Me siento en blanco, tan pálida como el reflejo del sol de invierno en mi piel, tan pálida cómo sólo yo sé sentirme. Tan invierno como este otoño en el que el viento no me trae ni su recuerdo ni las promesas que nunca cumplió. Tan otoño como tú, que dejas que mis letras caigan sobre tu piel como las hojas secas; tan otoño como yo que procuro negarme tu imagen para poder arrancarte de estas hojas, de estos ojos.
Otra mañana que se encamina hacia la tarde dejando que el viento la despeine sin preocuparse por ello, estas mañanas descafeinadas que me saben a antiguos despechos; mañanas nostálgicas de otoño, de mantas; de cafés en la terraza observando cómo el suelo del parque se va tiñendo con el ocre de las hojas secas de este cuaderno marchito… a veces amigo, a veces desafiante.
Mañanas que en un suspiro se convierten en mediodías, donde soles otoñales se reflejan en mis ojos para caer rendidos sobre la espiral de palabras que se dibuja en estas hojas.
Mañanas, mediodías y tardes, todos fríos; todos mantas y chocolates calientes que me sonrojan porque me recuerdan al sabor de sus besos en mi espalda, jugando con mi duende… y otra vez mis hadas me hacen cosquillas porque pienso en ti.
Mañanas que al desvanecerse, se vuelven pasado cercano; y tardes que traerán algún descafeinado más con sabor a muy posibles desengaños, a mariposas que no volarán hasta bien entrada la primavera.
Mañanas y tardes; mediodías que dejarán preguntas y mensajes sin responder porque sus letras caen como hojas secas en el olvido. Mañanas que te niegan y tardes que me afirman. Mediodías que cuestionan estas hojas… y estos ojos que se preguntan si estas palabras secas tendrán algún sentido.
Ester Marfer
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