martes, 29 de mayo de 2012

Tener alas no siempre es saber volar

Aquella época eran días en los que todavía yo no sabía ser. Empezaba a descubrir mi lado obscuro, y que mentir y omitir era mas fácil que dar explicaciones.
Descubrí mis alcances, los límites no existían. Él me enseñó que tenía alas; me enseñó el precipicio, me jaló al borde, y justo cuando estaba dando el paso para caer sola, otra mano tomó la mía con mucha fuerza, la apretó y caímos los dos juntos. No detuvo la caída, pero en el trayecto me dijo que abriera las alas para despegar mas alto. 
Él nunca supo (aveces creo que mas bien nunca ha querido saber) que fue él quien me enseñó a volar, que me salvó de conocer el fondo de un abismo que no se le ve fondo. 
Seguimos volando tomados de la mano. Nunca la soltó.  


Ana R.

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