Voy a fingir por un momento que cabalgo la noche,
y me lleva a todos los lugares
donde quise estar a estas horas cuando la ciudad duerme.
Tal vez visite teatros para disfrutar sus murmullos en silencio,
o las plazas con sus vitrinas cerradas y sus maniquís despiertos.
Evitaré los templos para no escuchar sus sermones
y lamentos pintados en las paredes mientras un rezo se escucha al fondo.
Es posible que visite mi casa favorita.
De la que algún día vestiré sus ventanas del sol de mis buenos días.
Platicaré con los árboles y faroles de cada cuadra.
Ellos cuentan mejor que nadie, las historias que la noche apaga.
Posiblemente tope con semáforos enojados
que nadie presta atención cuando se encuentran saludando.
Caminaré con la tranquilidad de un infante explorando.
Desde avenidas y callejones,
hasta parques dormidos con el eco de los niños.
Y cuando pase por cada ventana con una luz encendida,
imaginaré que es una madre intentando arrullar en brazos a su pequeño.
Es posible que me familiarice con los espacios,
que de día por las prisas siempre acabo ignorando.
Abrazaré el asfalto.
Siempre quise tumbarme en medio de una avenida,
mirar el cielo de noche, contando todas sus estrellas.
Y cuando amanezca, me habré marchado.
Mi caballo seguramente se alejará cabalgando.
Yo, en cama dormida,
esperaré que la mañana me reciba con sus buenos días.
Con una taza de café muy cargado, y contigo entre mis brazos.
Silvia Carbonell L.
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