Las dos últimas cosas que dejó antes de marcharse, apiladas en la mesita de luz del hotel de la ruta, fueron un fajo de billetes falsos y tres cigarrillos largos. Nada importante. Nada que no le fuera inútil en otra ocasión. En la pieza dejó el aroma a fruta fresca de su perfume, aquel que le había regalado Patricio. Llovía esa tarde de enero y Mora, casi desnuda, se subió al auto de Patricio y se fue en segunda por la ruta.
Había imaginado una vida perfecta. Dos hijos: una nena y un nene. Ese nene jugaría al futbol con Patricio; sería su calco. Después del trabajo en la oficina, los pasaría a buscar por el jardín e irían a la plaza o a visitar a los abuelos. Tal vez sería Patricio quien pasara con sus hijos las tardes más hermosas o las noches mas alegres. Pero todo eso vendría con el tiempo. Con ese mismo tiempo que devora ilusiones a su paso. Tal vez imaginó otra vida, no lo se. Esa tarde cuando salió despavorida del hotel, mientras lagrimeaba ella y por eso el cielo, se tenía la cara llena de recuerdos futuros.
La ruta la despertó de golpe, los rizos morochos se le pegoteaban contra los pómulos enormes, hinchados. Goteaba y goteaba. La música del motor era el mejor remedio para sentir que las cosas se movían al menos en un sentido. La dirección de la ruta la llevaba rumbo al sur de la provincia. No se fijó si tenía ni nafta ni ropa : Estaba huyendo. Estaba huyendo de él, de ella : de su pasado, de su futuro. Paradójico todo, pues huía hacia un futuro vacía de toda carga. Con un coche, claro, prestado. Toma prestado el pasado para su futuro, las últimas cosas antes de huir : un auto y un cuerpo.
Luciano Arrabal
@Lucarrabal
http://arrabalvirtual.blogspot.com
Me encantó Luciano. La frase final es impecable! Un abrazo y que lindo tenerte por acá.
ResponderEliminarHey, gracias Mariana. No, gracias a ustedes por permitirme colaborar con el proyecto. Seguire intentando colaborar.
ResponderEliminarun beso
Luciano