Fue hermoso construirte un rostro con el viento,
uno que de tanta brisa te pudiera acariciar.
Pero fue terrible encontrarme con tu rostro de papel,
un rostro que no siente nada,
y solo repite palabras huecas y falseadas.
Un rostro que no hace justicia a la belleza
disfrazado de falsa honestidad.
un rostro con la piel suave de mentiras,
con los labios encendidos de una total falta de humildad.
Un rostro perfecto para el engaño,
con la mirada dulce que logró sonrojar mis mejillas.
Un rostro frío cada vez que olvidaba la máscara mientras dormía.
Que quema si te acercas demasiado,
construido por frases que por mucho tiempo han funcionado
en cada sonrisa ingenua que consiguió engañar.
Con los huesos ocultos de su verdadera coraza,
esa, que hace daño sin quererlo evitar,
que disfruta del duelo, que no siente jamás.
Y por Dios, que el único día que miré lágrimas en sus ojos,
no fueron lágrimas de tristeza o de piedad.
Fueron lágrimas de veneno que le carcomía por dentro
que aún haciéndole daño, no me permitió consolar.
Yo que abracé sus mejillas
cuando el sueño le permitía,
mientras dibujaba mis besos
en cada rastro de su piel.
Que le llené de sonrisas cada vez que me iluminaba,
que apagaba mi rostro para no delatar mis lágrimas
y pudiera ocasionarle heridas que no pudiera soportar,
tampoco fui suficiente para evitarle matar;
unos sueños que agonizan cuando despierta mi día,
que deján en mi rostro las marcas de sus heridas;
porque él pertenece a un rostro que nunca aprendió a amar.
Silvia Carbonell L.
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