martes, 26 de marzo de 2013

La voz de la almohada


“La voz de la almohada”

Sólo intentaba cerrar los ojos, dormir para despertar y volver a tener sombra. Con los ojos cerrados sólo escuchaba el agua caer, el rechinamiento de la cama al voltearse y su propia respiración.  Era insomnio lo que padecía en ese momento.

Permanecía callado, no quería prender la televisión porque menos dormiría, sólo planeaba como reencontrarse con su sombra a través de sus sueños, la interrogante de todas las noches, donde comenzaba a remar sobre su cama en ese mar de lágrimas. Callado ansiaba tocar tierra pero sólo lograba tocar su corazón.

El cuarto totalmente obscuro y frío, las sábanas jugando a ser las velas de la embarcación llamada cama, el sonido de la lluvia, la soledad eran las olas que movían el barco y la necesidad de expresar lo que sentía sin poderla compartir a nadie.

La única compañía que tenía en el día era su sombra, obscura y callada pero le daba siempre la razón estando a sus pies, nunca juzgaba su sentir, nunca le impedía caminar, lo acompañaba a todas partes sin importar el qué dirán, pero cuando llegaba la noche, la sombra se ocultaba y llegaba por otra puerta la soledad para comenzar a naufragar.

Todas las noches la soledad era tenaz en forma de disfraz,  disfrazada de miedo e inseguridad cuya sombra podía combatir desde cualquier lugar soleado y brillante, desafiando el atardecer, pero muriendo noche tras noche.

Todo seguía igual, en el día tenía compañía mientras que en la noche la sombra era la presa de la obscuridad y el insomnio llegaba puntual al cuarto, igual de obscuro y frío para que la cama saliera a flote.

Hasta que un día el problema ya no era sólo de noche, el problema había llegado de día. El tiempo transcurría y no dormía, disfrutaba el día y se cuidaba de noche, no encontraba el tiempo para dormir, ni para comer, sólo tomaba agua de ese mar dulce y amargo a la vez.  Esa noche el barco se quedó parado, ya no tenía fuerzas para alimentar a ese mar, no tenía fuerzas para llorar, hizo su mayor esfuerzo hasta que no pudo más y cayó. La cama comenzó a hundirse en ese poco mar que quedaba, la cama estaba en el fondo del charco.

Abrió los ojos y no sabía lo que estaba pasando, caminó en ese cuarto negro sin fin, sin saber su ubicación, sólo estaba presente su ansiedad y miedo, desesperado corría y gritaba, sólo estaba él, solo estaba. No conocía ese cuarto sin saber que era el mismo, hasta que escuchó un susurro lejano que en lugar de aterrarle le daba tranquilidad, se quedó parado, atento al susurro y tratando de entenderle, sin temor al sentirse acompañado, sin saber si esa compañía extraña para él era buena o mala; se calmó.

La voz poco a poco se le hizo conocida, se dio cuenta que no estaba muerto o en algún lugar lejano o desconocido, estaba dormido. La voz le hizo entender que no estaba solo, que no se percataba de otras formas en las que pudiera encontrar compañía. La almohada le hizo entender que siempre estaría ahí por las noches sin tener que ser sombra o tener forma humana, sólo era cuestión de escucharla y prestarle atención.

Abrió los ojos y no sabía lo que le estaba pasando, caminó en ese cuarto negro sin fin, sin saber su ubicación, sólo estaba su sonrisa y felicidad, contento corría y gritaba, sólo estaba él, él y su almohada. Ya no había charco, nuevamente era un mar gigantesco pero ya no era de lágrimas si no de sueños húmedos. Remó para llegar a la ventana y abrió las cortinas; lo que nunca imaginó, era una gran esfera de color gris en el cielo redonda brillante y alucinante, sus ojos no creían lo que estaban viendo, era un Sol nocturno sin calentar pero con la diferencia de poderla ver y contemplar sin lastimarle los ojos, se quedó minutos observándola.

La sonrisa no descansaba, el barco había tocado tierra y su corazón palpitaba rápidamente. Volteó lentamente para atrás y la sombra había regresado, era una sombra encima de la almohada, las lágrimas regresaron pero ahora eran de felicidad.

Acostándose sobre la sombra y la almohada, cerró los ojos y volvió a viajar. Noche tras noche viajaba en su cama para zarpar en el mismo lugar.

Imagen tomada de http://fernandonombela.blogspot.mx


Por Pepe Aguilar Alcántara
@PepeAA

Cansado

Sabes, estoy cansado de estar contigo, no de ti, no de tu presencia, no de tu absurda ignorancia del mundo y de mi, estoy cansado de darte el cariño que tú no te puedes dar, estoy agotado de darte de mi vida para que sigas viva y de como mi propia vida se ha acostumbrado a no vivir sino a sobrevivir junto a ti, estoy cansado de salvarte la vida y de tantos intentos fallidos por mantenerte aquí.

Hubo días en los que pensé que era yo el suicida y que si nos acompañábamos sobreviviríamos, pero no soy yo el suicida, no soy yo quien necesita algo o alguien para vivir, conmigo me basta y decido dejarte, porque no quiero que mi vida dependa de alguien a quien no le importa la suya. Me voy conmigo y mi vida a vivir a otra parte con menos muerte.

Sí, llevo algún tiempo pensándolo y sabes no es fácil para mi tampoco, de alguna forma mi vida depende de la tuya, tal vez sea de la forma más enfermiza, sucia, deshonesta, pesadillezca, terrible e insana pero en verdad te amé, a la buena, de la que se ama hasta llegar a viejos, de la que se besa con la boca sucia en las mañanas y se acaricia las heridas con los labios, en verdad te amé para toda la vida hasta que ya no quisiste tu vida, hasta que amaste más a la muerte que a mi, hasta que me dejaste morir junto a ti sin avisarme que ya no amabas la vida que hay en mi, hasta que empezaste a desear verme morir junto a ti.

Te voy a extrañar, mucho, no sé cómo voy a lograr no desayunar tus horrendos cereales súper dulces y los hot cakes salados, voy a extrañar todo aquello feo que éramos al final... creo que no me explico, al decirte a que te voy a extrañar no me refiero a que  me gustaría estar de nuevo juntos, me refiero a que me voy a sentir extraño sin todo lo que eres, eras y éramos, me voy a sentir extraño sin todos esos demonios que construimos y que hoy mueren al separarnos tu y yo, al separarnos algo más aparte de nosotros se muere: nuestros infiernos.

No te dejo todo, me llevo lo que es mio, mis libretas, mis discos, mis películas  mis libros, mi bici, el pizarrón de la sala, mi bonsái, mis recuerdos, mis olvidos, mis compromisos cumplidos y mi parte del matrimonio con todos los para-siempre y los hasta-nunca, el amor, el odio, la muerte y la vida que ello conlleva. Te puedes quedar con la casa embrujada por tus fantasmas, con mis ventanas y con las escaleras que no nos llevaron a ninguna parte y de mi te dejo mi brújula de bronce para que encuentres, si alguna vez le buscas, tu norte.

Adiós. Me despido para lo que nos queda de vida en esta vida, me despido de la muerta en vida que eres hoy, te despido de mi vida, de mis conversaciones mas no de mis ideas ni pensamientos, de esos te has convertido en habitante perpetuo mas no  eterno. Me despido también de tus besos sin deseo, de la vida sin vida que llevábamos, de la muerte constante, de la frialdad de la cama y de la mudez de tu lengua, sin embargo me llevo uno de tus abrazos, el inolvidable de mis lagunas, el de aquel día en que te llevé al bosque que visitaba de niño con mi familia y que hoy sigo visitando en busca de mi madre, del mar, aquel día en que te dije que escogieras un árbol, tu preferido, el que quisieras para hogar, y me abrazaste y me dijiste al oído: eres mi árbol preferido. Ése abrazo me llevo, esa voz, esas manos en la espalda que no rasguñaban, esos dedos que se paseaban en mi cabeza y se perdían en mi cabello, ahora ya escaso. Te llevo conmigo de alguna forma porque en verdad te amé para toda la vida.

Adiós, en serio adiós.

Puede que



Puede que nuestro final feliz siempre estuvo escrito, pero no supimos leerlo.

Puede que tus abrazos eran míos, pero no te aferraste con fuerza.

Puede que mi hogar siempre fueron tus labios, pero no supe regresar a casa.

Puede que nuestros sueños pudimos cumplirlos juntos, pero fuimos mas egoístas para cumplirlos solos.

Puede que siempre nos pertenecimos, pero no supimos esperar.

Puede que siempre nos amemos, y que el tiempo y la distancia sean mas astutos que nosotros.

Puede que si leyeras esta carta lo dejaras todo y vinieras a buscarme.

Puede que te conozco mas de lo que creo, y solo esperas que yo te diga lo que hagas.

Puede que aunque te diga que vinieras, ya sea demasiado tarde.

Puede que siempre me recuerdes, puede que nunca te olvide.


Ana R.



Hoy no te bajare las estrellas


Todos los días trascurren igual, coqueteos, bromas, uno que otro poema y palabras de amor tratando de llegar a tu corazón, pero al parecer es tan cotidiano, tan común y mundano que no despierta ni un poco de tu interés, tal vez tenga que cambiar la táctica y ser más directo, dejar que mis instintos me dominen y con mi fuego te lleve al infierno, que mis acciones quemen tu piel, que te derritas y escurras por tus piernas, tocarte el alma, sumergirme en tu abismo y navegar en tu mar…

Por eso, hoy no te bajare estrellas ni te entregare mi luna, te bajare las bragas y te entregare todo mi ser, tan fuerte y caliente como el sol. Me conduciré por la playa de tu piel, entrando en el pozo hirviente de tu vientre, cual naufrago dejare que se lo lleve la corriente, tu corriente, tan brava y noble, así es tu marea impulsada por el vaivén de la marea de tus caderas.

Hoy no te bajera las estrellas, tomare tu cuerpo desnudo y ardiente contra la pared, contra la cama o el sofá, cerrare tus ojos con mis dedos, viajare en forma de caricias por las estrellas de tu cuerpo, esas constelaciones que llamas tu lunares, pero yo tamo mis galaxias pasionales. Me uniré a ti, nos volveremos uno y cual jinete cabalgaré sobre tu cuerpo y te hare tocar las estrellas con placer y en la eterna oscuridad, la luna en mis embestidas tu encontraras.

Hoy no te bajara las estrellas, ni te escribiré una canción, tocare el más bello instrumento que conozco, “tu cuerpo”, con mis roces y apretones lograre, que de tus cuerdas vocales nazca una hermosa sinfonía, entre quejidos y gemidos, escucharas mis latidos susurrando tu nombre, hablando de ti, de lo mucho que mi alma te ama, porque aunque no lo creas, para mí esto no es solo sexo, es algo más intenso, incluso que hacer el amor, pues el amor ya lo traigo hecho en pecho, cuando mi corazón va cantando tu nombre en cada contracción, no esto es, hacerlo todo, crear un mundo nuevo, algo tan inmenso pero solo para los dos…




BJ

Amar

Amar es como morir,

como cualquier cosa que nace 

y llega a su desenlace

en el momento que más ganas tiene de vivir.

Sentimiento que algunos dejan ir,

que otros matan constantemente,

a algunos les llega de repente,

otros lo esperan durante días

de mañanas cálidas y noches frías,

que sólo quedan en la mente.


Byron Cáceres

Qué banal




Qué muertos están nuestros ojos cuando se ven.

Y muertos nuestros dedos cuando se tocan.
Qué muerta la sangre que me alimenta.
Qué secas las plantas y sus flores, y los árboles.
Y el cielo, qué muerto está el cielo estos días.
Muerta la gente, con sus miradas apagadas y las manos frías. Con los pasos hacia ningún lado.
El ruido y la luz ya no dan vida, acaso la quitan.
Los amantes solos, ya ni pueden amarse a ellos mismos.
Qué tontas las letras que inspiran.
Qué ridículo el poeta. No se ocupa, no sirve.
Que inutiles las tildes ¿de que sirven?
¿Qué placer da vivir?
El mundo está gris y apagado, andarlo se confunde con el último ocaso.
Con la muerte, qué terrible la muerte. Pero más terrible todo lo muerto.
No diré que tú matas todo lo que antes no importaba si estaba vivo. Qué aburrido lo cursi y lo romántico.
Qué estúpido el hombre que ama a una mujer. Qué patéticos los que se quieren y los que se necesitan.
Qué tonto intentar vivir, cuando ya no está muerto. Qué tonto sonreir con motivos falsos. Todos son falsos.
Qué tristes tus ojos. ¿Qué les hice? ¿por qué me permitiste hacerles eso?
Qué trivial perdir perdón.
Ya nada va a revivirme.

Juan Diego Maya Duque

Lunares


Los lunares / infinitos
son detalles
son cielo
son lugares nunca vistos
o por verlos me hago el ciego.
Los lunares son piedras
de tropiezo
lapidan mis manos
me entierran tus besos.
Los lunares son casas
hogares
bienvenidas
los lunares son destellos
el camino de regreso
la estrella del norte
por tu boca.
Los lunares
son tuyos
en los míos
tus lunares / mi demencia
donde terminan mis suspiros.

Alexander Ureña

Todo fue tan rápido que fue eterno





Ni siquiera supimos cómo sucedió
solamente sentimos como la pasión
tomaba las riendas de la situación;
fu el vino, las velas, las estrellas, no lo sé,
solo sé que la noche no fue suficiente
que el día sentía celos y vino a cortarnos las alas,
que las aves matutinas quisieron acallar
nuestros gemidos con sus trinares,
y que a pesar del cansancio
nuestra sangre seguía hirviendo bajo la piel.


Camille

El Monstruo en el sillón



La noche se cernía sobre el pequeño poblado costero del norte de España. En su habitación, el chico se escondía bajo las sábanas, asustado por la tormenta que repiqueteaba con fuerza en la ventana. Solía sacar de vez en cuando la cabeza para observar al hombre que creía estaba sentado en el sillón del escritorio. Esperaba a que un relámpago iluminase el cuarto para lenta y disimuladamente, asomarse por el faldón de la cama y mirar en la dirección donde aquel ser misterioso se encontraba.

Efectivamente, estaba allí.

Pedro, que así se llamaba el muchacho, volvió a esconderse al borde del llanto en su refugio. Estaba demasiado asustado para huir o, simplemente, para pedir ayuda a su padre. Probablemente, el monstruo no se había percatado todavía de que él estaba despierto y, si se le ocurría gritar, su papá podría tardar más de la cuenta en llegar a socorrerle mientras que aquel ser espantoso estaría obligado a acabar con él.

La tormenta sonaba cada vez con más fuerza lo que aterraba todavía más al muchacho. Ya lo había estado otras noches cuando creía haber visto a otros seres, pero esta vez era verdad, estaba allí.

Decidió que tenía que actuar. No podía esperar a que ese ser se aburriese de mirarlo y le devorase. Él era demasiado pequeño para defenderse, pero seguro que su padre le daría una buena paliza. Así que se armó de valor y gritó con todas sus fuerzas. Fueron los segundos más tensos de su vida. A sus cortos cuatro años no recordaba haber pasado nunca tanto miedo. Esperó a que se produjera un ataque del intruso ahora que
ya había descubierto que lo habían atrapado. Se abrazó fuerte a la almohada, pero esa embestida no llegó. De repente, la luz de su habitación se encendió y Pedro vio como su padre aguardaba medio dormitando en el marco de la puerta. Increíblemente, el malvado se había marchado. En su lugar, únicamente un montón de ropa que, mirándolo bien, tenía cierto parecido a ese maligno ser que acababa de huir de la habitación. De nuevo su padre le había salvado, era su héroe.

Antonino de Mora Taberner
www.losmomentosalpedo.com
@antoninomora

Las letras impresas





"En el paraíso los hombres comen hombres." Anónimo.

Cuándo la gente se olvidó de hablar, cuando no hubo más caricias secretas, más veladas con amigos, cuando no hubo más abrazos ni lágrimas genuinas, cuando la gente se olvidó de alzar la mirada, de buscar ojos simpatizantes, cuando no quedó nada más que un rostro en una pantalla y la ilusión de conectar.

Los artistas, los idealistas, los amantes, los conversadores, las mujeres desesperadas, los hombres solitarios divagaron por el mundo, sin lugar a donde ir, sin alguien con quien compartir su frustración. Subieron escalón por escalón los 480 pisos de los edificios grises que parecían empujarse unos a otros. Todos idénticos, todos gigantescos titanes de la era moderna, todos amontonados, todos tratando de robarle el aire al de al lado. Llegaron pues los románticos a las azoteas y contemplaron el mundo. Desde ahí observaron a la gente. La vieron caminando por la calle sin levantar la mirada, agobiados por problemas estúpidos, enfrascados en un universo digital e inalámbrico. Chocaban unos con otros y nadie pedía disculpas, nadie levantaba la mirada, nadie decía buenos días o buenas tardes.  Desesperados los románticos gritaron. Gritaron con furia, con rabia. Gritaron hasta que se acabó el aire de sus pulmones. Nadie los escuchó. Su desesperación se perdió en medio de toda la contaminación sonora.

Los más afortunados de estos románticos  saltaron. Saltaron y sintieron el aire en sus rostros, bajaron 480 pisos acelerados a 9.8m/s y al sentir la fuerza de gravedad actuando sobre sus cuerpos, y el aire moldeando sus cachetes; sonrieron por que era lo más hermoso que habían sentido en un largo, largo tiempo. Sus cuerpos, al impactar con el suelo, se convirtieron en gelatinas amorfas y sanguinolentas en el asfalto. No pasaron ni diez segundos y la gente comenzó a caminar sobre ellos sin darse cuenta del horror. Los románticos fatalistas que saltaron, terminaron esparcidos por toda la ciudad mezclados con la suciedad de las calles o entre los surcos de las suelas de los zapatos de la gente.

Los menos afortunados, bajaron cabizbajos los 480 pisos. Llegaron a la planta baja y se reintegraron al caudal de gente que caminaba sin levantar la mirada. Derrotados por la indiferencia y la soledad, los románticos regresaron a deambular las calles en busca de otro humano en un mundo deshumanizado.

Después de mucho caminar, la mayoría perdió la esperanza y algunos perdieron la razón. Los pocos que quedaban, al poco tiempo dejaron de pedir disculpas al chocar con los demás, dejaron de caminar con los ojos ágiles buscando alguna mirada levantada, dejaron de buscarse y se perdieron en soledades únicas y los sepultó un mar de entes.

Carlos Ferráez Servín de la Mora




Haces falta aquí en mi pecho



Es inevitable que duela el cuerpo y que duela el alma cuando la razón reconoce que no estás al lado de esta piel.
Ha sido inevitable dejar de soñarte, de sentirte, de amarte y de desearte aún cuando sé que por el momento no puede ser.
Naciste en mi pecho, naciste en mi mente y hace más de dos décadas que existes pero mis letras no lo sabían, sólo lo suponían.
Fuiste ese sueño creado en una noche sola y fría, ese sueño que se forma con la intención de no hacerlo realidad, no te puedo hacer realidad. Sin embargo, a pesar de tener las probabilidades del azar en mi contra, llegaste a mi vida, llegaste hecha tormenta, inundando mis días, lloviendo entre las piernas, abundando en la despensa.
Caminaste mis senderos, acariciaste mis valles, bebiste de mis aguas y ahora me dejas completamente seca, no dejaste ni siquiera huella, dejaste morir los helechos.
Te pido por favor que me enseñes a partir en silencio, con esa fuerza, con ese ímpetu, con esas ganas de que no te sienta ni el viento.
Haces falta aquí en mi pecho, hace falta sentir tu aliento, morder tu boca, besar tu alma y abrazarte la sonrisa. ¿Qué le pasó a tu sonrisa? Creo que la has olvidado en el maletero. Si me dices exactamente dónde, puedo ir a buscarla y pintártela de nuevo.
¿Qué le pasó al amor que me jurabas? Ese que decías que hasta la muerte defenderías.
Mujer, haces falta aquí en mi pecho y ya no puedo con el vacío que has dejado, ya no quiero este hueco.

Helena Sibarita
@LaCkatrina 

A 50 metros del radar

A 50 metros del radar

Apuntes para una novela 

Es una mañana de un jueves, por debajo del volante de su automóvil, talla el pulgar contra el índice de su mano derecha, como fabricando polvo, a ratos presiona el botón de la palanca de cambios como un gatillo imaginario que dispara a botellas de humo en la alfombra del coche, la mayoría de las veces se acaricia una barba imaginaria en el mentón de torpedo que cuelga de su rostro impasible como la respiración de un muerto, esperando, solo esperando. Como cada mañana, ella apareció en su radar visual al cuarto para las nueve. Tres minutos antes, él se preguntaba ¿qué ropa traerá hoy?, ¿hace frío?, quizá elija el abrigo con peluche blanco en las solapas y que la cubre (maldita sea) hasta las rodillas, ojalá que no hiciera frío, que fuera de nuevo primavera o verano para verla en su vestido blanco y volado o en alguno de esos jeans entallados y color cielo enojado. Ella camina con prisa, con esos pasos cortos de pata joven, sus caderas se mueven coquetas de un lado a otro y él, la mira embelesado, la desea, se muerde un labio, frunce el ceño para centrarla con los binoculares en los que se convierten las cuencas de sus ojos, ella camina más aprisa, no sabe si por culpa del reloj o por esa sensación incómoda que la recorre justo 50 metros antes de llegar a la parada del colectivo. Él sabe que ella es puntual como el sol, le toma 3 minutos recorrer la distancia que abarca el radio de su mirada, otros 5 minutos para verla subir al colectivo y 24 horas para verla de nuevo en el mismo lugar. La codicia nace de lo que vemos todos los días, leyó o escuchó en algún lado, no hay duda alguna que él la ha mirado demasiado y ahora la codicia en cada parpadeo.

Son demasiados retazos de solo 3 minutos, pensó un mes antes, son demasiadas fantasías y ninguna realidad. La distancia física le hace daño, la distancia entre su vida y la suya lo lastima más, se talla la barba invisible de su mejilla derecha y mira de nuevo el papel entre sus manos, le concede el uso de una casa de renta por un año y está a solo 1 hora de la ciudad, le tomó tiempo encontrarla, pero no tanto como decidirse a buscarla. Si tan solo las cosas no hubieran tenido que ser así, si tan solo ella hubiera accedido a ser conocidos, a saludarse de vez en cuando y poco a poco volverse amigos y quizá algún día algo más, pero lo rechazó en todos sus intentos y ahora tendrá que cargar con las consecuencias de sus irreflexivas negativas. Se guarda el papel y revisa mentalmente una vez más el plan. Las mañanas son un mal horario para la maldad, ha elegido la noche, cuando sabe que ella sale de la universidad donde toma clases por las tardes. La improvisación es para lo que tienen ganas que los atrapen antes de disfrutar el fruto de sus esfuerzos, durante un mes ha espiado su rutina de la universidad a la casa, ahora sabe cuáles días la recoge el novio (ese bastardo maldito), el tercero en 2 años de silencioso asedio, conoce la ruta que sigue para salir caminando de la escuela para abordar el colectivo y sabe la visibilidad y movimiento de gente que hay cada noche entre la bajada y las 5 cuadras que la separan de su casa. Ha rentado una van color blanco y le ha puesto unos engomados falsos de un negocio del que ha visto que sus unidades pululan por toda la ciudad sin que a nadie le importe un segundo de su tiempo para verlas, ha conseguido un buen narcótico que ha probado con gatos y perros, sea ha asegurado que sea rápido y sin efectos secundarios, en el interior de la camioneta está todo dispuesto para inmovilizarla para el viaje, cubrirla de miradas indiscretas y hacerle cómodo el traslado a su nueva morada.

Son las 7 de la noche, es un jueves, eso significa noche de billar para el novio y sus amigos, él sabe que ninguno de ellos saldrá de ahí antes de la medianoche, el novio, probablemente medio borracho le llame a ella para despertarla y decirle que la quiere y el resto de las bobadas que dicen los hombres como él. En los próximos 10 minutos ella aparecerá en su radar, hoy trae su abrigo plomizo con motas negras, y una bolsa de mano grande del mismo tono, tal como la recuerda de esa mañana, como la recuerda del mediodía y de hace 20 minutos que la observó subirse al colectivo verde con franjas cremas con destino a casa. Él ha recorrido la misma distancia en la mitad del tiempo y ahora la espera con la seguridad que da la anticipación. La banqueta está despejada, la van blanca está estacionada a un lado de un árbol que ofrece cierta complicidad para sus planes, ha calculado todo, deberá tomarle 20 segundos tapar su boca con el narcótico y arrastrarla hacia la puerta abierta de la van blanca, cerrar la puerta a su espalda e inmovilizarla en 30 segundos más, apostarse en el asiento del conductor, para luego conducir, conducir y conducir a la gloria. Hasta la música tiene preparada y sonríe, cualquier otro hombre estaría nervioso, pero no él, los nervios son para los inseguros, él está confiado en su plan, lo ha repasado infinidad de veces, hoy no hay luna, hace un frío endemoniado y las calles están desoladas, el calor está entre las paredes, no en sus 50 metros de radar a la intemperie. Al fin la mira aparecer, su rostro está más pálido por el viento helado, las manos metidas en el abrigo, la capucha del abrigo le llega hasta mitad de la frente y mira hacia el suelo, como si entre las grietas del concreto pudiera rascar un poco de calor con sus pasos cortos y rápidos para llevarlo al resto del cuerpo. De pronto siente que le tapan la boca, quiere gritar y un trapo aguardentoso se le mete entre los labios secos, la tela sabe amarga como el ácido de una pila vieja, siente que su cuerpo ya no le responde igual, se siente arrastrada y recostada en algo acolchonado sin poderlo evitar, voltea hacia arriba y entonces lo mira a él, directo a los ojos, lo identifica en el momento justo que la sorpresa cruza por sus ojos y la consciencia se escapa de su mente. La puerta está cerrada y afuera solo se escuchan, el choque de unos cables de electricidad producido por el viento frío de esa noche, el sonido a lo lejos del movimiento de los carros y una inmensa soledad para la chica que duerme en el piso de una camioneta anónima. Ahora empiezan la pesadilla y el sueño, respectivamente para sus ocupantes.

Renko

Blog: http://arkrenko.com 
Tumblr: http://arkrenko.tumblr.com

El espejo retrovisor

El espejo retrovisor

El primero en sorprenderse ante la descabellada idea fue el tipo que lo observaba desde el espejo retrovisor, muy parecido, sino idéntico, a ese que era antes de abrirle la puerta a… a eso; aún no sabía bien a bien que era, ni sabía si existía un adjetivo que lo dibujara en su mente pero sin darle vida, sin apretarle las costillas hasta hacerle pasa el corazón. Sentía en la columna vertebral y en las pelotas el miedo a darle cuerda a la idea, dejarla deslizarse hasta lo más profundo de un abismo en el que se encontraría a otra versión de si mismo, pero más retorcida y que la usaría para escalar hacia la superficie; en verdad lo asustaba todo eso. Se dio cuenta que no podía olvidarla, pero tampoco podía evitarla, ahí estaba el pensamiento diminuto como ajonjolí, echando raíces en la tierra de las fantasías, acechando en la parte más oscura de su conciencia como un francotirador anónimo en un rascacielos, como un asesino despiadado esperando que su victima pisara medio metro sin luz para dejarle caer encima todo el peso de su sombra y hundirle el cuchillo que transforma a un hombre normal en un depravado.

Era un mediodía normal, los rayos del sol pegaban en la ventana del chofer y lo obligaban a traer la visera abajo, volteada hacia el sol. Él iba manejando su viejo cacharro color tinto oxidado, tan sucio por fuera como por dentro, tan sucio por todos lados como ahora se sentía a si mismo. En el aparato de sonido se reproducía “Nebraska”, una canción de El Jefe Springteen, cuando la vio parada a unos cuantos metros del semáforo donde ahora hacían alto todos los coches. Era una mujer sin mayor atractivo que ser mujer, chaparrita, morenita y medio gordita, con un vestido entallado a mitad de los muslos, hablaba por un celular y masticaba chicle. En cualquier otro momento habría pasado casi inadvertida, pero no en aquel, no para él. Ni siquiera volteó a verlo, ella ni se enteró de la avalancha de sombras que se desató en uno de los muchos hombres detrás de un volante que voltearon a verla, como perros olfateando a su alrededor por si les llegaba el olor de un buen hueso o una buena perra en celo. ¿Quién era esa mujer? ¿Era solo una mujer anónima que hablaba por teléfono con una amiga o algún galán anónimo ella y con el cabello relamido en gel mientras esperaba el colectivo? ¿Era acaso una prostituta que estaba haciendo stop en esa esquina, esperando unos cuantos billetes para guardar en la cartera sudada que portaba en la otra mano? ¿Era solo un pretexto para que por fin se despertara un monstruo que ni siquiera sabía que dormía bajo su piel? Todo eso lo pensó justo antes que cambiara su luz y justo antes que sintiera una punzada entre las piernas, tan solo un chispazo sin llegar a flama, un poco de sangre bombeada a medio gas hasta su entrepierna.

Por un momento pasó por su mente dejarse llevar, ¡pero no!, no quería materializarlo, pero era una idea que cayó en su cabeza así, como un rayo en la apacibilidad de un pueblo abandonado, inevitable y silenciosa si no había nadie que certificara el ruido de la caída. ¿Qué se sentiría ponerlo en su boca, pegado a sus labios cerrados y luego abiertos?, quizá al principio, flácido y adormilado. ¿Cómo sería la sensación de sentir una boca distinta a la ya tan conocida boca de su esposa? Quizá sentiría en la lengua de la mujer la misma frescura del chicle que masticaba sin descanso. ¿Sería acaso caliente, rasposa y con la turbia humedad de la cavidad prohibida? ¿O sería helada y sin lo que se necesita para provocar el despertar del animal? Ahí estaba ya, lo había pensado para si mismo y ya no había marcha atrás. ¿Sentiría algún tipo de asco por el olor a sudor del mediodía y aroma a perfume, seguramente, barato de la gordita? ¿O por el contrario, cerraría los ojos y se rendiría al placer infinito de que se lo chupara con la pericia lenta y medida de una puta que sabe retribuir con justicia cada peso cobrado. ¿Se vendría rápido o por el contrario notaría como, al encontrar desconocidas las caricias, se le escondería el orgasmo detrás de su indignada conciencia, como duro castigo por sucumbir al placer de la carne dentro de la carne? ¿Cómo sería el pago? ¿Cuánto costaría que se lo chuparan hasta que se le derramarán las ganas? ¿Se lo bebería, la mujer, todo, sin hacer gestos y luego seguiría masticando su chicle ahora con sabor a esperma y menta? ¿O abriría la puerta para escupirlo en el pavimento? ¿Diría algo o se limitaría a tomar su dinero y regresar a la esquina a esperar el siguiente cliente? ¿Se lo chuparía sin lavarse la boca? ¿El habría sido el primero, justo al empezar su puta jornada? ¿O era uno del medio y por lo tanto, en su miembro estarían ya las células del orgasmo de otro macho?

Luego pensó en su esposa, si ésta sería capaz de detectar, aún días después de su descarrilamiento, el sabor de otra saliva o el sabor a traición en el esperma que por segundos almacenaría una vez más en su boca. ¿Le miraría a los ojos mientras lo chupaba, como tratando de adivinar qué era lo que encontraba diferente en su carne inflamada o desecharía la idea y seguiría chupando con los ojos cerrados pero la mente inquieta sin saber por qué? ¿Lo dejaría a medio orgasmo al percatarse que ese miembro ya no le era exclusivo y correría a vomitar al baño? ¿O lo mordería con furia hasta dejarle un dolor tan grande como su tristeza, como su ego de mujer malquerida? ¿Haría maletas y tomaría los niños para irse a refugiar bajo el techo paterno? ¿O las maletas que haría, serían las de él, con montones ropa apretujados por la prisa y por la ira? ¿Y si se colaba a los diarios, como esos famosos que los atrapan con la bragueta abajo y las ganas dentro de una puta? ¿Lo correrían de su trabajo por depravado o se convertiría en algún tipo de apestado para hombres y mujeres? Secretamente admirado por unos y tal vez deseado y a la vez repudiado con sentimientos encontrados por aquellas mismas mujeres que hasta entonces lo había ignorado. Dio vuelta en una manzana, a dos cuadras se apreciaba la silueta larga de 12 pisos donde estaba su hogar, su mundo y su futuro.

Volvió a pensar en la boca de la gordita, en el labial gastado y la piel quemada de sus labios medianos, volvió a preguntarse si valdría la pena meterse en esa boca, deslizarse en esa lengua desconocida. Se preguntó si después de morder la manzana prohibida, le surgirían deseos de dar otro tipo de mordidas, de meterse en otro tipo de lugares prohibidos, de darle rienda suelta a otro tipo de fantasías, de dejarle abierta la puerta a un monstruo que llevaría su mismo nombre, pero que no sería el mismo hombre que miraba en el espejo del baño cada mañana antes de ir al trabajo, el mismo padre de familia, normal y urbano, que se despedía de su esposa y de sus hijos 6 días a la semana.

Mientras ponía la palanca de velocidades en “P”, jalaba el freno de mano y apagaba la marcha del coche, volteó lentamente hacia el espejo retrovisor. Sin importar las respuestas a todas sus inquietudes, se dio cuenta, con sorpresa y horror, que ya no estaba en el espejo el hombre que había visto en ese mismo espejo cuando hacía alto en el semáforo unas horas atrás y una gordita masticaba chicle, con un celular de teclas gastadas al oído; se percató que en el espejo, ahora lo miraban los ojos del monstruo en el que se había convertido.

Renko

Blog: http://arkrenko.com 
Tumblr: http://arkrenko.tumblr.com