Miró la foto como si pudiera meterse adentro con tan sólo
verla así de fijo. Tenían no más de veinte, un atardecer casi cliché, la playa
en donde se conocieron, Él con una mueca graciosa, Ella mirándolo con ojos de
zapatos nuevos que esperaste mucho tiempo. Estaban enamorados, hasta en el
color de la arena se podía ver.
Oyó un ruido seco.
—¿Estás bien?, preguntó en seguida.
—Sí Miguel, todo bien. Contestó Ella desde la otra
habitación. Y ese «Sí Miguel» no se parecía en nada a los que había escuchado
tantas veces en la costa, en la cama, en sus brazos, mordiéndole la boca, ni al
de ¿Te querés casar conmigo?; era una «Sí Miguel» de dejame en paz y metete en
lo tuyo; la misma clase de «Sí Miguel» que venía practicando desde hacía casi
un año.
Miró la foto y quiso llorar. Pero no uno de esos llantos
tristes, ahogados en reproches y en mil y un por qué no fue; sino uno feliz, de
alguna vez me miraste con esos ojos, alguna vez te quise, y alguna vez nos hizo
bien.
Otro ruido pero esta vez más suave. No preguntó nada. Ella
salió en seguida arrastrando la valija y un bolso chico. Lo miró casi sin ver.
—No me gustan las despedidas, dijo Ella bajito.
Silencio. No podía mirarla, porque entonces tendría que
dejar de ver la foto, y se le había metido en la cabeza que algo malo podía
pasarle si dejaba de hacerlo.
—Bueno, me voy Miguel.
La foto. Ella en la foto. Ella queriéndolo. Ella con cara de
nunca te voy a decir «Bueno, me voy Miguel».
Escuchó cómo abría la puerta. También cómo giraba la llave
en el cerrojo. Después no se oyó nada más. Ni el ruido del ascensor.
Y sólo porque odiaba las despedidas tanto como Ella; y sólo
porque no podía dejar de mirar la foto, porque si dejaba de verla entonces
sería cierto, entonces se habría ido de la foto y de su vida; y sólo porque no
le salía ni una puta lágrima, aunque el nudo en la garganta no cedía, casi como
un susurro —Bienvenida para siempre, dijo Él.
@mariana_aran
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