No mantengo ningún concepto verosímil por sacrificar trece años de mi vida a la infinita ejecución de un experimento educativo para entender la conducta y locura humanas, y pese a que la controversia filosófica usurpaba buena parte de mis días, omitía siempre conductas… momentos… palabras, seguramente me convencí de utilizar paradojas y metáforas ineptas como la mejor forma de indicar mis realidades.
Mis recuerdos nunca son perspicuos, se ven sólo como imágenes opacas ensombrecidas de escotomas surreales de miopía, suelo ser tan distraído que muchas veces me olvido de los diálogos que recién emití, por otro lado, pasa lo contrario con mis sueños, hubo una época imprudencial de mi juventud en que solía dejarme llevar por mis sueños, acababa temiendo que fueran proféticos, luego, así como dejé de creer en Dios me olvide de creer en ellos.
Últimamente he soñado reiterativamente el mismo sueño, aunque no es el mismo pues siempre tiene pequeñas variaciones, pero la protagonista siempre hace lo mismo, lo más extraño es que no le he visto en mucho tiempo. Admito que no es infinita la cifra de las posibles o improbables experiencias de los recuerdos que cada uno tiene, sobre lo que nos hace sentir algo, generalmente es suficiente una sola repetición para demostrar que el tiempo es una falacia y atemporal.
Por ejemplo, he recordado aquellos días en la cámara de Gesell mientras observábamos juntos como se examinaba a un paciente y sus miradas se topaban con las mías y ambos manteníamos una especie de coquetería infantilizada y secreta, que podía durar sólo instantes o bien mantenerse por horas durante el día. Como olvidarme de sus carcajadas que soltaba con soltura desde el cuarto de al lado cuando veía las repeticiones o algún capitulo nuevo de “Los Simpsons”. O su apoyo virtual en momentos de desesperanza amorosa y engaños mutuos.
Desafortunadamente, esto mismo resulta una falacia, porque se escribe desde mi realidad y no la suya. Este intento de argumento que he bosquejado intuye quizás la invención menos propicia para el disimulo de mis defectos y para mis momentos de dicha, debe ser la posibilidad de intentar rescatar algo bueno de mi vida, aunque lo haga sublimándole.
“Estábamos juntos, podía intuir que era una playa por la brisa que soplaba y acariciaba nuestras pieles quemadas por el sol, caminábamos juntos, sin prisas, tu sonrisa contagiaba a la mía, más tarde era de noche y bajamos por un corredor que anunciaba la entrada a un restaurante elegante, adornado con motivos marinos y animales pasados por taxidermia, tus diálogos eran profundos y largos, sólo te escuchaba, comíamos y me hablabas de personalidades y gastronomía, me halagabas sobre mis gustos culinarios y mi buen gusto por los vinos y cervezas, no recuerdo que estábamos tomando, pero era vino, podía sentir el aroma frutal mezclando con uvas, y ver tus labios tenuemente manchados. De pronto sin anunciarlo estábamos afuera, sé que era de noche por la oscuridad, pero nos dirigimos a la playa para ver un amanecer, después de verlo, sonreíste y dijiste, será hasta la próxima vez”.
Hasta estos momentos no dispongo de ningún otro documento en mi memoria, para hablarle de esto, quizás deba indagar más en el baúl de mis recuerdos, o simplemente volver a creer en mis sueños proféticos, mientras tanto lo seguiré guardando junto al botín de mis lamentos.
Ichi Ijiwaru
@Doc_Ijiwaru
Dr. Ijiwaru: Diario de las andanzas de un loquero
Para mí este tema sobre la memoria es mi favorito. Siempre me ha inquietado el hecho de que cada quien recuerde lo que pasó de una forma diferente, o porque yo me acuerdo de detalles que normalmente las personas no lo hacen, como el olor, los diálogos, la manera en cómo estaban vestidos, etc., al igual que a ti me gusta observar la conducta humana y sacar mis propias conclusiones. Abiertamente, recomiendo el blog de Dr. Ijiwaru, sus escritos son variados y por lo general nos hacen pensar sobre nosotros mismos, y en ocasiones ayudan a tomar decisiones importantes. ¡Gracias!
ResponderEliminarME GUSTA MUUUUUCCCCCCHOOOOO!!! Y NO TENGO MAS QUE DECIR
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