Estuve
aquí parado esperando la nada y el cuervo voló hacia mis hombros anunciando la
liberación de mi ser. ¿Ser libre es
atarse a un ser? pregunté al cuervo que sostenía un ramo de lilas en su pico.
El cuervo me miró desde mi hombro y soltó una lágrima. Bajó el pico, yo subí la
mano y puso las pequeñas flores azules en mi palma. Emprendió el vuelo a no sé
dónde y desapareció entre las nubes desgarradas, formadas por el soplar del
viento.
Emprendí
mi camino, ahí estaba yo ahora pensando en la nada. Las piedras hacían que mis
pies tropezaran con facilidad, el camino que estaba atravesando parecía no
tener fin: un gran sendero de piedras cafés como el mole, el pasto amarillo con
algunas formaciones verdes y por supuesto, alguno que otro árbol que movía sus
ramas sin distinción alguna de que le importase la vida: su vida.
Seguía
mi camino buscando una respuesta. Las lilas azules en mi mano empezaron a
llorar, sus pétalos dejaron un camino que después podría ayudar a regresar de
donde estaba y seguir esperando la nada.
Mis pies estaban adoloridos, mis ojos cansados, mi espalda quejosa y había un
silencio tan grande que mis oídos no podían soportar.
Paré
mi caminar para admirar a unos ruiseñores que cantaban y empezaban el cortejo,
no quise volver a recordar lo vivido, no quise sentir lo que había sentido; sin
embargo los pájaros melancólicos insistieron que yo lo hiciera. Parecería que
todo esto fuese planeado por un sinvergüenza que le gustaba verme sufrir.
El
cuervo volvió tan imponente como de costumbre y esta vez en lugar de lilas
llevaba flores de liquen atoradas en sus patas, alguien las había mandado para
mí. Sonreí, entendí que el cuervo también lo hizo y volví a poner en mi mano el pequeño montón de
flores grises.
Ahora
tenía dos ramos en mis manos: en la izquierda flores de liquen y en la derecha
las pocas lilas azules que no quisieron llorar.
Estuve
caminando por muchas horas, no sé cuantas. Preguntándome cosas, reflexionando
otras y rechazando algunas más. Mi mente ya no soportaba el vacío que ahora
cargaba y que no me dejaba respirar bien.
¿Será que algún día pueda respirar bien? en el camino encontré muchos
animales: un gato escocés (por la forma de su pelaje); un conejo con cuerpo
blanco y patas negras y un zorro trataba de
cazar a un desafortunado ratón quién corría por los montículos de tierra cerca
de las flores amarillas que, refugiaban a una diminuta pero grande mantis
religiosa. Cuando pasé junto a ella, hizo una reverencia, quizá fue por el
reconocimiento a todo lo que te lloré algún día.
El
cuervo seguía en mis hombros. El cuervo pensó que estando conmigo me sentiría
mejor y no pensó mal, porque me sentía cómodo con él, me sentía acompañado, no
sentía soledad.
El
sol se empezaba a ocultar. El racimo de flores de liquen estaba marchito y las
lilas azules solo tenían tallos. Yo llegué a la nada, a la nada de una vida
recorrida, a la nada de ir preguntando y obteniendo pocas respuestas. Podía
sentir la vejes en mis párpados en mis caderas, en mi espalda y en mis manos.
La
noche se asomaba y pedía permiso para que yo me fuera a dormir, así que me
aparté del camino de piedras, con la luz
nocturnal se veían de un azul muy obscuro, me quité los zapatos, enrollé mis
calcetines y sentí la humedad del pasto verde-amarillo entre mis dedos largos y
fríos.
Me
senté y luego me acosté. El cuervo había
dejado mis hombros y regresó a los pocos minutos para llevarme rosas amarillas,
rosas chinas blancas, rosas de Alejandría, hojas de sauce y pocas flores de
amapola. El cuervo inició un ritual sobre mí: colocó sus patas en el pasto y
empezó a caminar en círculos invocando a la muerte; después, puso algunas hojas de sáuce a mi alrededor.
El
cuervo se colocó en mi cabeza y empezó a llorar.
La
noche llegó y con ella llegó el sueño infinito que me llevó lejos del cuervo
que alguna vez me amó.
Emiliano Ruiz
@Emi_Nerd
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