Nunca supe qué hacer con los secretos. Se parecen tanto a las mentiras, que me cuesta guardarlos sin sentir que me queman un poco en la honestidad. Es que ocultar algo implica tanto esfuerzo, tanta atención puesta en negar sin que sea evidente, en evitar cualquier conversación que pueda involucrarlo, que me resulta difícil creer que toda esa intención no conlleve un tizne de falsedad; una mirada que se esquiva, un parpadeo, un segundo de duda, y la sangre bulle como volcán, ¿Sabrá que oculto algo? Lo adivinará?, y la otra mirada que no sabe, que no entiende, que no espera, nunca busca debajo de la mesa lo que no cree que encontrará.
Podrán decirme que nadie está obligado a contarlo todo, y les contestaría que es verdad. Todos callamos tantas cosas, que sería absurdo considerarnos mentirosos simplemente por reservarnos el derecho a revelar detalles íntimos, situaciones comprometedoras, o tal vez simplemente sueños privados. Claro que no mentimos. Claro que no estamos obligados.
Pero cuando le ocultamos algo a alguien sin poder mirarlo a los ojos, ¿No mentimos?; y si lo consideramos un engaño, ¿A quién le mentimos más? Al otro o a nosotros mismos?; y si creemos en nuestro derecho a la reserva, ¿Por qué bajamos la vista?.
Tal vez el día que decidiste guardar un secreto, también tomaste en cuenta cómo iba a tomarlo otra persona cuando se enterara. No me refiero al secreto en sí, sino al habérselo ocultado. O tal vez no. Tal vez no pensaste más que en callar algo propio, y no creíste que nadie se enteraría, y que si se enteraran, lo importante sería haber perdido el secreto, y no el tiempo que lo estuviste ocultando, a quiénes y por qué.
Yo pienso diferente. A mi no me importan los secretos. Creo que todos los tenemos, y sería extraño que así no fuera. Lo que yo considero una mentira es toda la estrategia, el esfuerzo, la dedicación que le ponemos a mantener un secreto como tal. La sensación de miedo a ser descubiertos, es casi idéntica a la que sentimos cuando tememos que nos señalen faltando a la verdad.
¿Por qué serían tan diferentes si se sienten tan iguales?; por la culpa, me dirán; es diferente la culpa que se siente al mentir, que la que se siente a callar; no es lo mismo ser tildado de mentiroso, que ser considerado extremadamente reservado, ¿Verdad?.
Sin embargo, estoy segura que mientras ibas leyendo este texto, te acordaste de varios secretos que ocultaste con celo, y te preguntaste si no estabas mintiéndole en la cara a alguien de tu confianza, cada vez que apartabas la mirada, cada vez que esquivabas algún tema que pudiera rozarlo, cada vez que por dentro pensabas: «Si me pregunta puntualmente, se lo voy a contar», y querías que no sucediera, y también ansiabas que pasara, para poder finalmente respirar en paz.
Si no te sucedió, si no sentías eso mientras me leías, entonces tus secretos están a salvo, y no te pesan. O tal vez simplemente no te pesa pensar que voy a sentir cuando me entere.
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