martes, 24 de julio de 2012

Despoblados


El mismo bar de siempre, la misma hora, los mismos amigos que suben las escaleras portando un café cada uno y se sientan en los sillones del reservado de arriba, completamente solos, la camarera ve distraída la tele.

-Ufff… quema.
-Lo sé, siempre hace lo mismo, yo no sé por qué venimos a ésta cafetería sabiendo que la camarera es una manazas. Seguro que además está asqueroso, como siempre.
-No te pases, pobrecita, aunque es verdad.
-Oye, ponte para allá que desde aquí no veo la calle.
-Espera, espera, que me tiras el café encima.
-Da igual, si acabaremos dejándolo entero. Tú échate para allá que lo que quiero es ver si pasa Jorge, que me dijo que sobre esta hora había quedado con Inés y vive ahí enfrente, si pasa, lo veo.
-Qué perra te ha dado con Jorge, pero, ¿A ti que te importa si ha quedado con Inés o con quién sea?
-Sí me importa, siempre está pavoneándose de lo que liga, de lo que hace, y ya sabes que yo pienso que todo es mentira, que se tira el rollo. No me lo creo y si no lo veo pasar lo confirmo.
-Mira que eres estúpido, déjalo con sus historias, sean verdad o no, siempre te obsesionas con las cosas. La última vez fue con Marta. Te obsesionaste con que había sido ella la que te robó la cartera aquel sábado, en el cumpleaños de Jesús, y estuviste casi un mes detrás de ella, presionándola para que confesara. Y resultó que la cartera estaba en el bar donde estuvimos, guardada por la camarera y con todo intacto, hasta el dinero. ¿No te hace replantearte eso que muchas veces te equivocas? Es más, yo creo que sabes que te equivocas pero necesitas tener una guerra abierta con alguien y sigues el rollo por no aburrirte.
-La verdad que algo de razón tienes. ¿Te acuerdas de la cara que puso Marta cuando en medio de una clase grité: -¡Pelona ladrona!? Todavía me río al recordarlo. Pero es verdad David, sí que me obsesiono un poco con las cosas que no deberían obsesionarme, pero qué le voy a hacer, me aburro. Este pueblo de mierda es un asco y algo se tiene que hacer para que el tiempo sea más divertido.
-Ves, ya estás otra vez, cuántas veces te he dicho que lo ves todo diferente, muy complicado. Aquí se está a gusto, yo estoy a gusto, me gusta éste pueblo, quiero vivir aquí y no te entiendo Diego, para nada, te lo pasas bien, tienes amigos, una vida social, intelectual, hasta sexual amplia e interesante, y con esa cara jajaja. Fuera bromas, no sé de qué te quejas, este lugar es tan bueno como cualquier otro.
-Sí, lo sé, pero está muerto, es un callejón sin salida. Cada día hay menos gente, todo el mundo se marcha y sólo queda gente mayor que lo tiñe todo de un color gris. Yo no quiero acabar aquí, aburrido, sin ganas de hacer nada, como todos esos señores que sólo hacen que pasear arriba y abajo sin nada que hacer porque no hay nada que hacer en estas calles, es un desierto. ¿Qué se puede hacer? Si hasta los mayores se aburren, nosotros que somos jóvenes, no tenemos otra solución que irnos a un lugar más grande, donde encontrar trabajos que nos emocionen, donde podamos relacionarnos con gente que tenga otros intereses que no sean los que tenemos aquí. Porque a ver David, ¿Qué es lo que vas a hacer tú con tu vida en ésta cárcel, en esta jaula entre montañas que no nos deja ver más allá? Porque existe otro mundo que vibra, está vivo, un mundo que yo quiero explorar.
-Diego, estoy de acuerdo en la mayoría de lo que has dicho. Éste pueblo cada día está más muerto, pero es por gente como tú, que un día se levantó y creyó que irse iba a ser la solución, pero no Diego, eso es un gran error.  Yo aquí es donde me siento vivo. Tú crees que debes marchar porque hemos crecido con esa coletilla en nuestra cabeza, “Aquí no hay nada para los jóvenes, lo mejor será marchar, buscar trabajo fuera y vivir la vida”. Todo eso es lo que hasta nuestros propios familiares nos han repetido una y otra vez desde que éramos unos canijos. La verdad Diego, es que yo me siento parte de esto, del paisaje, de la forma de vida, no encuentro ningún interés en la vida en una gran ciudad, está desnaturalizada, es fría. Ya sé que el rollo de que aquí todo el mundo sepa todo de todo el mundo es un poco molesto a veces, pero si lo piensas bien, es una forma de comunidad muy agradable, nos convertimos en una pequeña tribu y no estoy con patriotismos baratos, porque sabes que no soy de ideologías, soy de tierra y ésta me gusta, me acoge y el pensar todo el día en lo que no tienes te ciega, te enferma.
-Sí David, sí, pero ahora piensa; tú eres gay y aquí nunca te trataron muy bien que digamos, ¿verdad? La comunidad,  “la tribu” como tú dices es la que un día te dió la espalda, te rechazó, te apartó y hasta hace bien poco no estabas a gusto aquí. No entiendo que, precisamente tú, tengas tanto amor por un lugar, unas personas que te trataron tan mal.
-Eso es verdad, pero ¿Qué hubiera cambiado de todo eso si hubiese vivido en la ciudad? Estoy completamente seguro que hubiera tenido el mismo rechazo, porque eso es miedo y el miedo es inherente al ser humano, miedo a lo desconocido. Todos somos los mismos, vivamos donde vivamos. Todos llevamos aún un mono primitivo viviendo dentro de nosotros, eso son los sentimientos, no los podemos manejar, cambiar, utilizar, porque son así, primarios, vivamos rodeados de montañas, de agua, de edificios todos llevamos el mismo patrón interior que nos hará reaccionar igual en un lugar o en otro.
-Pero hubieras conocido a más gays y te aceptarían.
-Diego, mírate.
-¿Qué, qué tengo?
-No, no es eso, lo que te quiero decir es que, mírate dónde estás sentado, pegado junto a mí, hablando tan tranquilamente. ¿Acaso tú no me has aceptado? ¿No somos todos amigos que vemos más allá? De verdad crees que encerrarme en un gueto por obligación, por miedo al rechazo es una buena forma de vivir, una buena solución. Todo esto explica bien lo que te quiero demostrar. El pueblo no está despoblado, lo están las personas, tú mismo estás despoblado. Me acabas de poner el mejor ejemplo, crees que me hubieran aceptado en la ciudad pero no te has parado a pensar que a mí ya me aceptaron aquí, entre ellos tú, que eres mi mejor amigo. ¿Te das cuenta, Diego? Eso es lo que te quiero decir, piensas algo que lo tienes automatizado en la cabeza pero no es real y lo peor es que toda esa educación que te han metido a presión no te deja ver la realidad. Para mí eso es lo muerto, lo despoblado. No veis que aquí se vive bien. Claro que se pueden mejorar millones de cosas, pero si nos vamos todos ¿quién lo hará? ¿De verdad dejarías morir éste lugar?
-Ya no sé David, siempre que nos ponemos serios me haces comerme mucho la cabeza. La verdad que ahora sí que me has pillado en eso de que no veo la realidad. Tienes toda la razón, me he cegado en que sería mejor vivir fuera e igual me estoy perdiendo mucho de aquí, pero una cosa te digo, no me puedes negar que el futuro laboral para nosotros en este pueblo es escaso por no decir inexistente.
- Si, ese es el mayor problema, pero para eso somos jóvenes, para pensar, para crear ¿no? Pero debemos ayudarnos a ir en la misma dirección porque si cada uno va por su lado esto nunca se arreglará. Tenemos que dejar de estar despoblados por dentro para poder poblar la tierra que nos ha visto crecer.
-Vale David, lo que tú digas, la verdad que ésta tierra si nos ha visto crecer y nos lo hemos pasado muy bien, pero ahora tenemos clase de inglés por lo que puede esperarnos ¿no? Creo que no se irá a ningún sito. Anda vamos.
-¿El café?
-Jajajaja, bébetelo si quieres.

Los dos amigos se levantan dejando las tazas de café intactas y en el mismo lugar que hace veinte minutos, pasan junto a la barra y despiden con una gran sonrisa a la camarera, se colocan los abrigos y salen por la puerta. Siguen hablando de algo que ahora no llegamos a escuchar. Seguramente hablan de cosas insustanciales, igual de Jorge y su cita misteriosa, igual del tiempo, del último examen o de la última fiesta, igual siguen hablando de sus miedos.

Julio Muñoz

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