martes, 31 de enero de 2012

Semáforos rojo sangre.



Diana, una artista de pinturas tristes y abstractas, había vuelto a su ciudad natal después del trágico accidente de Daniel, solo porque se trataba de su hermano menor, y lo único nuevo que encontró en las calles, además del incremento de mendicidad, fue la multiplicación de los semáforos, señal que eran un buen negocio. –Si al menos sirvieran para que la pequeña y caótica ciudad tuviera más iluminación por las noches y así luciera menos tristes, valdría la pena detenerse frente a esos ojos de sangre cada dos o cuatro cuadras-, pensaba Diana.

Aunque ella odiaba el rojo de los semáforos, en esta ocasión poco le importaba perder el tiempo estacionada hasta verlos cambiar de color, no había ninguna prisa; todo cuanto necesitaba iba con ella: la madre. La madre viajaba recostada en el asiento derecho de la conductora, con el cinturón de seguridad debidamente abrochado y las ventanas polarizadas debidamente cerradas.

- Mira mamá, señala Diana, otro semáforo en rojo ¡qué mala suerte tienes! Demasiados semáforos en una ciudad tan pequeña como esta ¿no crees?

Tal vez parecía asentir la madre cuando Diana la volvió a ver de reojo.

- Sí, mamá, no hagas esfuerzos, ya sé que no me puedes contestar, pero me puedes oír; todavía sale aire tibio por tu nariz. ¿Sabes mamá? A mí no me gustan los semáforos en rojo, el rojo siempre me dio miedo y tú sabes por qué, pero creo que estoy superando esa fobia, solo hay que verme lo tranquila que voy, o ¿Será porque tú vienes conmigo? Sí, eso ha de ser, tu presencia me ampara y me da seguridad. No sé qué sería del mundo sin las madres, no existiría realmente.

- Mamá, aprovechando la confianza, la amistad que ahora hay entre nosotras, dime una cosa: ¿Por qué nunca te separaste de papá?, otra madre, en tu lugar, lo hubiera hecho, o lo hubiera…ya sabes qué.

- No me veas así mamá. Yo solo quiero entender, porque es que tu deber era cuidarnos, pero preferiste salvar la familia. ¿cuál familia, mamá? Daniel y yo éramos tu verdadera familia, papá ni era tu pariente, era nuestro enemigo y tú se lo permitiste mamá. Mejor dime que salvaste los apellidos Machnú-Williams y, como es la tradición, en estas familias no pasa nada, la gente nace, crece, se reproduce poco, multiplica su capital, su confort y muere. Que no habrían dicho de ti al saber de tu separación, te habrían devorado viva…pero nos hubieras salvado.

- Claro, si tú preferiste seguir los consejos de la iglesia: “lo que Dios une, no lo separe nadie”, “la responsabilidad primera de una esposa es apoyar al marido, no a los hijos, porque estos se irán algún día y quien quedará a su lado es el esposo que Dios le ha mandado”. ¿Y nosotros mamá? ¿Acaso por no ser adultos no éramos “familia”?

- Mira, el semáforo ya cambió de color, pero encontraremos más en el trayecto.

- Como te venía diciendo, nosotros crecimos con el miedo, la desconfianza, el terror de recordar. Pero ahora lo recuerdo todo.

- Tú nunca me quisiste entender, ¿te acuerdas de las cartas que yo te escribía, de los papeles que yo dibujaba?, ahí te pedía auxilio, pero tú los botabas; no pudiste o no quisiste leer la angustia en aquellas rayas trazadas con desesperación por una niña de tres años que no sabía leer ni escribir, pero todo estaba claro mamá; todavía las recuerdo, en esos símbolos se me iba la esperanza y el terror me enmudecía mamá.

- Ahí te contaba todo lo que él nos hacía: entraba al dormitorio donde Daniel y yo dormíamos, nos desnudaba y pintaba nuestros pequeños labios de rojo, él también se desvestía y pintaba la boca igual, luego manoseaba nuestros cuerpos y nos obligaba a besar, a chupar su horrible pene hasta que un líquido blanquecino, pegajoso y hediondo a cloro manchaba nuestros rostros y se deslizaba por la piel como sanguijuelas llenas de sal.
Después se vestía, nos limpiaba y decía que nos quería mucho y que nada debíamos decir a nadie; yo lo miraba irse con el color rojo pegado, regado en toda la cara.

- Necesito vomitar, pero no lo haré, pondré más alto el aire acondicionado y estaré mejor, ya verás. Esta calle está atascada de carros, es un verdadero problema circular a las horas pico, si uno lleva enfermos se le mueren en el camino, seguro que sí.

- ¡Uff, qué calor! Este clima ya no es la sombra de lo que era antes. Respiro hondo. ¡Ya ves?, ya me siento mejor.

- Sigamos mamá. Y es que si no hablamos hoy ¿cuándo será mamá? Discúlpame, pero nos queda poco tiempo. Uno no sabe qué va pasará después

¿Te acuerdas qué hiciste cuando lo descubriste? Nada. No hiciste nada mamá, o casi nada. Cuando lo sabías en nuestro cuarto solo lo llamabas y te lo llevabas al tuyo para colmarlo de amor y de lujuria, y así terminar su ritual. Tengo grabados sus ojos perversos y el olor de ese líquido pegajoso que corría por mi cuello y por mis piernas. A la mañana siguiente, tú llegabas para revisar los agujeros de nuestros cuerpos, a constatar si estaban sellados: abrías mi vulva, mis nalgas y las nalgas de mi hermano, y decías con mirada de veterinario: “Todo está bien”.

- ¿Y los agujeros de la memoria, mamá, y el vacío en el alma?, ¿El terror en la noche?, ¿Cuánto valía eso para ti, mamá?, ¿Y tu promesa de cuidarnos? Bueno, yo nunca te oí hacer esa promesa, pero es una promesa tácita, universal: “Los padres cuidarán y amarán a sus hijos”. Mamá, a las niñas y a los niños se les cumplen las promesas.

Ya sé que estás pensando que soy un monstruo, un cuervo, un vampiro; pero no, yo solo vine a exigirte el cumplimiento de esa promesa que nos hiciste. Si no, nuca le perderé el miedo al color rojo. Nunca podré curarme de las hemorragias que de repente se desprenden de mi vientre, y no hablo de la menstruación mamá. Hablo del rojo, de la sangre que me arrastra al vacío y siento que no tengo de dónde asirme y escapo de mi cuerpo por mi vientre.

Solo me calma pintar, trazar líneas sobre papel, sobre cartoncillo, telas o cualquier otro objeto, para decirles al mundo que las niñas y los niños corren peligro en sus hogares, con sus parientes y no solamente en la calle, con los extraños. Ya ni sé si alguien entiende.

Los que van a mis exposiciones ven, admiran, comentan, inventan, compran; a veces me inquieta pensar que más de alguno de ellos hace crueldades con infantes, y en más de una ocasión he arrebatado un cuadro de manos del comprador, en plena subasta, pero no entiende. Ese cuadro que arrebato es mí preferido, mamá, y no lo vendo, no tiene precio, pero no entienden. Es la pintura que tiene un agujero amorfo, rojo, profundo, desde donde se puede sentir el vértigo en el centro de una pared oscura. Pero son igual que tú, no entienden lo que digo allí. ¿Será porque dibujo lo mismo de cuando era niña en aquellas cartas que tú nunca leíste? Yo pienso que no es más que mi grito pidiéndote auxilio, en él me hundo, me engulle y yo quedo a la deriva en espera de ti.

¿A dónde estabas mamá?, ¿Porqué nunca me quisiste? Mira cómo es la vida, y yo que te adoraba. Tú eras mi mami, la mamita más bonita del mundo, ninguna otra mamá podía tener el olor que salía de tu falda y que yo buscaba cuando recostaba mi cabeza entre tus piernas mientras tejías o arreglabas tus manos.
Yo quería volver a tu matriz, meterme en tu cuerpo, pero tú me empujabas, me quitabas de tu lado ¿Crees que yo no sé por qué? Porque yo no podía darte lo que sí podía darte papá, yo no te daría hijos, ¿O tal vez porque pensabas que yo era tu rival? Que tonta fuiste mamá, yo solo te quería a ti.

- ¿Verdad que por eso me enviaste a estudiar lejos de casa, por eso internaste a Daniel en esa escuela de varones? Te deshiciste de nosotros, tus estorbos, tus rivales.

- ¿Cómo puedo olvidar todo? Si el cuerpo también tiene memoria.

- Qué bonita luces todavía mamá, pero te ves pálida y el pulso está más lento. Cálmate, solo nos quedan tres semáforos más, tengo que encontrarlos antes de llegar a la clínica.

Es que aún no he terminado mamá:

- Quiero que sepas que al principio esta decisión fue compleja a pesar de que toda mi vida estuve esperando este momento. Me preparé, busqué libros de medicina, química, plantas naturales, para encontrar ideas, fórmulas mágicas, la pócima perfecta para acabar con ustedes, mi papá y tú; pero todas dejaban huellas y cárcel. No quiero más encierros, me basta con el que ustedes me regalaron.

- Pero fue en la literatura donde encontré las mejores propuestas: gatos emparedados, digital o belladona en sobredosis prolongada, camotillo recién cortado, Prozac más alcohol y más prozac, matarratas en café, o una trampa para ratas en el último piso del edificio en construcción donde un arquitecto reconoce un fantasma etc.

- Solo lamento que papá se haya caído tan estrepitosamente, tan fácil y tan embriagado desde el último piso de la construcción, sus diseños eran tan perfectos, como él.
Quién diría que acabaría como un vegetal. Dicen que alcohol y trabajo son mala combinación…so sé, yo solo vine al funeral de Daniel (y al tuyo mamá), a vengar la muerte de nuestra niñez.

- ¡Qué tragedia mamá! Nadie te extrañará que quisieras morirte: un hijo muerto por SIDA, bueno, diremos que fue por cirrosis; un esposo adorado convertido en un trapo viejo; una hija desarraigada que nunca viene a visitarte. Todos te entenderán mamá, ni siquiera el cura osará decir que no entrarás al reino de los cielos por “suicidarte”. Lloraré mucho en tu funeral, pero no será por ti, sino por Daniel y su alma rota en búsqueda de amor; lloraré por los coágulos que salen de mi herida; lloraré por los niños ultrajados.

- Colocaré en tu féretro tus apellidos, mi muñeca rota que conservaste en el sótano, la soledad de Daniel y las paredes del dormitorio; llévatelo todo, no quiero nada tuyo ni de papá, no quiero nada que me recuerde el terror de la casa de mi infancia.

- Este es el último semáforo mamá. Nada es casualidad, mira que también está en rojo.

- Ya sé que escogí la ruta y la hora más adecuada, es hora pico, un verdadero problema, si uno lleva enfermos se le mueren en el camino, pero pronto llegaremos…

- Mamá, mamá ¿Me escuchas? No te mueras mamá. Si tú te mueres ¿Quién me cuidará?, quien me protegerá de los agujeros rojos que hay en todos lados, del vacío rojo colgado en el muro. ¡No te mueras mamá, no te mueras!

Mamá basura, mamá basurero, deposito y bacinica de papá, mamá de odio y de amor.

Mamá, no te mueras, quiero volver a tu vientre y oler el perfume de tu falda.

Mamá, no te mueras, si eso sucede, ¿Quién habrá de cumplirnos las promesas.

Yo, yo aún me siento triste por Diana, pero no puedo juzgarla. Ahora comprendo el nerviosismo cuando se encontraba un semáforo en rojo, y yo que creía que era por la inseguridad de la ciudad. Ahora comprendo el porqué de sus pinturas locas o del gran vacío en sus ojos y la mirada triste como nocturno mar.

Jamás volví a verla, nunca conocí a su mamá…jamás quisiera volver a escuchar una historia similar.


F. Ariza

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