martes, 21 de mayo de 2013

Pinches Viernes

Foto: Nadia Ochoa

María


María

Bajo sus pies las calles vacías ardían en silencio, sus ojos solo miraban dentro, sus manos buscaban la salida.

Sólo los recuerdos le servían de soga. Soga de la cual tirar para encontrarse, o quizás con la que podría colgarse.

Mirara donde mirara solo encontraba lágrimas, humo y sentimientos ahogados en el fondo de la botella.

Un nombre de mujer se repetía en su cerebro. Creyó haber olvidado el suyo. Se encontró añorando su cordura.

Y caminó, caminó rápido para borrar los sentimientos, directo al abismo, donde todo empezó, donde él murió.

Corrió. No había retorno. Estaba lejos de ella y aún más de él mismo. Ella estaba muerta y él creía estarlo.

Fue cuando por primera vez en la noche se fijó en la carretera, la noche y el miedo había ocultado los cristales rotos, la sangre de sus manos, las lágrimas en sus ojos.

De repente se acordó de su propio nombre. El odio que le provocó lo tumbó en el suelo. Cansado y con la boca seca gritó su nombre. Esa noche acabó con su vida; su única vida: María.


Cadáver exquisito escrito por @RevoItoso & @Xulious 

Una vez en un tango



Nos conocimos en un tango, una noche de abril, bajo la luna.
Y de pronto el tango no es música: es destino, es presente, es arrebato.
Quizá el tango es un lugar: el justo medio en donde nos encontramos.
Tal vez el tango soy yo: por eso me bailas, y me tocas, y me vives.
El tango no se baila: se hace, como el amor.

Nadia Ochoa

Sin un ayer que olvidar


Antes de olvidar el nombre de ella lo escribió profundo en la corteza de un árbol, por cada letra, una lágrima que reflejaba su rostro.

El viento hacía crujir las ramas, al compás de su maltratado corazón, deshojándolas sobre su abatido ser.

Algún día dejará de ser, olvidará todo lo que le hizo estremecer, algún día será silencio, el vaivén de la hoja que no llega a caer.

No albergará nombres es sus ojos y dejará de acariciar imposibles; será incógnitas en un futuro sin presente.

Un presente sin ayer, un lugar sin posición, una lágrima sin sentido, un dolor sin razón, una vida olvidada en la corteza de un árbol.

Y llegarán los otoños, disfrazados de tormentas y vendavales, a despojarlo de hojas y ropas. Llegarán en un adiós eterno, sin vida.

Julio Muñoz y Ester Sinatxe.

Ni lo sé, ni me importa


¿Qué hacer con una papelera repleta de cuentos rotos?
¿Y con los pedazos de ese mito caído?
¿Qué hacemos con lo que nunca hemos tenido?
¿Quién fue primero la prisa o la falta de educación?

- Ni cortés, ni valiente: cosmpolita.

¿Dónde dejaré caer estas palabras?
¿Las escribiré a lápiz o a golpe de teclado?
¿Dejaré pasar otro otoño por estas páginas en blanco?
¿Cambiaré estos inútiles hábitos?

- Ni monje, ni yonkie: rutina.

A la espera de más dudosas conclusiones y preguntas que nunca me interesaron, se despide hasta el año que viene,

Ester Sinaxte.

Me eligió para escribir su camino

Me eligió para escribir su camino, de eso no me cabe duda.

Me eligió para abrazarlo en las noches frías y sin ruido. En las noches ausentes llenas de vacío. Me eligió para darle luz a sus ojos.


Cuando alguien así te entrega desde su piel hasta su corazón, 

tú debes convertirte en la coraza que nada lo toque y dar gracias por ello.

Me eligió de entre miles, tal vez mejores, tal vez, más fuertes, 

pero nunca le amarían de la misma forma, 
ni darían su vida por sostenerlo en sus brazos.
No caminarían sus pasos, ni agarrarían sus sueños de la mano.
No le bajarían las estrellas, mientras improvisaban canciones de luna.

Cuando alguien así logra encender tu corazón que no hay frío capaz de romperlo,

tú simplemente agradeces.
Te sientes humilde de que la grandeza con su belleza llegue a tus brazos.
De que el cielo te abrace mientras tú le llevas gestando.

Por eso sostengo sus manos, 

no solo es cuestión de que no suelten las mías, 
es el muro inquebrantable que se forma con ellas.

Es la fuerza que mantiene todo girando, mi centro, su mundo, 

mi universo y todos los sueños sostenidos por nuestros lazos.

Y sí, me eligió para escribir su camino, 

el camino nuevo por el que él va sosteniendo sus pasos. 
El que no suelta, sino avanza.

El que no se detiene ni por prejuicios e indecisiones. 

El que camina firme para sostener el mundo y encenderlo con sus profundos ojos.
El que guarda piedad en su mirada y fuerza en sus pequeñas manos.

El que ríe cuando fija la mirada, 

y recuerda algún sueño que lo mantiene flotando.
El que sostiene en sus labios, 
una palabra que le dicta a sus ojos cuando se clavan mirando los tuyos.

El que te dice todo con solo tocar tu rostro 

y tu alma empequeñece a su tamaño para reconocerlo grande.
El que te eligió de entre todas las manos para no soltarlo, 
para escribirle historias de amor tan profundas y llenas de magia como esta.

Es el que te arma cuando el dolor te destruye y no te queda nada. El que te levanta cuando nada más puede hacerlo.

El que lleva resistencia en lo complejo y las rarezas.
El que sabe que puede, aunque el mundo entero diga lo contrario.

Te amo.


"Carta de amor para un hijo".







A dos años del silencio

A dos años del silencio, los recuerdos; 
y cada uno haciendo fila, esperando su turno en la ventana, en mis ojos y la cocina.

En mis ojos, tu rostro. 
Ahí te quedas observando cuando callamos
y apretamos la sonrisa para que no se escape con las lágrimas.

Sin embargo en los sueños, que desconocen las fronteras, tú respiras. Enciendes desde mis ojos y mejillas y terminas iluminando mi sonrisa.

Y donde mire, pareces asomarte como un día cualquiera que no lleva fecha, 
que no lleva sello de pasado o de presente o que se mezcla.
Pudiendo ser presente de un pasado sin futuro, 
o un futuro con la fuerza del presente que todavía te recuerda.

A donde mire, las paredes parecen contenerte.
No son los cuadros, ni los muebles de la casa, 
eres tú dándole sentido a todo por los espacios de donde algún día caminaste.

Lo que espera que regreses a tocarle, 
lo que siento cuando inhalo esperando una pequeña escena que te llama.

Mientras, cierro los ojos esperando.
De pronto, en ellos apareces 
con la sonrisa desenfadada a la que siempre me acostumbraste.


Silvia Carbonell L.





No estás




Despierto, pienso en ti, checo el celular y como hace tres días no hay noticias de ti.
Pasan las horas y en cada uno de sus segundos estás tu sin estarlo. Me siento fuerte, me siento débil y se que tanto amor duele y duele mucho, pero también se que no estás, que no quieres estar y que nunca has estado, me llena un vacío, me duele aun más.

No estás cuando quiero que estés, cuando quiero que me abraces, cuando me abruma el pensar que no me amas, que todo lo dicho no son más que palabras y no estás para demostrarme lo contrario.

María Fernanda Acevedo Olguín
@Fer_AcOl

Me moví en los cinco hemisferios de mi cama



Me moví en los cinco hemisferios de mi cama, en ninguno pude descansar porque hay tertulias que aún te veneran y brisas que saben tu nombre, silbidos desmelenando árboles y susurros en idiomas mundanos. Es así como se siente no sentir nada. Recuerdosque de viejas peripecias alimentan su brío. Depronto resurges y yo todavía olvidándote a pedazos.


Evelyn Robles
@lyntribute

Pretexto para querer.



No recuerdo bien porqué es que miro tanto sus fotos, si razones para quererlo encontré hace mucho y ni su boca, ni sus ojos, ni su barba son suficientes; es todo lo que le conforma, es usted lo que me hace quererle.

Permítame le explico esto: no hay nada más incomprensible que el cariño que le tengo pero sé que tiene que ver con esa esencia de niño que le veo por todos lados, aunque insista en creerse un amargado.

Y bueno, no importa qué tan lejos estemos -de kilómetros o del alma- aún algo de mí le pertenece: parte de mi paz, porque usted es la canción que disfruto y huele a café, ése olor casa y a fruta traída por mamá. ¡Usted es tanto de todo!

No sé bien porqué miro sus fotos, no todo lo suyo está ahí… Su alma se le escapa por los ojos y anida en sus ojeras, pero eso se le nota más cuando me habla. Cuando me habla y las grietas que vi de sus labios ya no se notan, es solo su voz. Perdóneme, pero déjeme seguir. Hablar de usted es un frenesí, es un sabor en su punto, es dispersar mi mente y hacer que converja en querer, es todo, es nada, es flotar en el aire creyendo sumergirme en el agua, correr en campos, saltar barandas, es sonreír. «Usted me raspa el alma aún cuando ya se ha quitado la barba» Y lo que falta decir que solo le siento, más allá de lo que los ojos ven.

No, no sé exactamente qué busco queriéndole, vi que tampoco encuentro motivos en imágenes suyas. Usted es razón sin razones y tengo que conformarme con eso. No entiendo mucho, pero cuando hablo de su nombre ya luego no puedo parar y voy a oscuras, tanteando el terreno en busca de su olor a paz. A veces no lo encuentro y cuando lo hago es confuso, puedo perderme, caerme y volverme a levantar, estando a su lado pero sin estar realmente. Y no, mejor ya no le busco excusas o conceptos a lo que representa aquí dentro, ya mejor voy a quererlo así hasta que me alcance para un par de tazas de café más y que para cuando su sensación no me acompañe, el recuerdo de que le tuve sí esté.

Y no sé, tal vez nunca se borre la marca de su café en mi memoria. Y tal vez nunca deje de mirar sus fotos y no encontrarle explicación sea mi pretexto. Tal vez usted sea solo mi pretexto para querer.

Isabel.
@Cafepicante.

Oda mía



Contigo pero sin ti,
sin ti para conmigo,
de no ser a ser visto,
me he visto sin haber sido.
Ciegos de inquietud,
ganas no me faltan,
ganas cuando pierdo,
todo y ¿cuánto?, no sé contar. 

Exploraré tus sueños,
despiertos si se puede;
realidades que se beben,
para embriagar la locura,
que despide la cordura,
sin decir adiós por ateos. 

Puede que puedas,
sin poder ya puedo,
cuando puedo sin ti,
soy yo quien puede,
y tú quien no intentas.

La oscuridad y el laberinto


La oscuridad y el laberinto

No tuvimos que decirnos mucho, el destino ya nos había escrito antes de sucedernos. Andábamos perdidos y con una extraña ansia de encontrarnos. La hoja huérfana no cuestiona al viento quién es, ni le importa a dónde la lleva, solo se deja arrastrar por él hasta elevarse y perderse en la mirada de lo que deja atrás. Nada le inquieta saberse frágil, entre sus brazos se sabe ave protegida. Tampoco piensa en la inevitable caída, ni en romperse en mil pedazos. En la intuición de su vientre basa la confianza de dejarse llevar por el impulso de volar girando de arriba a abajo en la impetuosidad de su abrazo, a veces caliente, a veces fresco, hasta aterrizar suavemente o estrellarse en algún lado al finalizar el idilio con el viento; quizá con raspones, pero sin una rasgadura de arrepentimiento.
—Me dijo —Qué haríamos, usted en pedazos y yo sin corazón.
Al escucharla, algo se me removió por dentro, sentí una gran piedra que se desprendía en lo alto de mi muralla y se despeñaba en cámara lenta hacia abajo, yo tenía los ojos a prueba de tentaciones, pero la vi con los ojos del alma y caí junto con aquel enorme pedazo de roca. Supe que ella era esa oscuridad en la que podíamos perdernos juntos. Ella era la tentación que estaba esperando el laberinto de mi mente para dejarla entrar sin el trámite del tropiezo.
Oscuridad y laberinto, reunidos por un dios aburrido de la misma historia de Amor, disfrazado de destino, empeñado en tirar los dados cargados de desarmados y desalmadas, sin números rotos ni sueños descosidos.
La oscuridad no puede perderse en el laberinto, lo intuye, lo inunda, le da sentido. La oscuridad se regocija de expandirse libremente por sus pasillos, de apropiarse de las paredes del laberinto y colgarles los cuadros de sus héroes, de pintar las frases de sus autores preferidos, de hallar sus libros favoritos en cualquier rincón y recostarse sobre el piso a disfrutar de leer sobre el pecho cómplice de su nuevo amante, lleno de caminos y ninguna salida sencilla, todas aquellas historias que le llenaron la cabeza de fantasías, de deseos secretos por un hombre, mitad demonio, mitad ángel, envolvente como el pecado y natural como el amor que ahora les brota entre la estocada de una mirada compartida y la carcajada de una broma que solo a ellos envuelve.
El laberinto no puede resistirse a la oscuridad, le ha puesto su nombre a todos sus precipicios y decide lanzarse a sus brazos de dama nocturna. Las grandes pasiones buscan laberintos de ojos bonitos, porque saben que hay amores que arden mejor en la oscuridad. La oscuridad y el laberinto se vuelven una sola pasión. Se reconocen en cada beso. Ella se estremece en su vientre al sentirlo cerca. Él se humedece los dedos para escribir sobre ella, y ella para leerlo, hace lo mismo en lo íntimo de su abrigo. Para el laberinto los ojos de ella fueron todos esos libros en que deambulaba imaginando historias con él de protagonista. La adopta como el sol a la luna que acepta calentar su piel en la distancia. A veces, se desean tanto que esa distancia se vuelve un camino en llamas. No existe laberinto sin oscuridad y la oscuridad solo adquiere sentido cuando puede perderse en lo insondable de alguien más.
Empezamos a recordarnos en las páginas del destino en cada frase pronunciada. Me aclaró que alguien le había robado el corazón equivocado, se había llevado su inocencia envuelta en lágrimas de sangre y había confundido la música que llevaba por dentro con sus latidos. El cobarde había huido creyendo que cargaba con su bomba incansable y en su prisa por alejarse había dejado inalteradas para mi suerte, las dos cosas que más me atraían de ella, su mente de Erato y aquella manera de latir sin corazón.
—El único corazón que puede robarme, es el que tengo entre las piernas —me dijo ella. —ese es el bueno y me late mucho por usted.
Yo no necesitaba más peligros, que la caída de sus ojos, de su ropa y de su boca para saberme tentado. Le propuse escondernos detrás de las letras, en el fondo de las canciones y en los finales de todas las historias de amores errabundos. Inventarnos un mundo nuevo donde podamos borrarnos cada noche y escribirnos al amanecer. Coincidiendo para desnudarnos, poco a poco, despacito, yo escribiendo y ella leyendo. Ella necesitaba un miedo como yo, que le estremeciera el vientre, lo pedía a gritos en la mirada, en las manos y hasta con sus silencios. Necesitaba mis manos para que la escribieran y también para desnudarla no sólo del cuerpo, sino de las partes de su alma que desconocía. Necesitaba mis ojos para que la supieran y mi corazón como guía para encontrar el suyo, perdido en su propia oscuridad de amar.

La sombra de dos desconocidos


La sombra de dos desconocidos

Pienso que me despertó el instinto su mente enferma, esa oscuridad en la sombra de su sombra que sacudía de una forma siniestra mis deseos más abyectos, unas ganas, hasta entonces desconocidas en mí, de lacerar su piel no solo con uñas y dientes, sino con todo tipo de instrumentos tal vez inofensivos en otras manos, pero no en las garras de una bestia que apenas despertaba en mi mente y que se afilaban con solo avistar una piel de vampira como la de ella. Nos encontramos por primera vez una tarde de marzo cuando escurría la luz de un jueves en los pasillos de la universidad donde ella estudiaba y yo impartía clases, nos miramos como se miran dos extraños que se reconocen de alguna otra vida, pero el recuerdo se les escabulle entre miradas furtivas y un escalofrío traicionero que se resbala por la cordillera del deseo. Debajo de mis cejas negras se quedó grabada su boca de luciérnaga sin nombre y entre sus pestañas se quedó impreso el filo imaginado de mi barba arrastrado por sus alas. Nos dijimos todo en un segundo y lo olvidamos de nuevo en el siguiente movimiento del reloj, ella siguió su rumbo desconocido y yo anduve partiéndome en pedazos de cama en cama las siguientes noches.
Pero el destino tiene abismos imposibles de sortear para los seres que se han quedado a deber de todo en otras vidas, una semana después nos encontramos de nuevo en el estacionamiento de la facultad, quise sonreírle y solo me salió una mueca hacia dentro, porque mi boca se quedó pasmada, quizá imaginando el roce tibio contra aquellos labios con promesas de placeres errantes y ella quiso no voltear a verme, pero se le hizo tarde a sus ojos para encontrar en donde perderse, nos sostuvimos la mirada uno al otro sin remedio y esta vez, se escuchó el bramido de nuestras almas al reconocerse de manera definitiva en esa manera legendaria que tienen un hombre y una mujer de comunicarse en silencio, cuando todo en ellos se sincroniza con solo miradas y palabras del cuerpo. Le quité las llaves del coche de su mano y ella se coló hacia el asiento del copiloto saltando por encima del asiento del conductor, fustigando mis ojos con la revelación de la parte trasera de unos muslos de un blanco asesino. Me acomodé al volante y arranqué sin decir nada, para dejarnos tragar por la noche y perdernos en los renglones enredados de nuestro sino. Mi mano alternaba el vuelo entre la palanca de velocidades y el canal que se abría cada vez que mis dedos separaban sus piernas, la tela de su vestido fue la última frontera para mis dedos desvergonzados y exploradores, mi vampira gustaba de volar sin redes ni protecciones de ningún tipo; entre semáforos y altos, me encontré muchas veces con el antónimo de seco, que empapó el viaje y abortó la llegada de cualquier silencio incomodo. Para cuando arribamos a nuestro incierto destino, ya conocía de ella todo lo que me resultaba realmente importante para el resto del camino con los pies descalzos.
Recuerdo que la habitación estaba en penumbras, un cuarto con un número cualquiera, en un hotel sin mayores lujos que la quietud y la complicidad de sus paredes marrones. Entramos sin prisas, como si fuera parte de nuestra rutina encontrarnos con desconocidos todas las noches o desencontrarnos para conocernos cada noche, dejamos las luces en la misma intensidad que estaban a nuestro arribo, ella se alejó hacia la ventana y yo fui en su busca, cazador y presa, intercambiando pasos sobre la alfombra callada. Llegué por detrás, a besarle la espalda entre suave e hiriente con mis labios cálidos y una barba de tres días, ella sintió mi aliento peinando los vellos de su nuca, yo acampé por completo en su cuello, clavando la tibieza de mi boca en esa tierra exquisita que comunica la garganta con la nuca, trazando un círculo imperfecto de jadeos y respiraciones entrecortadas. Sin voltear, ella inclinó la cabeza hacia atrás, como para provocar que mordiera su cuello, pero yo sin caer en su provocación, mojé con saliva hirviente su oreja izquierda, le susurré –vas a ser mía – entonces se la mordí fuerte y la chupé para que se lo confirmaran el borde de mis dientes, mientras mis manos le abrían las páginas del pecho para leerla en braille con mis dedos, las puntas sobre las puntas, la suavidad de unas contra la rugosidad de las otras. A partir de esos instantes, la temperatura en la habitación pegó un brinco mortal, la ciudad desapareció en el alfeizar de la ventana y mi vampira se prendió a mí, con el hambre feroz de 10 siglos, nos besamos con una necesidad insaciable de recorrernos por completo, empezando por el interior de nuestras bocas, a los besos reptantes y las dentelladas salvajes siguieron las caricias descaradas y urgentes, pero acompasadas.
En la habitación empezó a sonar una placentera y acelerada melodía ejecutada magistralmente a cuatro manos y dos bocas, en perfecta sincronía de caricias y recorridos sin límites ni escrúpulos, haciéndonos poquito daño como para cerciorarnos que estábamos por fuera del sueño, escribiendo con saliva y sangre la fantasía de encontrarnos frente a frente después de malvivir alejados tantas vidas. Nos besábamos donde sabíamos instintivamente que se escondía un gemido, nos mordíamos en el lugar exacto donde habitaba atrapado un grito de placer solo esperando ser liberado por la llegada de los dientes, mis dedos no titubeaban, si no que profanaban con el acero tibio de sus movimientos todos sus recovecos de mujer de la noche, calentando cada reducto de piel conquistado, dejándolos oscilando hasta el regreso de mis manos o mis besos. Mi vampira demostró que sus labios errantes sabían encontrar nuevas rutas para brindarme placeres intensos y despiadados, que solo un jalón oportuno en sus cabellos oscuros los interrumpían por agónicos segundos, antes que encontraran otras vetas donde escarbar sin misericordia hasta descubrir sonidos que ignoraban hasta mis propios oídos. Nos desvestimos contra la pared, matándonos uno al otro entre mordidas y caricias inagotables, haciéndonos pedazos con la boca y armándonos de nuevo con la lengua, a cada beso animal con menos ropa y menos calma, disparándonos de esos besos mezcla de amor y odio que solo se comparaban con las zanjas que dejaban sus uñas en mi espalda y las marcas que le imprimían mis dientes en la delicada piel que había estado escondida bajo el vestido.
Nos bebimos la noche en todos los lugares donde llueve el amor y más se encienden las grandes pasiones. Dos rivales extraños que por fin se infligían las heridas que la pasión exige y el cuerpo anhela, dos armas de fuego que jugaban a golpearse, ahorcarse, penetrarse y fundirse en un abrazo húmedo e hirviente, un duelo no mortal, sin otro ganador que el destino de dos amantes escritos uno para el otro. Mi vampira me enseñó al recibirme en su interior, que la frialdad de su piel era una mentira escondida en el color de la nieve y ella aprendió que en la negrura de mis cabellos se agazapaba un ser más oscuro y perverso que ellos, que se asomaba en las ráfagas veloces de unas manos marcadas una y otra vez sobre sus blancos montes tirando a tinto entre espasmos de placer y gritos secos. El juego se volvió una guerra, cada uno buscando el fin del otro, encontrando su propia muerte en un toma y daca del cañón y la bala que se repujan uno al otro hasta que es inevitable la explosión intensa, la dispersión del placer en pequeños disparos que se van sintiendo en todo el cuerpo, hasta llegar con toda su fuerza al alma, al núcleo secreto donde se multiplican todos los placeres físicos.
Agotados, con la misma chispa prendida en la mirada, pero sin haber cruzado una sola palabra, nos tapamos las heridas con la ropa encima, ella tomó sus llaves y abandonó la habitación, yo me quedé tendido en la cama, fumando un cigarro para atrapar en el humo el recuerdo de sus vuelos sobre mi cuello. Al filo de la madrugada, dejé el hotel y me fui en un taxi a recoger mi coche, en el parabrisas estaba un papel con una fecha, una hora y un número de habitación escritos con una letra que albergaba más amenazas que promesas. Firmaba: ”Tu vampira”.