Una
playa vacía, la tarde cae azul y roja con furia sobre el horizonte, la arena
juega entre sus dedos, las olas del mar callan al futuro.
Otra
vez quedo dormido, sin recuerdo de ese momento perturbable, en el que ella me
da la espalda, en el cual el horizonte sostiene su futuro, sin lugar para un
sentido opuesto.
El
roce de su mano, el pelo jugando con la brisa, la noche que llega, su sabor a
sal, la oscuridad, sus labios a punto de abrir el universo.
No
puedo alejarme de la culpa, del latir tortuoso de mi piel, la culpa, este
cúmulo de grietas que dan forma a su nombre, y que hacen de esta espera una
sombra que me apresa.
Aquel
beso, su beso. Las olas casi alcanzando nuestros pies, sin tiempo, infinitos,
silencio, dejando hablar a nuestra piel.
Lo
desolado que me siento se refleja en todos los espacios que ocupa mi mirada, es
extraño, los lugares se repiten, la caída es una sensación inconmensurable,
atrayente, hipnótica, uno no descubre que dejó de caer hasta que lo demás se ha
detenido, mantiene la espera de la coyuntura que permita levantar los
escombros.
Susurros,
gemidos, arena y al fondo el amanecer que amenaza con despertarnos, traernos la
realidad como lluvia, constante, fría, triste.
Hallé
rastros de un fantasma, se ha vuelto común encontrar muestras de una ausencia
mientras la melancolía cava y hace más profundo este despertar perpetuo,
incluso hubo un temblor, son comunes en toda excavación, eso quiero creer, por
tanto mantengo seguro el miedo a quedar atrapado.
El
sol hizo que nuestras manos se separaran, ese era el acuerdo, en el puerto ella
tenía quién la esperara. No había tiempo para lágrimas y subimos al barco. La
luz, su luz, era triste intensidad.
Mis
manos están mojadas, la desesperación es una llama, uno se mantiene consciente,
es doloroso, el sudor va inundando cada parte del vacío, un espacio que
descubre lo infinito, una agonía recurrente, la muerte, una quimera, el camino
invisible que nos lleva a pensar en la multiplicidad de las decisiones pasadas,
dejando su forma en un desierto, un espejismo que doblega y corrompe el
desasosiego.
El
barco, sus pasos, la agitada agua que se transforma en sus huellas, huellas que
no sigo. Un adiós sin mirar, su silueta ondeando con el viento, un lejano te
quiero y de repente el silencio, negro, un negro sangre como el agua agitada
tras sus pasos.
Julio Muñoz &
Ronald Dávila
¡Qué coherencia! ¡Qué exquisitez! Ahora ya entiendo porqué
ResponderEliminarse llama "cadáver exquisito". Realmente muy bueno.
Felicidades Julio y Ronald.