mañana nos espera, en la que también será madre y abuela. Pienso en la luz que regalan y en las sombras que ahuyentan. Pienso en todas ellas y me imagino un cielo. Un cielo repleto de estrellas.


Rubén Ochoa

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