La aventura tiene misteriosas maneras de presentarse en la vida.
A veces quien empieza siendo tu amiga, se convierte en algo más. Por
meses coincidimos en aquel mundo virtual, en donde las esencias se
conocen primero que las caras. Mi esencia seductora era imán común para
que las mujeres se me acercaran y me diera el lujo de coquetear con
todas, sin escoger a una sola. Con ella sucedió parecido, empezamos
siendo conocidos virtuales, luego amigos y finalmente el coqueteo empezó
de manera natural. Nunca sabré si se acercó a mí con algún escondido
propósito y su candidez era solo una manera de acercarse sin despertar
sospechas o en verdad no imaginaba que la amistad pudiera brincar a algo
más, el caso es que sucedió. De una interface de mensajes privados,
pasamos a otra más directa y personal, nuestros pensamientos eran más
libres, podían darse el lujo de incendiar las pantallas y humedecer
nuestros cuerpos. Pasamos del MSN al celular, ya no bastaban las
palabras, era necesaria la voz baja, el jadeo en el momento exacto y los
gemidos en el momento final. ¡Oh si! Nos hicimos el amor de todas las
formas virtuales posibles; el trabajo, la escuela o la hora no eran
impedimento, sino condimento. Aún recuerdo su imagen en la pequeña
pantalla, una mano acariciando sus ganas y la otra colgada al teléfono
escuchando mi voz que le pintaba el escenario completo y la llevaba al
éxtasis palabra a palabra. Recuerdo sus quedos gemidos que hacían
circular mi sangre a mil por hora y la amontonaban embravecida en la
misma parte hasta encontrar su desahogo. Fueron meses de mutua
exploración y auto conocimiento. Fueron tiempos que fueron cimentando la
necesidad de llevarlo más lejos. La oportunidad surgió por casualidad o
fue creada por ella, un congreso lejos de casa, varios días fuera de la
rutina y del radar de sus padres. Me invitó a verla en la ciudad donde
sería el congreso, con la esperanza que dijera que si y la traicionera
probabilidad, casi certeza, que dijera: “no puedo”.
Estoy seguro se llevó una gran sorpresa cuando escuchó mi respuesta y
los días se le fueron rapidísimo entre dudando que fuera cierto y
pensando que era una locura y podía enfrentarse con un psicópata. Para
mí fue sencillo tomarme unos días de asueto. Ya decidido solo fue
cuestión de reservar el avión y el hotel días antes y hacer la maleta
una hora antes de partir a mi gran estilo. La adrenalina de la aventura
me recorría, por fin nos veríamos las caras…y quizá algo más. Mi
naturaleza despreocupada siempre me ha sacado adelante de cualquier
situación, me ha ganado la confianza de alguien nuevo y ha facilitado
que todo lo que pase se dé con naturalidad encubierta. Sé que el espacio
es muy importante cuando estás cerca de alguien que no te conoce y que
teme le saltes encima. Así que esa era la estrategia, naturalidad,
espacio y despreocupación. Que sucediera lo que nos tuviera que
suceder.
Ese día memorable, llegué al lobby de su hotel y marqué directo al
cuarto que compartía con otras compañeras de la escuela. Oí su vocecita,
casi quebrada: “suba, aquí lo espero”. Tomé nota mental “hay que
quitarle ese usted”. Subí con pasos lentos y decididos, dándole tiempo a
prepararse para el momento. Toqué la puerta y al abrirse sonreí con mi
mejor sonrisa, diciendo: “ya ves, vine y no soy un psicópata” y sin
darle tiempo le planté un beso en la mejilla. Me invitó a pasar en lo
que terminaba de arreglar unas cosas y empezamos una interminable charla
de días que solo interrumpíamos para hacer otras cosas igual de
interesantes y placenteras.
La primera tarde nos fuimos a recorrer la ciudad, nueva para ambos y
terreno neutral. Caminamos por plazas y calles desconocidas como
nosotros, reconociéndonos en la voz, lo que antes éramos solo en letras
en un monitor. La noche nos fue alcanzando, como cómplice de los avances
de mis labios. Sentados en una banca, platicando distraídamente, mis
labios empezaron a besar su mano, pasando al brazo y aguardando algún
signo sutil de rechazo. La risa coqueta y la mirada saltarina fueron
indirectas de un camino por el momento despejado. Jugueteé en su hombro
con mi aliento, hasta besar el nacimiento de sus mejillas donde se unen
con las orejas y el cuello. Siempre hablando, distrayendo la mente y
sensibilizando el cuerpo. Mi mano sosteniendo firme la suya era el lazo
del que podía jalarla por entero directo a mis labios cuando llegara el
momento; y llegó, así como llega el fresco de la noche, de manera
natural, en silencio, una mirada contra la otra, los labios
increíblemente cerca y nos besamos, por primera vez. Fue un beso tierno,
de bienvenida al sabor de sus labios y al calor de los míos. De varios
besos tiernos surgieron otros ya menos tiernos, un poco más urgentes.
Quisiera decir que nos hicimos el Amor ahí mismo, pero estábamos en un
centro comercial con mucho público y poco espacio, tuvimos que esperar
esos largos minutos de regreso al hotel, de regreso a las ansias
fertilizadas en la distancia para arrancarnos la ropa con manos
febriles, besos intensos y caricias rapaces. Nos olvidamos del “usted” y
nos concentramos en el nosotros.
Su piel era joven y tibia, una invitación a recorrerla con los labios
entreabiertos y las manos al descubierto, explorándolo todo, tanteando
el terreno y conquistándolo gemido a gemido. La besé de los labios al
bajo vientre, chupando donde era una necesidad mutua chupar y
acariciando donde era un gusto arrastrar las yemas de los dedos.
Jugueteé con los huesitos de su cadera y deslicé mis besos, como no
queriendo un poco más abajo, donde aún quedaba un poco de tela
resguardando su piel más bella. Como boca de conejo silvestre, mi boca y
bigote fueron besando su tersa piel, sus ojos cerrados, sus dedos
enredados en mi cabello negro, como deteniendo el tiempo. Un jadeo por
aquí, un gemido alargado más allá y por fin su fruta dulce apareciendo a
unos centímetros de mí.
Mi pantalón fue testigo que habría querido encajarle los dientes y
todas mis ganas en ese instante, pero apreté su cadera con mis manos y
me dediqué a seducirla con mis besos más suaves y tiernos, como se hace,
cuando se quiere abrir las puertas del cielo. Lamí con delicadeza cada
centímetro de piel, saboreando las gotas de miel que se colaban por
debajo de sus puertas. Chupé cada pliegue, cada parte visible hasta
llegar a las escondidas. Mis esfuerzos se vieron recompensados, las
puertas de cielo se abrieron ante la inevitabilidad de mi lengua, que
entró victoriosa, separando la piel y bebiendo el néctar de la gloria
eterna. Su sabor era embriagante, me perdía los sentidos y me azuzaba
las ganas, llamé de refuerzos a mis dedos, que llegaron prestos a apoyar
en la tarea. Encontraron pronto en que entretenerse, tratando de
devolver el agua a su fuente, jalándola hacia dentro, intentando tapar
el rompimiento de una presa. ¿Pero qué pueden hacer un par de dedos ante
la inevitabilidad del agua? si cada movimiento suyo duplicaba el
líquido. Se adentraron intentando encontrar su origen y se rindieron
ante el placentero calor que emanaba en sus paredes. Dejé mis dedos
acariciándola profunda e intensamente y mi boca viajó hacia arriba a
llevar su sabor secreto a sus labios. Nos besamos de nuevo, con ese
beso amante y perverso que renueva las ansias y que sella un pacto
tácito de placeres carnales sin recato o tregua.
Sus manos delgadas y ahora nada tímidas me habían acariciado el pelo
en la cabeza y el pecho, y ahora lo buscaban más abajo, ahí, donde mis
ganas pulsaban inquietas, esperando la atención de sus dedos. Me
encontraron presto, vigoroso y desafiante. Sus yemas se regocijaron al
recorrer su verticalidad, al palpar su deseo y constatar orgullosa su
efecto. Me exploraron por encima de la tela del bóxer y se colaron por
debajo de ella para ahorcarlo dulcemente con todos sus dedos,
oprimiéndolo, desafiándolo a seguir turgente. Mis propia mano sintió el
latigazo de placer que me recorrió en instantes y correspondió
tallándola por fuera más intenso y enganchando a la vez mis dedos a su
zona interna y rugosa, generadora incansable de gemidos. Su mano se
aferró a mi hombría justo cuando la tormenta se desencadenó en su
interior, una estampida de exquisitos espasmos y gemidos. Su cuerpo
estrangulando mis dedos.
Más que roto el hielo, las ropas regadas y la pasión levemente
saciada, la sentí bajar por mi pecho, rozando los vellos con sus labios
tiernos, aferrada a mi cintura. Supe, como sabe la hormiga que la lluvia
se acerca, que su boca haría la noche perfecta. Sentí un
estremecimiento en todo el cuerpo cuando su boca mojó la tela de mi
bóxer y su aliento quemó la piel de mis ganas. Mordisqueó por encima de
la tela, se metió en la boca parte del bóxer y jugó a chuparme los
jadeos, y cuando se sintió embriagada de poder, retiró la tela para
prender los motores de un avión al cielo. Sentí su lengua suave,
exquisita, saboreándome, haciéndome la textura chiquita y creciéndome
los deseos. Me recorrió a lo largo, me paladeó a lo ancho y finalmente
atacó con ternura mis vigores, los apapachó en su boca, los degustó con
fruición y si la hubiera dejado, habría explotado de felicidad entre sus
labios.
Con cariño nuevo la levanté por debajo de los hombros y la llevé al
alcance de mis labios, la besé para sellar de nuevo el pacto y sin dejar
de besarla recorrimos la distancia hasta la cama. Al topar con el
colchón la deposité suavemente en una esquina y me apresté a conquistar
sus secretos con mi carne. La vi casi levitando en la cama que decidí
tomarla con la más infinita ternura, como se toma por primera vez lo que
se nos regala. Entré en ella suave, solo un poco, y me incliné paralelo
para besar sus labios. Vi sus ojitos rasgados entrecerrados, sus pechos
subiendo y bajando y la besé con los labios entreabiertos, mi lengua
acariciando sus labios y entrando en su boca lentamente en sincronía con
mi turgencia que la penetraba lentamente, hasta el fondo, un gemido
escapó de su garganta, abriéndole de golpe los ojos, yo me quedé quieto,
dejando que sintiera mi pulso vibrando en sus paredes.
Después de meses ahí estábamos conectados tan íntimamente como antes
lo lograron las letras. Empecé a moverme lentamente en su cueva,
viéndola a los ojos, entrando y saliendo solo un tanto, dejando que su
fuente mojara mi piel y ésta se deslizara cada vez más fácilmente,
adaptándose a los confines de su cuerpo, estirando, rozando, tallando y
amándola una, dos, tres veces y a cambiar el ritmo, el ángulo o las
caricias de la cintura para arriba.
Nos besábamos y nos embestíamos, nos tomábamos mutuamente, yo
penetraba con fuerza, ella me apretaba demente. La levanté en vilo con
facilidad, sosteniéndola con solo mi carne, mientras sus piernas se
aferraban a mi cadera y sus brazos a mi cuello. Con las manos sostuve
sus piernas para levantarla y dejarla caer sobre mí una y otra vez como
si jugáramos al balero. La sentía tan frágil y ligera, que el placer de
pegarla a mi pecho mientras la embestía con enjundia me ponía al borde
del abismo. Le susurré su nombre, arrastrándolo hasta su oído, y la
llevé tan lejos como mis fuerzas me lo permitieron.
Abrazada a mí, la separé y me retiré de su cuerpo. La insté a darme
la espada y la incliné para que sus manos se apoyaran en la cama, y así,
la tomé de nuevo, esta vez sin ternura, dejándome ir hasta el fondo sin
miramiento ni cordura. La así de la cadera a dos garras, dejándola ir
casi hasta que se rompiera nuestra conexión, para luego jalarla hacia mí
y hundirle mi incandescente daga. La escuché gemir, la sentí
estremecerse y mis sentidos se concentraron en poseerla profunda y
desquiciadamente. El sonido de mi carne entrando y saliendo en la suya
torturaba mi resistencia, la vista de su espalda arqueada y sus montes
aplastándose con mis muslos en cada embate arrancaban sudor de mi frente
y gruñidos de mi garganta. Le espeté con la respiración entrecortada
cuanto estaba disfrutando, le confesé que ansiaba ese momento la primera
vez que le hice el Amor remotamente, le dije que era un regalo del
Cielo y la criatura más dulce y exquisita sobre la tierra. La llevé con
mis palabras y el ritmo de mi carne al punto sin retorno, sentí sus
contracciones, vi sus manos arrugando las sábanas, la oí gritar como las
tenistas al contestar un saque difícil y sentí mi carne prepararse para
perderse en el limbo en pocos instantes. Era la recta final, así que se
lo di duro, con todo el coraje de la carne y la suavidad del respeto a
su feminidad y pureza. El ritmo era intenso, entraba y salía, veía mi
carne hundirse salvaje entre sus montes, para luego salir húmeda y
desafiante, lista para horadar de nuevo su cueva. Nos acercamos
peligrosamente al éxtasis, la sentí apretarse contra mí tallarse en mi
monte para sentirme más dentro, empujé, gemí, apreté y cuando sentí su
caliente humedad explotando alrededor de mi miembro, me solté en un
delicioso grito, en un bombeo agonizante que le extendió su placer y
coronó el mío. Por fin, habíamos cumplido una fantasía, y nos
encontramos abrazados y cansados en la cama. Sonrientes, desvergonzados
de la desnudez y con el brillo en la mirada. Miles de kilómetros, miles
de palabras se convirtieron en agua en esa cama.
Lo volvimos a hacer más noche y en la madrugada, con nuevas caricias y
otras posiciones. Dormitando abrazados, su espalda pegada a mi pecho,
mis ganas dormidas rozando sus montes desnudos y ligeramente carmesí de
una que otra palmada. Hubo otros días, hubo otras experiencias y al
final un hasta luego sellado con una ardiente despedida.
Renko
http://arkrenko.tumblr.com/
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