La primera vez que uno tropieza siempre culpa a la piedra. Como no quiere segundas veces, trata de aprender su forma y dolor para no repetirla. Esquiva todas las que se le asemejan, e invariablemente tropieza con otras, porque así es la vida. Pero como no es la misma piedra, uno se siente orgulloso de levantarse, y se dice en el espejo que ha crecido.
Al tiempo uno se olvida de la piedra. Sigue por otros caminos y a veces se acaricia la herida, que puede estar cerrada pero sigue ahí, como toda cicatriz.
Finalmente uno se cree fuerte, y cae en la tentación de desafiarla. Quiere tropezarla para demostrarle que ya no tiene miedo de romperse contra ella. Entonces uno busca a la piedra que ya no lo busca, tropieza otra vez, y al caer repite el llanto.
La piedra ni siquiera sonríe.
Sabía que uno iba a volver.
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