martes, 25 de septiembre de 2012

Letras y un adiós


Letras, letras y más letras

Letras, letras y más  letras. Mi vida ha sido una tumba de palabras que gritan sin decir nada pero aquí sigo yo, buscando el significado.
Cada noche me calzo mis zapatillas y bailo en puntillas sobre la hoja en blanco, intentando describir con movimientos sutiles lo que representa para mí la vida, mis pasiones, mis miedos, mis vacíos, mis llenos, sintiendo que bailo en un agujero inmenso donde intento alcanzar el suelo y no me veo. Pero hoy alcé las manos, esas extremidades olvidadas, los brazos, que cuando te obsesionas en mantener el equilibrio sobre los dedos de los pies olvidas. Los brazos, esos brazos que cuando cierro los ojos alargo hasta el cielo, hasta el fin del universo pero cuando vuelvo a abrir los ojos les veo quietos, cerca, trémulos.
Alguien me dijo un día frío sin lluvia: “Los escritores son del invierno” y yo le dije: “Seguiré al sol hasta el infierno” y aquí sigo, condenándome en cada letra, en cada palabra, en cada significado.   
Nadie le dijo a Alicia que el conejo lo único que quería era su tiempo igual que nadie me dijo que mi tiempo era lo único que tenía.
Y sigo caminando, llorando, escribiendo, aunque en todo me repito, porque soy lo que soy, sin más, no pido un esfuerzo, esforzarme sería negar lo que soy.
Frases sin sentido, palabras sin destino, todo eso es lo que es esto pero sigo mirando al sol, creyendo que un día se ocultará para nosotros dos, incrédulo, lo sé, también sé que los que no creen son los que más caminos recorren, solos, acompañados, heridos, en trozos.
No sé quién soy, ni sé si solo estoy hecho de recuerdos.
No sé si esto es una despedida o solo un lapsus en el tiempo, solo sé que esta madriguera queda en manos de trabajadoras guerreras y de escritores intensos y fantasiosos. Es mi alto en el camino, hoy entrego mis orejas no para no mirar atrás, sino para llevarlos a todos en mis deseos.
Desde la mexicana que arrancó la vida la decisión de si debía o no ser feliz hasta el conejo que la esperó con los brazos abiertos más al sur de los sentimientos. Desde la reina que imagina mundos desde su cuarto alborotado, hasta la guerrera que niega que la vida sean las reuniones de su trabajo. Desde el soñador que intenta ver el mundo como un chiste que nos hace feliz a todos hasta el joven que siente que todo es un sueño.
Tantos conejos como sueños, tantas historias como luegos.
Recuerden conejos, siempre recuerden mirar el sol, allá donde las fronteras son luces y las palabras penden sobre el árbol mecidas por el viento de la primavera.

Os quiero mucho. ¡COÑO! 

Se derrama







      Es complicado intentar abrirle el corazón a las palabras. Se agrava cuando hay ojos asechantes, con modos de rapiña. Espejismo de montaña en el vacío. Es complicado abrirle el corazón a casi cualquier cosa, porque todos tenemos tendecia a desangrarnos.


Al sentir el sol de primavera


Solía sentarme ahí esa primavera, esperando tu llegada al atardecer.
Mientras esperaba, sentía el sol en mis manos, los olores de la tarde.
Olores de primavera que aún me recuerdan a ti.

La conocí un verano en uno de esos lugares donde se fuma y se toma en exceso

La conocí un verano en uno de esos lugares donde se fuma y se toma en exceso… y que en ocasiones también sirven para bailar y conseguir sexo. Esa noche yo vestía unos jeans azules y una camisa negra ligeramente abierta del pecho, y estaba listo para matar… para matar el alcohol, que estaba acabando con todos mis amigos. Su rostro era vivaz, con unas pecas exquisitas en el puente de la nariz. Me di cuenta que poseía una bellísima sonrisa, tan grande que apenas le cabía en el pecho, así que cuando me acerqué a ella, evité mirarle la enorme sonrisa, que sin duda, sería su karma andar con montones de hombres babeando por sus pechos. Me concentré en sus ojos, alegres y coquetos, y puse pica-dientes invisibles en mis ojos para no bajar la mirada. Nos caímos bien desde el principio, ella risueña y yo tan coqueto, jugando el viejo e inofensivo juego del flirteo sin muertos. Llevar las cosas más lejos habría sido mucha suerte, yo no estaba en condiciones ni de sacar una recta a primera, mucho menos de batear todo el juego.

La siguiente vez que nos vimos, como todo caballero me disculpé por las idioteces que había dicho escudado en el vodka, y seguí con el juego, ella a reír de mis insinuaciones y yo a que no me la tomaba en serio. Bailamos algunas piezas, nos reímos juntos y me llevé de trofeo su número de celular y la posibilidad de una cita. Nos vimos en otra ocasión más, ésta vez fue en un restaurant de Sushi, lejos del humo, las penumbras y el ruido, siendo más ella y siendo más yo. Me caía bien y que me cayera encima estaría aun más que perfecto; sin embargo, la fruta aun no se hallaba en su punto. Se requirió una salida más, esta vez al cine, una película cuidadosamente seleccionada, un buen horario y disfrutar del momento. A esas alturas, ya había habido varios avances, había tomado su mano, la había besado y realizado el recorrido a besos hasta su cuello. Hoy planeaba probar sus labios gruesos.

Durante la película le besé en varias ocasiones la mano y su blusa sin mangas, facilitaba el resto, besé sus brazos y su cuello seductoramente, hasta que sus labios se voltearon y se prendieron desesperados a los míos, fue un beso intenso, caliente, de esos que contienen el aliento y son el principio del fin. Terminamos la película, con los labios hinchados y las ansias enfebrecidas. Nos dirigimos a mi departamento, en ese silencio que lo dice todo. Al trasponer la puerta, la tomé por la cintura y la besé, largo e intenso, disfrutando sus labios, bebiéndome su aliento y pegándomela al pecho. Acaricié su nuca, su espalda y su talle, sin dejar de besarla, sin dejar de explorarla. Ella como gatita en su primer caza, temblaba y correspondía con chupadas en mi cuello, con besos en las orejas y pegándose contra mi centro. Mi mano removió el broche doble de su sacrificado Bra y por fin, mi otra mano se lanzó a descubierto, acaricié sus divinos y secretamente deseados atributos, palpándolos suavemente, reconociéndolos y presentándoles las puntas de mis dedos, rindiéndoles tributo con mis labios húmedos y ardientes. Besarla sin dejar de acariciarla. Acariciarla sin dejar de explorarla. Explorarla sin dejar de quitarle la ropa. Mis manos la tomaron de la cadera, como tenazas de hierro al rojo vivo, la jalé hacia mí para besarle el vientre, besarla más y más abajo, conforme bajaban mis manos, acariciando sus montes, recorriendo sus piernas, mientras mi boca se aventuraba inquieta, perturbándola toda. La besé íntimamente a través de la panty, mojándole la tela, mezclando mi aliento con el vapor de su sexo, juntando mi saliva con el agua de su cueva.

Poco a poco, fui subiendo de regreso, hasta llegar a su boca, para tomarla de nuevo, besando sus mejillas, sus ojos, mordiendo y chupando sus labios e introduciendo mi lengua en su boca, mientras mis dedos reproducían, más abajo, el mismo movimiento Un gemido quedo recompensó mis esfuerzos, un mar de Amor se soltó entre mis dedos. La acaricié lentamente, entrando y saliendo, acostumbrando su interior a la ternura invasora de mis dedos, mi mano masajeaba su monte, a la vez que mis dedos la jalaban por dentro, acariciando paulatinamente más intenso, más rápido, más ardiente… un grito y una mordida en mi cuello, sus piernas tiesas, encerrando mis dedos, ahorcándolos en su agonía y endureciendo a más no poder mi deseo.

La seguí besando, otra vez dulce, otra vez lento, su rostro tenía ese hermoso color carmesí del orgasmo robado. Sus manos empezaron a corresponder mis besos, acariciando mi pecho, jugando con sus vellos, zambullendo sus puntas entre ellos, nadando por debajo para salir más delante inquietos. Besó mi cuello, chupó mi piel, rozó su nariz en mi ombligo y me brindó la feliz certeza que chuparía mis anhelos. Sus labios se cerraron con delicadeza en la punta, apretando solo lo suficiente para retenerla, mientras su lengua acariciaba su barbilla, humedeciendo todo su largo conforme mi carne se perdía, atravesando el puente al infinito de su boca. Me tomó, como solo una mujer agradecida sabe hacerlo, prodigándome ternura, intensidad y cero cordura. Con gusto la habría dejado coronar su tesitura, pero eso no estaba en mis planes para ese momento. Con suavidad la retiré de mi adorado tormento, y la fui moviendo a besos a la recámara, en el camino retiré las poca prendas que le quedaban puestas, y la deposité en el borde de la cama.

Separé las puertas del paraíso y la bebí, con toda la intensidad de la primera vez largamente esperada, bebiéndome sus jugos, explorando su interior con mi lengua, aprendiendo sus sonidos, separando aquí, chupando allá, lamiendo mucho aquí y haciéndola gemir mucho más allá. Una nueva oleada llegó, una marea alta que mantuve por varios instantes, haciéndola subir, bajar y volver a caer, hasta que entre jadeos me pidió la tomara. La tomé de las manos y la puse en pie, a la vez que me sentaba en la orilla de la cama. La jalé con ternura, con el pretexto de besar su vientre, de lamer sus pechos, mientras mis piernas emboscaban las suyas, separándolas e introduciéndose entre ellas. Me levanté un poco para abrazarla y la levanté en vilo, para terminar sentado yo en la cama, sentada ella en  mis piernas, entregándose a mi sitio, permitiendo la invasión de mi caballería. Me introduje lentamente, saboreando ese primer instante dentro de una piel ajena, resbalando hacia el fondo, abriendo camino. Sus brazos se cerraron en mi nuca, preparándose para la danza eterna, mis manos la tomaron de la cadera y la jalaron para la embestida final, hasta chocar con pared, y luego iniciar un vaivén corto, mojándome la hombría, disfrutando mi carne dentro. La hice girar en el sentido de las manecillas del reloj, sintiendo su monte tallándose en mi monte, profundamente unidos, pecho con pecho, vientre con vientre, sexo, con sexo. Su interior era 3 veces más hirviente que su boca, más húmedo y acogedor, por lo que salir para volver a entrar, era un suplicio y un goce alternos. El vaivén fue subiendo de ritmo, a la velocidad del subir y bajar de sus pechos, le susurré al oído, cuanto había esperado ese momento, le besé las orejas y seguí declarándole esas palabras que solo en esos momento hayan salida. Mis embates eran cada vez más fuertes, ella correspondía, impulsándose a ratos pisando el borde de la cama, tallándose, apretándome, clavando sus uñas en mi espalda, como yo clavaba mis ansias en su cuerpo. La sentí estremecerse, trabajar en la cresta, y me mantuve firme, duro para su placer y sorpresa, una, dos, tres veces, nuestros cuerpos ya mojados, mi carne más que dispuesta, la abracé fuertemente y me puse en pie, cargándola de las piernas que se aferraban a mis brazos, y tracé círculos con su sexo sobre mi sexo, la penetré duro y sin descanso, hasta alcanzar el cenit de mi placer y derramar mis deseos en mi amigo de látex, la oí balbucear que no se lo imaginaba tan intenso, sin soltarla nos dejamos caer en la cama abandonándonos poco a poco al descenso.  La besé dulcemente, y nos quedamos abrazados, dejando que la respiración se normalizara, que las aguas volvieran a su cauce y los pudores hicieran su entrada. Nos vestimos al poco rato y cenamos tinto, jamón, queso y otra vez sexo.

Renko
http://www.tumblr.com/blog/arkrenko

Vértigo



Que camine descalza por la orilla del tiempo,
que amanezca sobre una piel húmeda de brisa,
que muerda al sol, intentando uno nuevo.
Que el aire se detenga en la espiral de tu ombligo,
que incendie el mar de mi cuerpo por un instante, aquí y ahora.

Que nacer solo sea una pausa llena de segundos viejos, 
que pueda sacar mil veranos del fondo del bolsillo, 
que la depredación sea una promesa en mi lengua. 

Que la distancia solo sea un lugar entre tu boca y la mía. 
Que pensarte obscenamente sea incontenible.

Que el espejo me afile las uñas.
Que seas plenitud aún en las noches vacías.
Que seas la piedra, la astilla, el dolor mirando desde adentro. 
Que ardas sin pausas;  como el vértigo más delicioso.



Alma E. Palma



Decálogo del gato de escritor


1- Tener el sol en los ojos, el verano en el pelaje y el amor en la lengua.

2- Decir muchos verbos en cada maullido; el escritor escucha sugerencias.

3- Quebrar un objeto de vidrio al menos una vez cada dos cuentos (ayuda a la cosecha del drama)

4- Arañar la telita trasera del mueble de la sala, ronroneando en diferentes colores.

5- Dormir de día, joder de noche.

6- Pasear por los techos vecinos y contar lo visto con un rasguño en el antebrazo del escritor, de manera que pueda leerlo con facilidad.

7- Lamer la mano del escritor para darle las palabras encontradas en el patio.

8- Tomar algunas veces forma de adjetivo y sentarse junto a la mano del escritor.

9- Otras veces meterse dentro lo escrito y tener la astucia de salir antes de que se cierre.

10- Irse lejos para producir tristeza.

Qué hay




¿Qué hay de ti que no te encuentro?
¿Qué hay de nosotros que no nos sabemos?
¿Qué  hay de este  infierno que se enfría?
¿Qué hay de ese cielo que se quema?
¿Qué hay de los besos que no se repiten?
¿Qué hay de esta angustia que no es angustia?
¿Qué hay de los sueños que nos prometimos?
¿Qué hay en el pensamiento después de nosotros?
¿Qué hay de mí que no te busco!

El último verano

¿Recuerdas nuestro último verano? Fue el primero, también. Recuerdo que comimos un helado y nos sentamos. Hacía fresco esa noche a un costado del camino, y debajo de los árboles mirábamos las luces de la ciudad, que poco a poco se encendían. ¿Recuerdas de qué hablamos? Yo tampoco. Sólo acude a mi mente el recuerdo de nuestras risas y las luces citadinas que nos iluminaban de forma desigual. Recuerdo que te despediste y miré cómo te alejabas. La luz jugaba con las sombras y recortaba tu espalda, mientras yo te miraba alejarte. Recuerdo tu silueta, como te recordaré siempre: alejándote. Así es esto de irse y no poder quedarse. Tú comenzaste a alejarte justo ese día de verano en el que yo apenas me acercaba. De esa noche no quedan lágrimas ni luces. Es una noche a la que ya no le queda nada, ni siquiera ese verano para recordar.

Verano

Hagamos algo como para sentir; un breve toque en el ser: diáfano y lejano; cuyo sentimiento, se prolongue en sí mismo.

Que jale del hilo que une tu alma con la mía, tan estruendoso como el silencio de un beso y tan callado como la explosión de tu piel.

Que sucumba el infierno bajo mis pies, que arda y devore las cicatrices, y la realidad se parta en puentes al cruzar la mirada.

Y que las raíces crezcan y hagan grietas al otro lado del tiempo.

Que sea tu verano abriendo grietas en mi cielo abierto. Que sea tu sol sobre los campos de trigo de mi cuerpo.

Y que esta pasión lejana, amanezada por la extesión, se complazca con el deseo, con el fuego, con el dolor, con lo que quema y con lo que nos queda...

Soltemos amarras y enfrentemos la tormenta sin otra vela que la piel que cubre este fuego, con la luna en los ojos y el sol entre labios.

Como aquella vez que el viento susurraba nuestros nombres y el mar rociaba nuestras ganas. Y el amor cabía en un gemido.

Y vivamos dentro de lo eterno para ser la única canción en la boca del mundo.

Sin más mundo que esa música de sol y de tormenta, de ruido y de silencio, de cielo y de infierno.

Ni menos culpa que nos agobie, ante todo esto: peligroso y necesario.
Desnudos y atados. Que de furia, que de piel, que de manos, que de nosotros...

Solo gritos y asfixia de piel, borremos la culpa y escribamos al placer, embistamos al amanecer y ahoguemos las sábanas con tu mar y mi sal.

Y atardecer con el sol en la mirada, con lenguas húmedas sisear al viento, su olor, su sabor. Y abrasar.

Y que en la punta de la vida haya oleadas de nosotros, siendo paisajes gritando.

Y luego que quede nada, ni tú, ni yo, ni tormenta, ni sol, ni verano aciago.

Omer Alfcorbar

El instante de sucumbir ha llegado.

He olvidado arrancarme las ganas de tachar los nombres de los sin nombre, de despedazar sus cuerpos, de incinerar sus mentes, de torturar sus sobras, tragármelas y vomitar a este ser que somos.

He olvidado a los insulsos que me habitan, a los desquiciados, a los egoístas, a los malditos intelectuales, a los despreciables idiotas que se sienten superiores, a los imbéciles que se dejan minimizar, a los malditos estúpidos, a los que hicieron de la vida un vil negocio, a los que escupen en las veredas de las ciudades abandonadas, a los que cercenan las ansias de levantarse del que nunca descansa, a los que se mueren de risa mientras matan de hambre.

He olvidado a esos bastardos, a los que creen en el estado, en la democracia, en el liberalismo, en el socialismo, en la anarquía, en la política, al ser miserable que nos puso límites, al que cree en subsistir sin ayuda de nadie, al que cierra los ojos para mentirse, al que se niega a extender la mano, al que te arranca los brazos, al que grita, al que deja que le griten, al que observa silencioso, al que lucha incansablemente por toda causa, al que despotrica contra el sistema, al religioso, al ateo, al teísta, al agnóstico, al parásito que lo devora todo, a este horrible ser que somos.

El instante de sucumbir ha llegado.

He olvidado.

Color atardecer





Ana R.

Treinta y tantos otoños.



Hoy se sienta, altiva, en el mismo banco en el que tartamudeaba con 15 años. Mira de frente a su niñez, al recuerdo de sus muñecas en la estantería, y ríe con una risa que es crujido.

En septiembre siempre celebra su año nuevo. Han recorrido vendavales sus venas, y ha sido tormenta cada octubre de sus años vividos. Y sus noviembres llueven arrastrándola en torrente hasta que diciembre se deshace en sus manos.

Tiene raíces fuertes y piel de corteza, que tatuó con un corazón flechado por cada hombre que se enredó en sus verdes ramas.

Hoy ya no tiembla cuando el viento la desnuda y cubre de recuerdos sus piernas. Mira sin miedo al frío, desafiante, empuñando un termo de café. Saca de su bolso un regalo de cumpleaños en forma de libro y deja que se marchiten las hojas en blanco.


Ester Marfer.

Hay algo de otoño en el adiós.


El adiós, esa estación de lo que parte. Aparte. El adiós es quien se queda, se queda en ese movimiento pendular e inverso que marca el ahora en que nos desprendemos, un marca-libros que recuerda la ausencia de la hoja, de lo extinguido entre las llamas del recordar.

El paisaje y sus fauces celestiales alfombradas con los sinuosos bailes de la hojarasca fueron tragando su silueta, mientras un extraño y lento mundo se balanceaba trazando un leve arco, marcando la sutil curva invisible en el dolor del instante, una nostálgica palma que hondea  y es mano y es cuerpo que se aleja hacia adentro, hacia las calles azuladas de la nostalgia, esa ciudad de seda punzante. 

Es adiós que hoy es de bolsillo y también es libertad, porque la libertad también duele y es en el dolor donde se logra percibir sus barrotes. Barro las hojas secas y las guardo en la herida. Aguardo en el secreto entre la herida del filo. En las lagunas otoñales de la mente. En el viento que la hojarasca se llevó. En el fino hilo infinito que va bordando la distancia, que va desbordando el vacío.

Así es como nunca, siempre. Así es como me olvido para recordarte en un intento de ser el testigo de mi  propia ausencia. Sí, desterrarte del recuerdo porque soy olvido. Así me deshojo en el adiós, como el árbol de viento que se lleva las hojas, como este otoño que es el adiós en que nunca te vas.


Alexander Gnomo.

Las cuatro estaciones del otoño


Ya es tarde para quejarse, no hay nada más qué hacer.
Me han hecho aparte y no consigo retomar mi ser.
Estoy tatuado de por vida, si así lo quieren ver.

Hoy vengo a disfrutar este atardecer.
Y aunque no lo crean, mis hermanos parecían enloquecer.
No entienden que los humanos me usan para aprender.
Pero a veces yo tampoco lo consigo comprender.

Fui hoja, fui raíz.
Fui tallo y así siempre fui feliz.
Me transformaron, pero ya estoy de vuelta aquí.
Soy ese árbol de otoño, con las hojas sin fin.

Al caer


Abrió los ojos de un crujido y se encontró con su niña interior rompiendo todas las hojas en blanco.
Aún transitando entre su estado hipnagógico, las boronas de sueño sobre los párpados se confundían entre los sinuosos retazos de papel ante el despertar.

Entre sueños vio a sus recuerdos, queriendo pintar cobrizos atardeceres sobre los trozos en blanco que caían. Viendo cómo danzaban los colores, se creía un rompecabezas de su propia vida.
Se marchitaba en el intento de no sentirse perdida.
Había acometido una aventura, se dejaba a sí misma dormida, atrapada. La niña había despertado y bajo sus pies una hoja en blanco.

El viento le despeinó los ojos, susurrando que llegaba el frío. Y la niña se bañó en la lluvia que la desnudaba, que la convertía en mujer.
Así caía, se desprendía, se vestía de la desnudez trazada por los nuevos vientos, por los viejos recuerdos que alfombraban sus nuevos pasos.

Remolinos de su otoño enredaban su melena. Leía historias marrones en las marcas de su piel olivo. Historias marchitas que el viento se había llevado hace tiempo.
Con cuerpo de siluetas abstractas, por la falta de identidad. Ya no sabe si proviene de un árbol o le debe su vida al tiempo, que la enseñó a amar.
Se desprende de sus cabellos una tempestad, y la carga del pasado aletarga su paso, abandona el cansancio en cada palabra. Ella es la hoja que cae.

Cae y se hace nostalgia, cae al otro lado de la ventana, resbalándose entre el dibujo de las gotas de lluvia. Atrapada por una manta y un café.
Hondeaba y se precipitaba. Llovizna de verde. La savia desprendida de una palabra enraizada, así se lleva, como el viento y la noticia que nace en la hojarasca.
Se desprende de sus raíces. Danza, danza esa niña con el viento. Se va con sus sueños a teñir de recuerdos los pasos de aquel caminante distraído.

Dice adiós, sabiendo que es un hasta luego. Se va deseando que su niña interior sea más que sólo un recuerdo.
Descubre la ventana a la mujer que sueña, que vive, descubre el frío del alma de quien sonríe. El amanecer despierta, con el otoño en sus labios.



Team Otoño, por: Ester Marfer, Alexander Gnomo, Ana Rojas, Fernando Ruiz y Ronald Dávila.

in-vierno

estornudo a varios sentimientos bajo cero
(oh, the winter, the winter)
se me caen las hojas secas
como huyendo

me alegra el ave
que se posasobremisramasdesnudas
el viento sonríe en sus esquinas
anuncia
-con un susurro breve-
que el sol viene

adiós, invierno.

Invierno



Cayó el invierno en tus ojos y entonces se llenó la calle de los recuerdos de un frío que congeló la última 
imagen de un suspiro aún latente, aún caliente en el pecho.
Era tu beso, el último que recuerdo. El que se abrazó a la vida negándose a soltarla. El que se quedó viviendo entre los labios y el sabor de nuestras noches largas.
El que caía en el cuerpo como ángel sin alas.
El que movía al mundo cuando nos quedamos quietos.
El que se negó a morirse aunque nosotros nos fingimos muertos.
El que se congeló en el tiempo y nos convirtió de hielo.

Silvia Carbonell L.

Dicen que soy invierno



Dicen que soy invierno,
dicen que duelo.
Juran que soy tan fría
que ya no siento.
Piensan que no me atrevo
a latir a fuego.
Creen que mi tormenta
te apaga el cielo.


Nunca me ven el llanto
cuando lo lluevo.
Nadie quita la nieve
de mis recuerdos.
Yo que busco tu abrazo
a través del viento,
veo como se oculta
mi sol y tiemblo.


Dicen que soy invierno,
y dicen: no quiero.
Juran que soy tan dura
que ya no temo.
Piensan que habré gastado
todos mis sueños.
Creen que estoy tan triste
que ya no vuelo.


Nunca me ven la savia
que bulle adentro.
Nadie besa las ramas
de mi árbol seco.
Yo que busco tu risa
detrás del hielo,
veo como te alejas
de mí y me muero.

Neva


Neva

Yo sé, no renaces, sea,  
ya lo evade, lo supe.

Será, musa allá va, la caletre nieve.
La cité, no falle aroma,
eco no callar, ámala.

Neva, ya di nevar,
allá hay reno, polos.

Raro llama amor,
ahora mal se asoma.
Frío seré.

No renaces de sal,
Allá cielo leí, hielo leí,
calla la sed seca, nerón eres.

Oír, famosa es la mar.
¡Oh!  Aroma  ama llorar solo.

Poner ya, hallar avenida,
ya ven a la mar, allá conoce amor a ella,
fonética le ve.

Inerte la cala, valla a su mar ese puso,
le da, ve ola ya, es seca, nerón.

Eso, ya ven.





Por Pepe Aguilar Alcántara
@PepeAA

Mirándote en el espejo, invierno



 Entonces veo a mis ojos, mirándome en silencio:


          el   en el espejo   yo soy
    invierno   en el espejo   tú eres
          es   en el espejo   él es
          la   en el espejo   ella es
      sombra   en el espejo   usted es
reflejándose   en el espejo   nosotros somos
 eternamente   en el espejo   vosotros sois
          en   en el espejo   ellos son
          el   en el espejo   ellas son
      espejo   en el espejo   ustedes son


 Esto pensó otro Rubén
                        mirándose en el espejo.


Un cadáver muerto de frío

De lo poco que queda rescato las cenizas. Porque las cenizas son invierno, y el invierno siempre se queda.
Cenizas que son paisajes grises llenos de risas en forma de eco, un eco frío llamado invierno.
Sé de mis ramas secas y mis tormentas, pero poco sé del calor del fuego, tal vez porque no se queda.
Y mientras se marcha me lleva, y es mi alma desnuda quien se queda, fría, inerte y poco a poco indiferente del paisaje que la rodea.


No he sabido acoplarme a esto que llaman realidad. Porque quién sabe, podría haber primavera, pájaros y yo tengo copitos de nieve en el menú cada día. Quién sabe...

¿Para qué pensar en lo que pudo ser pero que sólo quedó en quimera? ¿Cómo pensar en lo que es si sólo es desierto en esencia?
Esencia de un desierto blanco, frío, triste, solo, pero al final de cuentas, húmedo. Humedad que le sirve para recapitular, recalcular, renacer y florecer a través de la experiencia.
Tal vez me apago y me duermo, pero no sólo despierto tormentas, también me abrazo a tu hogar si sabes encender mi fuego.
En medio de tanto invierno, aún soy capaz de cubrir tu fuego, de pintar de hielo tus labios secos. Soy capaz de vestir de blanco el paisaje entero, de abrazar tu cuerpo y cubrir de lleno con calor lo que parece muerto.
Y ahora, a orillas de este piano triste, me siento a esperar algo que no conozco, pero que resuma esperanzas.

Porque después del invierno viene lo nuevo, primavera le dicen, idea efímera. Flores muriendo en un florero.
Flores cubiertas de hielo, muriéndose por dentro, para resucitar de nuevo. Flores cubiertas de hielo, cargadas de calor interno, para volver a ser invierno.

Yo soy invierno de hielo. Invierno con sabor a eterno. Yo duro porque soy duro. Siembro sólo por dentro.
Si soy invierno, ¿qué sos vos?
- “Primavera”, dijo el viento, canto anidando color.
Alma libre que surge del frío y del miedo. Alma nueva que nace del río y del siento, alma cálida que entrega en tu mano el calor.

Entonces cerré los ojos en medio de la noche y me dormí al calor de mis recuerdos más antiguos: una bicicleta, una moneda, unos abrazos. Esas cosas que ayudan.

Por Rubén Ochoa,
Pepe Aguilar Alcántara,
Mariana Aran,
Silvia Carbonell L. y
Dennis Romero.