El Hombre y El Mosquito
De
repente para de escribir sobre el teclado y se queda quieto, en silencio, sus
ojos bien abiertos miran la pared fijamente, se concentra en lo que escucha no
en lo que ve, más allá de su mirada hay un sonido que acaba de pasar de largo
por su cabeza, cerca de su oreja deteniendo todo su mundo, creando una grieta
en esa habitación.
Se
levanta lentamente sin hacer ruido, la vista sigue el sonido, sonido que
penetra en sus oídos y le corta la respiración. Parado, en medio de la
habitación comienza a ponerse nervioso, le oye pero no le ve hasta que un
imperceptible movimiento es captado por su ojo derecho y dirige la mirada
directamente hacia su presa. El mosquito está ahí con su danza hipnótica e
irregular. Lanza rápidamente las manos y da una palmada. Le ha matado. ¿Si?
Abre las manos y nada, ahí no está el mosquito.
─
¿Le habré matado?
El
silencio se apodera de la habitación, aguanta la respiración y nada, no se
escucha nada, vuelve a su cómoda silla blanca y se sienta sin estar
completamente relajado, sabe que puede haberle matado pero no confía en su
suerte. Sigue escribiendo.
Otro
ruido. ¿Será el mosquito? ¿El mismo? ¿Uno diferente?
Vuelta
a la misma rutina. Silencio, se levanta, observa, él es el cazador, el mosquito
es la presa molesta. Le ha costado mucho
vivir solo, con la paz que añoraba como para ser molestado por tan infame
insecto. A él le gusta la calma, las cosas a su tiempo, el silencio, no le
gustan las mascotas, ni los vecinos, ni la gente, él no tiene que soportar el
asedio que hace ese mosquito sobre su cuerpo. Le es molesto su ruido, su
presencia, ese temor invisible a que de alguna forma se pose en su cuerpo y sin
que se entere invada su espacio y atraviese su piel, esa situación le perturba
y por eso sigue observando con los oídos bien abiertos.
Camina
de un lado a otro de la habitación sin encontrarlo, sin dar con él, comienza a
ponerse nervioso, suda, la respiración comienza a ser acelerada. Es ridículo,
lo sabe, es un simple mosquito, pero no puede evitarlo, así no puede trabajar,
así no puede dormir. Se queda vigilando.
─
¿Dónde estás? Necesito concentrarme.
Mira
de un lado a otro nervioso, sabe que así es prácticamente imposible verlo pero
está desesperado. El techo, las paredes, junto a la lámpara, pero no está en ningún sitio aunque
le sigue oyendo. Las manos le sudan y los ojos se le van a salir de sus
órbitas, tiene que acabar con él aunque le cueste toda la noche.
Se dirige
a la cocina sigilosamente, no quiere que el mosquito se entere de sus
intenciones, camina lento pero directo al armario bajo el fregadero, allí
esconde su arma mortal, el insecticida, lo coge y vuelve con el mismo cuidado hacia
la habitación. Aprieta el botón del insecticida y comienza a llenarlo todo de
una niebla tóxica pero a él le da igual, sigue dentro de la habitación, es un
bunker cerrado a cal y canto, un rincón de exterminio y por eso no se va,
quiere verlo morir o no se creerá que está muerto. Tose, le pican los ojos pero
sigue mirando en todas las direcciones, ya no escucha nada, igual el insecticida
hizo su trabajo. Respira hondo, se encuentra un poco mareado y se vuelve a la
silla de trabajo, igual le da tiempo a escribir un poco más. Se sienta, acerca
el teclado a sus manos y ahí está, posado sobre la letra P, el piensa que le
mira, e incluso se siente provocado, humillado por el mosquito. Coge la
zapatilla y asesta un primer golpe fuerte que hace saltar varias teclas del
teclado, sin embargo el mosquito ha emprendido el vuelo y ha rozado su nariz en
la huida.
Tras
él, comienza a dar zapatillazos al aire, está fuera de sí, no piensa, ni
respira, las lágrimas casi brotan de sus ojos por la impotencia. En su loco
ataque comienza a tirar las cosas sobre las estanterías, de la biblioteca, los
libros caen, la lámpara, fotos, recuerdos, pero él sigue sin flaquear dando
zapatillazos allá donde no hay nada con todas sus fuerzas.
La
habitación parece una escena de guerra, la lucha del hombre y el mosquito, de
repente se para y se siente ridículo, tanto revuelo por tan insignificante
contrincante. Se siente y abatido lo da por perdido. Las lágrimas comienzas a
brotar de sus ojos, no entiende la reacción que ha tenido. Cuando se
tranquiliza acerca de nuevo el teclado a
sus manos y de repente le vuelve a oír, le siente cerca, se queda parado y se
hace prometer que no volverá a ir tras
él, pero el mosquito se posa sobre su rostro, no sabe qué hacer, le puede hasta
ver si baja mucho el ojo. En un acto reflejo y con mucha fuerza dirige su palma
derecha y tras un gran tortazo que le hace sentirse aún más estúpido puede ver
el mosquito caer sobre el escritorio, muerto, vencido.
Extraño
observa ese minúsculo y feo insecto patas arriba sobre su escritorio y le
invade una tremenda sensación de soledad, hasta ese momento fue su compañero,
su única compañía y ahora no sabe qué hacer.
Le deja muerto sobre la madera y comienza a recoger, anhelando en secreto la presencia de otro ser, aunque sea molesto.
Le deja muerto sobre la madera y comienza a recoger, anhelando en secreto la presencia de otro ser, aunque sea molesto.
Julio Muñoz
Asi, tal cual describiste mi locura contra los mosquitos. ¡Buenisimo Julio!
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