Érase un tiempo que no sabía donde vivirse; y se refugió en aquél par de ojos.
Contando los días con distancias diluidas,
y apenas un pedazo de cielo colgado en un puño de letras.
Así pasaba las horas, esperando sobrevivir en aquellos ojos tan llenos de siempre.
Y describía la vida imaginando historias sin final.
Y recordaba, otros tiempos perdidos en quizás algún reloj de arena.
O quizás en una boca que no tenía idea de que el tiempo permanecía escondido. Y se sembraba y germinaba y vivía esperando encontrarse en la mirada que pudiera sacarlo de aquél refugio voluntario.
Un día vio que su refugio crecía y se volvía más grande y con más luz, era la pupila que se abría asombrada. Y parpadeaba y se frotaba intentando sacarse al tiempo que vivía dentro de ellos.
Y es que el tiempo se había sembrado tanto que la mirada se había vestido de gris, la mirada envejecía.
El tiempo apagó ese par de ojos.
Alma E. Palma
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