martes, 9 de abril de 2013

Nadie te dio permiso


¿Quién te dio permiso de meterte en mis pensamientos?
¿Y te dio permiso de convertirte en mis silencios?
¿Con qué derecho apagaste mis sonrisas?
¿Y quién te dio derecho de enamorarme con mentiras?
¿Acaso no te diste cuenta, que puse las estrellas en tu cama para que fueran tus luciérnagas?
¿Y no entendiste que por ti ahora comienzo a caminar a tientas?
No, parece que no. Creo que no te diste cuenta.
Y el derecho y el permiso, te valieron una reverenda mierda.
Y no importaron mis defensas, ni mis súplicas de que no me lastimaras, que yo no buscaba nada, que yo no esperaba nada, más que una simple sonrisa honesta por la mañana.
De nada sirvió que yo caminara despacio, que yo no forzara los pasos que a tus brazos me llevaban.
Nadie te dio permiso, ni a ti te importó pedirlo.
Nadie previó ese daño, que me dejó entre el abismo y una muerte que no acaba.
Pero aprendí a recoger mis pedazos, estoy aprendiendo a reconstruirme en el camino, pues te llevaste el instructivo de mí.
Pero algo aprendí de este camino llamado tú.
Descubrí que se puede entregar todo sin dejar de ser uno mismo, que se puede perdonar desde el pecho sin olvidar lo ocurrido, y que ahora, aunque mucho te amo todavía, me la pienso dos veces antes de tomar de nuevo tu mano para recorrer el mismo destino.
Descubrí que por mucho dolor que se queme en mis ojos, en las lágrimas mismas, se encontrarán tus escombros.
No se irán, aunque tú ya lo haz lo hecho, aunque todo este cielo quede tan lejos y roto. Ya que tú te haz plantado como raíz encendida de un árbol eterno que permanece incendiando.
Un árbol eterno, que no se muere y se olvida.

Texto a cuatro manos por @shivisc y @LaCkatrina.



Yo no puedo

De esas noches que parecen guardar silencio 
porque tu boca lleva fuego y yo temo quemarme en tus labios.
Donde las estrellas calladas observan la luz encendida de tus ojos ardiendo.

Me retiro, me aparto, y no porque tenga miedo 
sino porque miedo es justamente lo que necesito para apretar mi freno.
Tan natural me resulta tu cuerpo encajando en todo lo que mi vista abarca
que no temo y debería.

Porque tu sonrisa franca se adueña de todos los espacios
de los que en mucho tiempo has sido el centro.
El anfitrión de mis noches anchas tan llenas de risa,
tan llenas de tanto que siempre tuve suficiencia y no carecí de nada.

Y yo no puedo, no quiero ser lazo de nuevo de tus brazos
y no porque tema, sino porque llevo el alma herida
y no quiero apretar mi frialdad a la calidez de tus besos.

Temo y muero por ello, temo vivir de nuevo
temo que todo eso que me cubre en el confort de mis miedos,
se rompa, colapse, y me enseñe tus ojos
y no pueda evitar nadar para siempre en ellos.

Así que solo me dejo tocar de lejos,
como esa caricia que no puede robarte el sueño,
porque si dejo que tu piel se acerque de nuevo
me quemo, me muero 
y esta vez no respondo...
Inevitablemente comenzaré a enamorarme de nuevo.


Silvia Carbonell L.




Aquí estoy yo

Cuando encontré mil motivos para no seguir caminando, ella dijo: 
"Aquí estoy yo, espero que eso sea suficiente".
Así comenzó su historia, así comenzó mi destino.

Y nos tomamos del viento, 
porque no había más que cielo para abrir las alas y no soltarnos de la mano.
Nos agarramos del suelo, porque no había más camino 
que el que estábamos dispuestas a construir de nuevo.

Nos aferramos a la arena, 
porque los castillos en el aire desaparecieron. 
Construimos castillos nuevos, 
con el color del cielo y lo que nos prestaba el mar como terreno.


El ir caminando de su mano no pesaba, 
es más, aligeraba todo el peso del mundo detrás de nuestra espalda.
Era el motivo, no la carga,
Eran mis sueños creciendo en el vientre en su forma más liviana.


Y fue entonces que abrimos camino hacia los sueños. 
Donde ella ya pintaba todos los paisajes donde resurgía lo eterno.
Entonces tomó todos los ojos que la esperaban para iluminar sus rostros, 
con la hermosa sonrisa que llenaba todo mi cuerpo y su contorno.


Silvia Carbonell L.




Ofrenda emocional


La ansiedad va en franco ascenso, opinión muy personal que abarca las ansias de tenerla donde siempre he querido, en la protección confortante que representan mis brazos, una gran satisfacción me es el hecho de evocar tal pensamiento; el simple contacto breve de su piel con la mía, una idea que, aunado a la ayuda de una imaginación desarrollada, compleja, minuciosa, sincera, meticulosa, cabal e inagotable, vaya, es la capacidad que puedo ir perfeccionando progresivamente con el paso de los años. Hace que una mirada, un beso, un abrazo, le dé a transmitir el porqué de la infinidad del deseo y la simpatía que giran en torno a su constitución física e intangible. La sustantividad pretende darme tregua, los sueños denotan una carga positiva y dominante, es el medio de traducción, el puente surrealista y pletórico que interactúa con la materia fantástica de mi mente; lo increíble de todo es que no hay instante existente en que mis sentidos no delaten y detallen cada una de sus inciertas pero inocentes intenciones. Irresistible, tierna, dulce como el melocotón, pensándolo bien, no tiene comparación aparente; razonable delicadeza que me hizo suspirar desde la primera ocasión, floreciendo mi espíritu escritor, lírico, tonto y carismático, en un medio tan complejo como los sitios de imprenta digital en los que se necesita de un grado mínimo de sapiencia como requerimiento para mantenerse perseverante sin importar las circunstancias adversas, o por el contrario, favorables. No obstante; obtendré el fruto de ejecutar el esfuerzo que desde hace algún tiempo he aspirado, transcribir el sueño espléndido de una noche-madrugada, no manejo fechas precisas cuando menciono esta clase de asuntos, como a finales de septiembre o principios de octubre. En el cuál éramos adultos, al menos de edad, siempre nos comportábamos como ingenuos adolescentes. Rememoro el período de tiempo porque lo intuí al instante, señalo justamente la parte estacionaria del año que me vió nacer, menudas coincidencias elocuentes conspiradas por un universo perfecto, la armonía que predomina en él; orígenes mágicos y misteriosos que sitúan y asientan proposiciones particulares.

Dado que el número exacto de recreaciones surgidas han sido contables, me enfrasco en el más revelador, premonición que únicamente en mis manos está la opción de que éste acontezca, fluya libre el andar de la acción, similar a un río en plena primavera y con corrientes inalterables y cristalinas. Es valioso; por un lado, porque me va fortaleciendo de a poco, un progreso meritorio, que me ha servido para descubrir cualidades que hasta hace pocos meses desconocía, una visión cursi del tema tocado sería que ella me ha sensibilizado, si antes era franco, intuitivo y capaz, ahora lo soy aún más, supongo que la edad ha ido ayudándome de manera vertiginosa, las muestras de ello son incuestionables; y por otro, aunque no muy bueno, me he convertido en alguien débil, en el sentido de que no puedo apartarme de ella, como una ternura que nos mantiene íntimamente unidos, excluyendo los kilómetros que nos separan, obviándolos. El vigor que sugestiona el sol, vertiéndose lentamente sobre la tierra fértil del intelecto, un coloquio fijo es el de 'prendérsele el foco', cosa que no es nada difícil habiendo tanto calor en la ciudad, la fricción que desempeña en el cerebro es fruto de la rápida reproducción de métodos de reproducción verbal, o más bien, de continuo mejoramiento del sistema comunicativo, bueno, apartando el chiste; me adentro..

La complexión suscita en un cálido transcurrir nocturno marabino, se evidenciaba la afición por la lectura más que nunca, un frenesí inquebrantable que fortalecía en su momento cada rincón de mi ser, el evento se realzaba en las mañanas, evocaba la última ente línea para mi libre interpretación, la habilidad natural y atractiva que colmaba mis sentidos, ligado exclusivamente al esbozo entre ceja y ceja; una mirada estúpida me nace cada que la miro fijamente, ella no se queda atrás, platicamos de las mil y un cosas. Apaciblemente guardo en un cofre pequeños trozos de papel de un material extraño, los cuáles tenían mensajes subliminales y posteriores deseos tras una larga noche estrellada. Observaba de forma minuciosa el cuadro de enfrente de mí, lo recuerdo a la perfección, entendiéndose como una representación gráfica de un artista desconocido, el estilo era refinado. La ilustración se trataba de la inmensidad preciosa y gélida del ártico, sumado a una aurora muy llamativa, restos de estrellas por doquier, claro, se esforzó en ir mejorando cada trazo, allá él y su respetado trabajo, éste ocupaba buena de parte de la pared, el cuál tenía un mensaje de mi tío materno en la esquina inferior, alguna frase célebre de él que mi mente no da para especificarla, grabado por su puño y letra, plasmando a su vez la fecha en que dedicó el obsequio, un año inolvidable. La remembranza marcaba una huella imborrable en mí, puesto que la data coincidía con el año de su fallecimiento, una lágrima de felicidad brotaba de mis ojos, ella conseguía secármelos con sus dedos. Los días cálidos se abrían paso, unas pequeñas gotas humedecían las cortinas, a ambos nos encantaba sentir el aire fresco circular sobre la casa, particularmente en los ratos libres acontecidos en el dormitorio. Ella tendría que partir a una ciudad lejana por motivos laborales, su vocación por el trabajo me fascinaba cada vez más. El entusiasmo que al cabo de unas noches me comunicaría por medio de varias cartas, enviadas desde Europa por parte de ella, las leía detenidamente, nuestros quehaceres nos agotaban de manera paulatina. Pese a eso me encantaba la idea de que se forjara día a día, ser la prueba verídica de autosuficiencia; me hacía falta ella, no podía disfrutar de un caminar como se debía sin la otra parte de mi ser, mi mitad del cielo y a la vez mi vida entera. Transcurrirían meses, eternos meses, pero mejores vísperas llegaban, regresaría a casa en una inesperada mañana de domingo. No era de extrañar en ella, complaciéndome con un buen libro, un amuleto, y una taza de café preparada por ella misma. Mi cansancio era tal que no me permitió sentir el sonido de la puerta y el dulce olor. Sin embargo, aún tendido en la cama, no conforme a eso; se posó sobre mí, me aprisionó en sus brazos para luego darme uno de esos besos tímidos, divinos, lentos, hasta en lo más recóndito del alma fue a dar, qué atrayente resultó el anhelado momento.

La timidez y el atrevimiento que destilaba en todo gesto surgido desde el segundo en que me vislumbraba lentamente; es cuando me pasaba por la cabeza lo siguiente: «¿acaso es posible que dos cualidades opuestas coexistan de manera sana y tentadora en una persona? ¡Qué maravilla se le ha ocurrido al cosmos por tamaña creación! Está bien, específicamente a un señor llamado John. No sospechaba que la mujer de mi vida estaba por llegar, ¿pero qué? A mis dieciocho años, ya era edad idónea para fijar los patrones de una vida por proyectar al lado del ser que me ha complementado y escuchado en mis peores momentos, o etapas más reflexivas de mis días, así digamos». Desde esa propia habitación me he concedido sobrevolar mis propios límites, la frontera en que las letras forman similitudes con los planetas imaginarios en los que no hace presencia ninguna fuerza negativa. Qué ilusorio y surreal, pero extraordinario al fin y al cabo, el carácter sublime que se ajusta a mi necesidad vespertina de reposar la agudeza mental que trabaja a inicios de la jornada, citada residencia tranquila y espaciosa en la que compartíamos y tratábamos de entender y deducir cada mirada. Acompañada por un trozo de pan con una dosis de chocolate recio y caliente. La tarde se desvanecía entre los árboles que apenas sentían la ligereza del germinar de sus hojas. El aire fresco y puro que se despedía por las adyacencias era lo único comparable al de su respiración y su hermosa e indescriptible compañía; me ponía a pensar y afirmaba con una tenaz potestad de que el futuro era sinónimo de su nombre, también del primer hijo que vendría en camino. Para ella sonaba apresurado, me apoyaba el hecho de tener una estabilidad económica de consideración; como producto de todo individuo afianzado en la vida y en las responsabilidades que conlleva. El ambiente exterior se prestaba para el compartir en la plaza, es de destacar que la tranquilidad percibida en los alrededores era maravillosa. El trino de las aves que revoloteaban en plena paz y serenidad. Cerraba el epílogo con la gallardía; caía la noche, implicaría el comienzo del descanso, tomaba en mi mano el broche de su dije, ya que le incomodaba por el largo viaje.

Posterior a la descrita acción fantástica es que surgen los destellos del día, pero esta vez en la realidad. Seis y treinta de la mañana, tal vez fuera más tarde; la sonrisa en mi rostro era de admirar al verme en el espejo, costumbre que hago diariamente por si uno que otro pequeño grano. No recuerdo vez anterior en que haya recreado un sueño de esa magnitud. Hasta que descubrí que siempre estuvo en mí la convicción de proyectar un sinfín de ellos.. Éste texto es el simple cuerpo; el alma la posee ella, habitando en cada uno de sus agraciados gestos, sus cabellos, sus labios, sus ojos. El estado de inspiración tuvo que elevarse a la potencia de mi virtud a medio tiempo, la constelación delineándose en nuestras manos unidas, quebrantando todo lo malo, trasmitiendo aquello que nos hace ser mejores cada día, ella me lo ha enseñado. Planteando fundamentos de índole mutuo, qué gratificante se me hace la conclusión. Es sorprendente, que me haga ver al mundo desde una perspectiva magnífica, siempre con la voluntad de perseguir y luchar por las metas ideadas, los propósitos de todo tipo. Tengo que descifrarme; las líneas que frecuentan los vientos para conformar el equilibrio de esto que llevo dentro, la llama que me hace sentir vivo, consigo dirigir los pensamientos que afronto con notable valentía en toda fase matutina. Su jovialidad fragante; sus manos, actuando de alas que difuminan distancias, las mismas que me sostendrían, equivaldrían a la suma sensata de la determinación que me instiga.
Para usted; «señorita de mi vida».

Francisco Javier Paz

Un buen amigo me dijo




La mayoria de las veces podemos hacer un cataclismo de nuestra ola de problemas que nos aqueja, intentamos explicarlos fabricando hipótesis en nuestra mente para lograr brindarle una supuesta tranquilidad a nuestro espíritu, realmente lo que intentamos es absolvernos de nuestros propios demonios, justificando nuestras acciones sin afrontar nuestra propia realidad, nuestra propia personalidad; evitar a toda costa ese enfrentamiento anclando la mente a un pasado que tan solo es eso: Pasado, es cuando perdemos el aroma, el sabor, el color de nuestra propia existencia, la vida nos da muestra a cada instante que vale la pena redactar a diario las hojas de nuestra historia pero podemos estar tan ciegos que no vemos todas aquellas señales que nos invitan a crecer, a madurar y lo mejor de todo a vivir con la inigualable sinceridad que solo nosotros podemos dar.

Daniela Olguín

Retazos de un hombre surrealista


                                                                               
                                                                              A César Vallejo.

Hay un sitio
por donde empieza a nevar
y una mujer aconteciéndome.
como nombrada por mí.
como el relato de un regreso.
No me ve,  pero se ruboriza.      
               
Hay un amarillo
por donde empieza a envejecer el día.
como mi adiós,
en donde reside mi silencio.
Entonces callo, y al oírme lejano
me encuentro un nombre que no recuerdo
y una tristeza de no se sabe quién.

Hay una puerta,
por donde salió alguien rompiéndose en su lucha.
otorgándole al tiempo la ventura de la vida.
olvidando sus instantes
abandonándose en su verbo.
Pobre.  ¿Dónde estará?

Hay un hombre,
rodeado de imprevistos,
con una dosis exacta de risa
y otra excesiva de dolor.
Lo suficiente para hacer de él un diálogo.
Un conjunto de sordas e inefables quejas.
un viento del norte sin ni siquiera un sur.
Una causa,
un fin,
un posible sufrimiento,
o inevitablemente, una tumba.

Hay un nunca,
que avanza paralelamente entre una vida y otra.
uno que apenas cabe en mí
y aún no conozco.
De esos que si hubiera sido de otra época,
existiría hondamente en mi memoria.

Ahora,
hay un pensamiento idéntico a este,
contado desde alguna otra voz.
desde algún otro invierno,
otro idioma,
otra noche,
otro fin.
Alguien que de seguro me conoce de memoria,
o me ha leído desde siempre.
alguien que de seguro
está aconteciéndome
desde algún sitio
por donde empieza a nevar.


El Objetivo


Darhama desnuda seducia el bello animal sin cabeza, permitirle tocar sus pechos fue el  voraz milagro que la llevó al infierno; Un suave movimento, la mano izquierda sobre su pelvis, la lengua en busca de un objetivo, no existían las sonrisas ni los gemidos, eran actos mudos, actos secretos, actos probablemente infantiles, sólo  un juego de mamá y papá. Había una cláusula de tiempo, pero no díalogos; Sólo  habian dos. 

El bello cargaba con la trizteza entre las piernas, la vida estaba diseñada para cambiarle de zapatos cada mes. Intempestuoso momento al penetrarle al abismo de su interior, a su psicología extraña. Como una colilla de cigarrilo fue pisada la actuación y llamada la lazcivia.  

Y El esperma ganó la carrea  de la mujer más bella.

Andrés Ruíz Rueda
@A_RuizR
http://andresruiz123.tumblr.com/

El cuervo que alguna vez me amó



Estuve aquí parado esperando la nada y el cuervo voló hacia mis hombros anunciando la liberación de mi ser.  ¿Ser libre es atarse a un ser? pregunté al cuervo que sostenía un ramo de lilas en su pico. El cuervo me miró desde mi hombro y soltó una lágrima. Bajó el pico, yo subí la mano y puso las pequeñas flores azules en mi palma. Emprendió el vuelo a no sé dónde y desapareció entre las nubes desgarradas, formadas por el soplar del viento.
Emprendí mi camino, ahí estaba yo ahora pensando en la nada. Las piedras hacían que mis pies tropezaran con facilidad, el camino que estaba atravesando parecía no tener fin: un gran sendero de piedras cafés como el mole, el pasto amarillo con algunas formaciones verdes y por supuesto, alguno que otro árbol que movía sus ramas sin distinción alguna de que le importase la vida: su vida.
Seguía mi camino buscando una respuesta. Las lilas azules en mi mano empezaron a llorar, sus pétalos dejaron un camino que después podría ayudar a regresar de donde estaba y seguir  esperando la nada. Mis pies estaban adoloridos, mis ojos cansados, mi espalda quejosa y había un silencio tan grande que mis oídos no podían soportar.
Paré mi caminar para admirar a unos ruiseñores que cantaban y empezaban el cortejo, no quise volver a recordar lo vivido, no quise sentir lo que había sentido; sin embargo los pájaros melancólicos insistieron que yo lo hiciera. Parecería que todo esto fuese planeado por un sinvergüenza que le gustaba verme sufrir.
El cuervo volvió tan imponente como de costumbre y esta vez en lugar de lilas llevaba flores de liquen atoradas en sus patas, alguien las había mandado para mí. Sonreí, entendí que el cuervo también lo hizo y volví  a poner en mi mano el pequeño montón de flores grises.
Ahora tenía dos ramos en mis manos: en la izquierda flores de liquen y en la derecha las pocas lilas azules que no quisieron llorar.
Estuve caminando por muchas horas, no sé cuantas. Preguntándome cosas, reflexionando otras y rechazando algunas más. Mi mente ya no soportaba el vacío que ahora cargaba y que no me dejaba respirar bien.  ¿Será que algún día pueda respirar bien? en el camino encontré muchos animales: un gato escocés (por la forma de su pelaje); un conejo con cuerpo blanco y patas negras y un zorro trataba de cazar a un desafortunado ratón quién corría por los montículos de tierra cerca de las flores amarillas que, refugiaban a una diminuta pero grande mantis religiosa. Cuando pasé junto a ella, hizo una reverencia, quizá fue por el reconocimiento a todo lo que te lloré algún día.
El cuervo seguía en mis hombros. El cuervo pensó que estando conmigo me sentiría mejor y no pensó mal, porque me sentía cómodo con él, me sentía acompañado, no sentía soledad.
El sol se empezaba a ocultar. El racimo de flores de liquen estaba marchito y las lilas azules solo tenían tallos. Yo llegué a la nada, a la nada de una vida recorrida, a la nada de ir preguntando y obteniendo pocas respuestas. Podía sentir la vejes en mis párpados en mis caderas, en mi espalda y en mis manos.
La noche se asomaba y pedía permiso para que yo me fuera a dormir, así que me aparté del camino de piedras,  con la luz nocturnal se veían de un azul muy obscuro, me quité los zapatos, enrollé mis calcetines y sentí la humedad del pasto verde-amarillo entre mis dedos largos y fríos.
Me senté  y luego me acosté. El cuervo había dejado mis hombros y regresó a los pocos minutos para llevarme rosas amarillas, rosas chinas blancas, rosas de Alejandría, hojas de sauce y pocas flores de amapola. El cuervo inició un ritual sobre mí: colocó sus patas en el pasto y empezó a caminar en círculos invocando a la muerte; después, puso  algunas hojas de sáuce a mi alrededor.
El cuervo se colocó en mi cabeza y empezó a llorar.
La noche llegó y con ella llegó el sueño infinito que me llevó lejos del cuervo que alguna vez me amó.


Emiliano Ruiz
@Emi_Nerd

Hienas enjauladas



Hienas enjauladas


Ejercicios para calentar la pluma

Había tardes en febrero, en esas horas que la nostalgia se desborda, que los recuerdos —como hienas enjauladas— cavaban zanjas deambulando de un extremo a otro en su memoria, lo que hacía entonces era llevarlos a pasear por la ciudad, agazapados en su gabardina y con la consigna de no hablar, con la intención de alejarlos del viento en su pecera de cemento, enrarecido de tanto suspirar. Eran ocasiones en que sus zapatos se guiaban solos y cuando menos lo esperaba el eco de sus tacones se escuchaba ladrando sobre los descoloridos adoquines de la Bolívar, a paso lento, como buscando en el aire el último aliento de su perfume, su silueta caía a medio metro de las paredes de los viejos edificios pardos de once, de siete y de cinco pisos, algunos carentes de rejas y otros con guardianes de piedra: leones y parejas humanas colgando inmóviles en las alturas, mudos observadores del andar del tiempo y de la humanidad aglomerada, como hormigas andróginas de dos patas. Sumido en el silencio y rodeado de grandes y maltratadas casas verticales con paredes rugosas y de cristales alargados y rectangulares, escondiendo cada uno sus propias penas y dramas, con las manos guardadas y el corazón queriendo escapar por los pulmones, recorría la antigua avenida, sin prestar atención en sus locales de perfumes clonados, las cortinas cerradas de la vieja Palestina ni en la impotente tristeza de una librería cada día más huérfana de lectores que cambiaban la obesidad de los libros por la anorexia gráfica de las revistas ofrecidas en los puestos de periódicos, que forrados de laminas verde militar se camuflaban en la selva de asfalto de la gran Tenochtitlan. Con pasos despreocupados, él iba esquivando los rostros anónimos de transeúntes, vendedores ambulantes y mendigos de espiritualidad y metal, aspirando grandes bocanadas de aire, limpiando sus pulmones del recuerdo de ella. Era entonces que se metía en alguno de los cafés de la Cinco de Mayo o en el Museo de la Cerveza, a emborracharse con el fantasma de sus risas, a fumarse un cigarrillo liado con servilletas y ayeres molidos, se quedaba horas platicando con su fantasma de cabellera oxidada, provocando sus risas translucidas y picando aceitunas para aventarlas al abismo de una garganta imaginaria. Casi para la medianoche se terminaba el hechizo del paseo y los gritos desaforados de los recuerdos se aplacaban hasta volverse un murmullo de grillos conversando en secreto, pagaba la exigua cuenta, bebía el último Martini y abandonaba el local, en su camino de regreso volteaba a las estrellas, saludaba a los leones insomnes de los muros y escrutaba los pisos de cada uno de los edificios, buscando la familiaridad del hogar perdido, sus zapatos caminaban en automático de regreso al silencio y la soledad, de vuelta a su auto exilio de la vida, con los demonios de la melancolía exorcizados, liberados entre suspiros al viento y aceitunas con ginebra. Maldito febrero, chiflaba el viento en las solapas de su gabardina.


Renko

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San Valentines Fugaces


San Valentines Fugaces

Hay Amores tan fugaces que hay que vivirlos como veranos de un solo día, amores como el nuestro que están hechos de humo y espejos rotos. Quizá por eso callamos las cosas que nos recuerdan la volatilidad de amarnos, omitimos hablar de cosas, personas y lugares que con un manoteo pueden desvanecer la voluta de humo en donde nos ocultamos para desgarrarnos la ropa, el corazón y el alma a través del misticismo del firmamento virtual. Entre nosotros no hay pasado por escarbar, no importa el presente que se queda fuera del “nosotros” y definitivamente no habrá más futuro que las hojas arrancadas a un calendario que no nos pertenece por completo. A la crueldad le hemos impuesto un nudo Gordiano en los labios y cuidamos hasta el uso irresponsable de los diminutivos de cariño, nunca me llamarás “esposo mío” ni escucharás que te diga “mi vida”, aquí detrás de la niebla plomada somos y seremos amantes eternos, de esos que matan y nunca mueren. Somos amantes a la antigua, que nacieron en el primer abrazo, sin nombres y sin apellidos, con rostros que nunca envejecen y sonrisas que nunca se apagan, cobardes para matar un Amor de esta vehemencia y demasiado valientes para amarnos a pesar de intuir el color de la madera con que se armará el ataúd de este sueño. Hacemos de cada día un fugaz San Valentín y los regalos más valiosos son la arena de un reloj hecho de suspiros, un ramo de risas digitales y una caja de pequeñas bombas apasionadas que encapsulamos en mensajes. Por instantes, nuestro Amor parece hecho de eslabones de acero, aunque la mayoría del tiempo es frágil, como un castillo de azúcar, que cuidamos de la marea de la cotidianidad que sube y baja queriendo carcomer sus cimientos. Tú me cuidas de tu otra vida, me escondes en una diminuta fortaleza de tu corazón a la que nadie más tiene acceso ni cabida. Yo te cuido de mi sonrisa cínica, de las garras de mi experiencia y de los saltos de mi impulsividad. Ya no sé que tortura es peor, si que no conozcas mi nombre, ni mi rostro o que conozca tu rostro y tu nombre, pero no podamos saciar el deseo de olernos y probarnos hasta la locura uno al otro. No, no todo es distancia, ni siquiera es la villana de la historia, la distancia más grande e imposible es la que nos autoimponemos para no acortar los kilómetros entre nuestros miedos y nuestros deseos, la distancia más grande es el temor a que una vez juntos no podamos separarnos jamás o el recelo instintivo a que destapemos un hoyo negro que se alimente sin fin con nuestras emociones, sentimientos y sensaciones. Nadie imagina el peso de lo que se calla, no hay abismo más oscuro que donde arrojamos las alarmas de incendio, los letreros de peligro y las campanadas de emergencia, todo ello de un amor clandestino y arrebatado que gana terreno titánicamente en un mano a mano contra el imbatible remolino de la realidad. Hay amores con un fin del mundo aplazado entre besos, caricias y gemidos, pero un fin del mundo que llegará implacable antes que permitir el nacimiento de un mundo nuevo.

No tiene importancia dónde vivo, cómo me llamo, ni de qué color es mi cara, lo que realmente es importante es en dónde me habitas, de qué color son las sonrisas que te regalo y cómo me llamarás cada día. Lo que realmente es importante es en quién sueñas y te empapas cada madrugada, quién te hace reír o llorar de la nada y sin motivo aparente. Lo que realmente importa es quienes somos en esos momentos que robamos para hacernos nuestro presente, con esos retazos de fantasía que llamamos “nosotros”.

A pesar de lo que dicte la historia y sin importar hacia donde apunten nuestras huellas, aunque ya no exista un nosotros, aquí en las letras, en el mundo paralelo de la fantasía seguiremos siendo amantes eternos, contigo o sin ti, conmigo o sin mí.


Renko

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