Lo recuerdo con bastante claridad. Fue en la nevería que está en la peatonal. Yo tenía en los brazos una niña. Teníamos en los labios el sabor de un helado de vainilla. Ella sonreía por la novedad del frío y el dulce. Caminaba hacia afuera, cuando me di la vuelta para buscarte, y te veía. Tú también, en tus brazos, tenías a otro par de tus ojazos. Dos niñas pequeñas probando, quizá por vez primera, el helado. Dos cabecitas llenas de rizos, con tus ojos y mis labios. Por un momento volteé hacia el frente. Me vi en la vitrina de una tienda: reflejaba aquel presente. Era yo, eras tú, esas dos pequeñas eran un nosotros en futuro perfecto. Entonces caí en la cuenta de que aquello era una visión. “Tengo que poner ese sueño en un poema”, me dije al despertar, “para no olvidarlo, para que no se pierda”.
Nadia L. Orozco
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