Cuando era niña soñaba en colores y me sacaban fotos en blanco y negro. Miraba cartoons que hoy serían retro, y me sentía la Mujer Maravilla con la toalla del baño en mi espalda, girando sin parar. Mi preocupación más grande era tener muchos juguetes, y que mi papá me sonriera cuando volvía de trabajar. El máximo saber era mi mamá con sus cuentos de bosques encantados, piratas buenos y brujas malas, y por su culpa hoy tengo esta pasión lectora. Nada era más alto que mi abuelo si me alzaba en brazos, ni más dulce que mi abuela y sus guisos caseros. El deber era ir al colegio y cantar la Oración a la Bandera con orgullo. La amistad era compartir mis caramelos. La seguridad era dormir la siesta contra el pecho de papá. Era feliz y tal vez no lo sabía. Era tan feliz y hoy lo sé.
La felicidad es cuando no se sabe. Todo el tiempo que resta estamos buscando eso que no sabemos porque estuvimos sintiendo. La felicidad es un vientito caprichoso, mejor no saberla. La quiero, ¿sabe? A mí en particular es mejor saberme, pero yo con la felicidad no tengo nada que ver.
ResponderEliminarHay una niña escrita. Hay otra niña dicha. Hay una niña hablada. Hay una niña en silencio. Son todas las mismas. Las niñas como las palabras no se definen por como se escriben, de dicen, se hablan o se callan. Se definen por el contrario por lo que se espera de ellas. La felicidad de una niña es saber esperar que un día alguien la escriba, la hable o la escuche y la calle. O la deje sin palabras. La felicidad no es hablar de la niña: es saber que nunca se callará.
ResponderEliminarSin palabras. Niñez a secas.
Un abrazo.
Luciano
Gracias Lu y Sil por estar siempre tan cerquita de mis letras. Los abrazo mucho!
ResponderEliminar