El timbre rompió el silencio —Qué raro —murmuró—… No suele pasar gente por aquí a estas horas.
Un segundo timbrado. Él comenzó a caminar hacia la puerta. Tenía curiosidad de saber quién esperaba al otro lado. Cuando al fin abrió, la tenue luz del alumbrado público dejaba ver a una mujer de pie y con las manos sujetándose entre ellas frente a una larga falda de mezclilla, tan larga, que cubría sus pies.
—¡Una gitana! —pensó— Seguro ha venido a robarme.
Lo que no sabía es que era él quien le había robado a ella. Le robó —sin darse cuenta— el corazón.
Ernesto del Olmo
@erneStencil
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