Ese
que rompió mi fe a trozos, que se dijo hombre, que besó mi cuerpo y que hizo
alarde de saber cuidarlo. Ese, no se llama amor.
Ese de
palabras débiles y volátiles, que llenaba de promesas mis sueños para volverlos
pesadillas. Ese, no se llama amor.
Ese
que mintió su pena de saber mentirme, que se dijo mío, que tapó mi sueño hasta
no dejarle ni siquiera un grito. Ese, no se llama amor.
Ese
que en libertad encadena mi voluntad con caricias. Ese, no se llama amor.
Ese
que inventó mi llanto a letras, que en cada promesa me robaba el alma, y me fue
vaciando hasta dejarme seca. Ese, no se llama amor.
Ese
al que le debo mis insomnios y lo paga con silencios, que enciende mis noches y
las apaga con lágrimas. Ese, no se llama amor.
Ese
que aún me sabe suya, como suyo el tiempo que gastó en dejarme, como suyo el
miedo que dejó al marcharse. Ese, no se llama amor.
Ese
que me dejó con su aroma en el cuerpo, que se marchó con mi piel todavía húmeda
en sus manos. Ese, no se llama amor.
Ese
que me no me acaricia más que la tristeza, que no tuvo savia para hacerse
árbol, y nubló mi risa de mudo rencor. Ese, no se llama amor.
Ese
que me cambió de a poquito, que cambió mi inocencia por malicia, que es
fantasma en la obscuridad de mi alma. Ese, no se llama amor.
Ese
que tu quieres, ese que yo quise. Ese, no se llama amor.
Ese que
sólo sabe decir adiós. Ese, no se llama amor.
Mariana Aran y Ana Rojas
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