Esa tarde de lluvia ella caminaba sola y sin prisa por callejones obscuros, sin rumbo fijo; veía a la gente caminar de prisa bajo sus paraguas. Ella, tan cándida y transparente dejaba ver todos sus sentimientos aunque nadie los notaba. Caminando, como quien supiera por donde, ella buscaba su reflejo.
Veía a la gente pasar,
nadie reparaba en ella. Buscaba en las miradas, todas eran ajenas y absortas.
Miró a la acera de enfrente, algo llamó su atención. Fue otra figura, muy
parecida a ella. Un joven de aspecto taciturno, elegante, melancólico, pero con
una sonrisa bien marcada. Fue en esos ojos donde encontró su reflejo. Esa
sonrisa le era familiar pero no lograba ubicar a ese hombre que la miraba. No recordaba
nada.
El hombre, al otro lado del
camino, hacia ella caminaba. Levantó la vista, la miró de frente un tanto
indiferente al mundo y esbozó una sonrisa. Al parecer, ese extraño la conocía. Se
miraron lo que pareció toda una vida. Él la tomó de la mano y al instante un
golpe de recuerdos que parecieron un sueño de otro tiempo la invadió.
La gente seguía pasando. Ellos
suspendidos en un momento, bajo la sombra de un árbol, mientras todos huían de
la lluvia, solos se quedaban. Todo a su alrededor desaparecía. Eran él y ella
tomados de las manos. Recordando lo que fueron, reconociendo lo que siempre
serán.
El tiempo detenido es ahora
testigo de dos que se hacen uno escondidos bajo la lluvia, diciéndose todo y
nada en la eternidad. Sonríen recordando que los últimos en irse siempre han
sido los fantasmas.
Ana y Lex
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