martes, 31 de enero de 2012

Un ciclo

    Otra vez se miraban a los ojos, igual que un año antes. Él aparentaba diez años más de los que tenía, es curioso cómo pueden cambiarte doce lunas de hambre. El gato seguía igual, negro como la noche, sereno y distante. Ambos esperaban a la Sombra, ya casi era media noche, no tardaría en llegar. Santiago miró otra vez la luna y empezó a recordar.
    Llovía, el camino anegado era difícil de transitar, apenas caminaba, ya sin fuerzas sólo le quedaban sus ganas de vivir. El dolor en su pecho era cada vez más fuerte, tenía la boca reseca y empezaba a nublársele la vista. Sabía que estaba a pocos kilómetros de la ciudad y por eso persistía.
    Una raíz invisible hizo que cayera de rodillas, exhausto. Sin poder levantarse cerró los ojos y empezó a llorar. Un maullido conocido lo trajo de vuelta a la realidad, sus ojos distinguieron en la oscuridad esos otros ojos que jamás pudo olvidar. El gato estaba sentado en medio del camino, inmune a la lluvia y al tiempo. De pronto un escalofrío recorrió su columna, sentía una horrible presencia a sus espaldas, se puso de pie sin animarse a voltear. No hizo falta, la Sombra lo rodeó y quedó a mitad de camino entre él y el gato que, con el pelaje erizado, maullaba tratando de ahuyentar a su hermana. La Sombra reía con una risa fría y vacía, hizo un ademán de desprecio por el gato y dirigió la ausencia de su rostro a Santiago.

—Santiago.
—¿Quién eres?
—Quien soy no es importante, lo importante es la oferta.
—No quiero nada de ti, aléjate.
—Lo quieres y lo deseas.
—Sólo quiero que te vayas.
—No puedo irme y lo sabes —dijo, aunque más bien sugiriendo una mueca llena de dientes.

    Entonces Santiago despertó. Sólo el gato seguía allí, mirándolo, sereno. Se puso de pié y miró a su alrededor, nada. Nada fuera de lo común. Sólo el gato y su mirada. Solo el gato y la sensación de una mano apoyándose en su espalda. Empezó a caminar. Siguió caminando acompañado por el gato hasta llegar a la ciudad. Entonces el gato maulló tres veces, que pudieron ser siete o tal vez nueve, y sabían a despedida. El gato siguió su camino, Santiago uno distinto. Tranquilos. Sabían que volverían a encontrarse para repetir el ciclo.

                                                                 Rubén Ochoa

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