Un día –no recuerdo si fue un buen día, o un mal– descubrí que la mejor forma para utilizar las palabras, para expresar todo lo que tenía por decir, era escribiendo. Un grito puede no ser tan profundo como una carta de despedida, una plática puede no decir todo lo que un poema contendría. Lo que se escribe, se siente, pero también a escribir se aprende.
No basta aprender lo primero que enseñan aquellas profesoras de español, lengua, literatura, o la denominación que el plan de estudios establezca, cuando explican conceptos como la métrica. En esos estudios de géneros literarios, de elementos del enunciado, de poetas y escritores, descubrí en el libro de texto “Te quiero”, sencillo y profundo, pero complejo y completo, con frases suficientes para no decir nada más.
“si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.”
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.”
Después de esa lectura, el siguiente libro que llegó a mis manos fue “El amor, las mujeres y la vida”, con historias de amor, de desamor, de tristeza, de alegría, de exilio y de esperanza en cada página. Ahí descubrí el que hasta ahora es mi poema favorito de este autor, “Ella que pasa”.
“Paso que pasas
rostro que pasabas
qué más quieres
te quiero
te quiero sólo dos
o tres minutos
para conocerte más
no tengo tiempo.”
rostro que pasabas
qué más quieres
te quiero
te quiero sólo dos
o tres minutos
para conocerte más
no tengo tiempo.”
Durante los años se han acumulado casi todas –porque siempre aparece una nueva– las publicaciones con las compilaciones de su obra poética. Además, en el estante principal del librero, cohabitan sus ensayos, novelas y cuentos.
No empecé a escribir por haber leído a Benedetti, desde que tengo memoria, disfrutaba enviando palabras, que jugaban a ser versos, a veces en servilletas, otras tantas en las contraportadas de las libretas, al amor de la infancia –y después juvenil– en turno, pero sí intenté hacerlo mejor.
A escribir se aprende leyendo, a escribir con buena ortografía, leyendo más. Pero lo más importante de todo, es que aprendí que se debe escribir porque se quiere escribir, no porque se quiera ser leído. Llegar a ser leído es meramente una casualidad.
También aprendí que el mejor maestro puede ser plenamente conocido, sólo por sus páginas. Aprendí que nunca dejaré de leer las enseñanzas que inundan sus poemas, una y otra vez. Y aún más importante, aprendí que nunca aprenderé a escribir.
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