martes, 31 de enero de 2012

El Héroe Anónimo

En los cuentos la gente no muere. Es como en las películas enlatadas. Un poco de jugo de tomates. Muecas doloridas. Lo demás es pura imaginación. Magia sin galera. El bueno siempre triunfa y se queda con la rubia que lo amó. A veces nos olvidamos que la vida es otra cosa. Nos metemos hasta las narices en un video porno, y nos soñamos fálicamente insuperables. Una de acción y Rambo portátil. Pero a la mañana siguiente al subir al colectivo solo somos nosotros. Los sordos, mudos, ciegos. Los desmemoriados de siempre.
En los cuentos la gente no muere. Mueren las palabras comiéndose el papel como avispas. La tinta y la pluma. Muere mi héroe entre las teclas de la vieja Olivetti. Muere. El globo rojo pinchado por el pecoso guacho. El sabor de aquél helado en tu dolor de muelas. El dolor, la primera lágrima audaz rodando en tu mejilla púber porque ella te dejó. El sudor en tu raqueta de squash. Todo muere, pero es solo colorante artificial y permitido. Solo colorante para un cuento fácil de olvidar en la trastienda.
Mi héroe no tiene nombre ni cara de héroe. Es anónimo por virtud y vocación. Está más acostumbrado a perder que al sabor de sentirse omnipotente. Y como muchos quiso llegar más alto que el vecino y trató de planear por la azotea. Cayó, claro. Pero siguió con convicción incorruptible. No tiene edad. Ni canas ni babero. No fue a la guerra. No espera quemarse en el infierno. Nunca tocó el cielo. Es solo un tipo con capa colorada y gastada, despeinado de tanto correr en pos del tiempo.
Nacido y criado en mi ciudad natal. Héroe subdesarrollado y tercermundista. Linda sonrisa de propaganda Colgate. Brillo en la mirada que da confianza. Y un hoyuelo en el mentón a lo Superman que excita ancianitas.
Mi héroe murió esta tarde de un martes cualquiera. Lloré. Todos lloraron. Fué tapa de los diarios. Lo recordaran un par de días. Muchos vinieron de lejos y a pié para homenajearlo. Tomamos mate y contamos sus hazañas. Y el Héroe Anónimo se dormía para siempre en un cajón del cementerio. Mi héroe de bastarda metrópolis. Cemento y avenidas. Semáforos y viejas desvalidas intentando cruzar Callao con éxito.

(Una anécdota)
Era una tarde sin sol, de esas que saben atardecer sólo en Agosto. Mi héroe caminaba por Cabildo y sediento entró en un bar. Agua fresca. Los héroes no toman alcohol. Allí sentada estaba Clara, la adivina. Mi héroe la reconoció por los zapatos multicolores. Se acercó y la saludó amablemente. Ella lo invitó y el se sentó un rato. Los héroe también descansan un poco. La capa roja pesa. Charlaron y se deliraron sobre las eventualidades de vivir en una ciudad plagada de farsantes y mediocres. Estuvieron de acuerdo en impulsar una ley que fundase un Estatuto para Héroes. Hasta organizaron una Asamblea General. MI héroe bebió agua clara y Clara, la adivina le tomó la mano izquierda.
—Morirás.
Mi héroe se rió con ganas.
—Los héroes no mueren nunca Clara, muere el dibujante, el redactores de comics, el mismísimo lector, pero el héroe es inmortal.
Ella se encogió de hombros.
—Eso es lo que dice tu mano, pués.
—Estás perdiendo el toque.
Dicho esto desplegó su capa y salió volando por el ventanal.
Clara, la adivina. Murmuraba.
—La oruga también muere, aunque mute en mariposa.

(Otra anécdota)
Una noche de Julio llovía torrencialmente. Un gato luchaba por salvar su pellejo de dos borregos que jugaban al tiro al blanco con su lomo. El gato trataba de subir al árbol. Pero cada vez otro piedrazo se lo impedía. Y el agua subía hasta llegarle al pescuezo. Una y otra vez lo mismo. El gato herido volvía al cordón. En eso mi héroe, que estaba saliendo de la tintorería, los vió en su juego macabro y sintió náuseas. Mareado se apoyó contra la pared y dejó caer la capa colorada recién planchada con apresto. ¿Dónde estan las madres de los chicos que apedrean a los gatos?, ¿pueden dormir tranquilas mientras se tortura a un inocente?. Tomó al gato entre sus brazos y con su mirada de láser le sanó las heridas. Los chicos lo mirabas asombrados. Y después se ocultaron detrás de la cortina. El gato temblaba junto a su pecho. Temblaba de miedo y de frío. Los pibes ni asomaban la nariz. Los niños les tienen miedo a los héroes tercermundistas.
Mi héroe se colocó la capa manchada de barro y se fué volando con el gato entre los brazos. Todavía temblaba un poco. Los pibes los vieron volar. Se miraron. Ninguno de los dos sabía que decir. Por fin uno habló.
—Los héroes yankees son mejores. Tienen poderes mortales.
El otro asintió. Se quedaron callados mirando la calle inundada.
—No te preocupes, el gato va a volver cuando tenga hambre...
—Ajá.
Silencio. Gotas.
—Creo que le di en un ojo.
—Entonces no importa si vuelve, no es tan divertido si no ve.
Cerraron la ventana despacio.
¿Dónde están las madres de los chicos que no duermen?, soñando, tal vez, con gatos tuertos.

(Otra más)
Está me la contaron antes de que lo conociera personalmente. Dicen que mi héroe se enamoró perdidamente cierta vez, de una vendedora de medicina prepaga llamada Tuya. La conoció en la calle mientras ella intentaba venderle una promoción especial para héroes argentinos en extinción inminente. Le invitó un café, y ella aceptó la segunda vez. Para que no la creyera chica fácil. Tuya. El nombre le gustó casi tanto como sus ojos almendrados.
Se relataron las infancias brevemente. Y ella se apiadó de sus años de psicoanálisis para soportar su condición innata de Héroe. Porque así se nace. Como príncipe o tirano. Y los chicos del colegio se burlaban y lo molestaban. Mi héroe los dejaba hablar. Siempre fué comprensivo con la envidia ajena. Tuya, en cambio, le contó una versión bastante diferente. Era la menor de seis hermanos, vendía caramelos en los trenes, lavaba toda la ropa, planchaba todos los días. Mi héroe se conmovió. Y creyó justo darle una recompensa por el esfuerzo realizado. Esa tarde le compró una mansión enorme y joyas verdaderas. Tuya se enfundó en pieles costosas y le agradeció entusiasmada con su suerte.
Hoy Tuya es diputada. Rica. Famosa.
Se vende al mejor postor. Ya no comenta su infancia mendiga. Es más. Paga a los medios para que la "olviden". La oculta. Y reniega de haber conocido a mi héroe urbano. Dice:
—Los héroes no existen Son pura ficción pasatista.
Y no ayuda a los pobres. Hoy es ambiciosa. Mi héroe nunca lo supo. Se hubiese mortificado. Los héroes también se equivocan.

(La última, prometo)
Una mañana Anónimo sobrevolaba el Mercado de Caseros, y vió dos viejos robando manzanas en el puestito de Don Roque. Mi héroe se puso furioso. La vendedora joven e inexperta atendía a uno, mientras el otro con sigilo guardaba las frutas en una bolsa de arpillera. Voló raudo y les arrebató el botín. También se acercó un agente de La Federal y se llevaron presos a los viejos. Inútil fué explicarle a los azules que robaban para comer. La vendedora agradecida convidó a mi héroe con una mandarina. Nadie escuchó las súplicas de los ancianos. Ni los relatos sobre el PAMI. Nada. Nada. Calabozo y a otra cosa. Calabaza, no hay tutía. Los dos viejitos maldijeron a
mi héroe. No sabían que él confiaba en la justicia. No sabía nada de jubilaciones indignantes, ni hospitales miserables, ni remedios sin descuento.
Los héroes no leen el periódico. Ni escuchan radio. No ven televisión. No son injustos. Sólo están desinformados.

Hay muchas anécdotas. Y no todas son ciertas. La gente es muy fabulera. Y usan a mi héroe para hacerse notar en las reuniones paquetas. Mienten:
—Yo lo conocí cuando le salvé la vida.
Dicen:
—A mí me impresionó que no fuera tan alto como decían...
Escupen:
—Algunos piensan que es trolo.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Vos no entendés? no hay héroes gay!
La gente es envidiosa y estúpida. Mi héroe murió por esas lenguas.

Después de las ocho y media algunos empezaron a irse. La comida. Los pibes. El partido de Vélez. Lo de siempre. Yo me quedé con otros para hacer el cortejo fúnebre. Me quedé hasta el entierro. Y me arrepiento. Sentí mucho asco. Todos querían saber de que había muerte. Otros tantos se adjudicaban su muerte como un trofeo. Yo los miraba y no lo podía creer. A mi héroe no le hubiese gustado que se lucrara con su muerte. Aunque claro, el no entendía muy bien lo que es lucrar. Sus amigos cantamos una canción de despedida. El presidente prometió un monumento en la Plaza Mayor en su nombre. Las revistas extranjeras titularon con un revés amarillista: "Héroe argentino muerto misteriosamente”, "¿Héroe cobarde, muerte o suicidio?", ó también
"Sangriento fin tercermundista para un héroe con carencias económicas". Obvio, la prensa de aquí se aprovechó y se llenó las tapas y las bocas ajenas contando "la verdadera historia" y el "verdadero final" de mi héroe anónimo. Hasta le inventaron nombres falsos como primicia.
Pero nadie sabe a ciencia cierta como fue que lo perdimos para siempre. No estaba herido. Ni un rasguño. Ni un disparo. No parecía un héroe muerto. No parecía.
Dicen que se cansó de tanta fantochada y se dejó languidecer con mate amargo. Dicen que se canso de los traidores y se dejó morir mirando informativos. Dicen que lo bajó otro héroe celoso de su fama. Dicen que hasta pude haber sido yo. Dicen. Buscan algo macabro. Algo novedoso. Algo imbécil.
Nadie sabe. Nadie.
Algunos le atribuyen enfermedades innombrables. Otros prefieren desacreditar su condición de héroe. Yo prefiero recordarlo con su capa colorada. No importa si lo mataron o se mató. No importa si era un tipo común o un loco. Ahora solo es una leyenda. Y las leyendas hay que tomarlas como las cuentan. Mentira o verdad. Es muy difícil comprobarlo a ciencia cierta. Son leyendas.
Lo cierto es que mi héroe murió esta tarde. Todos lloramos. Algunos desde las tripas, otros por pura conveniencia política. Pero no es una muerte real. Es solo colorante artificial y permitido. Los héroes no mueren de verdad. Mueren los dibujantes, los redactores de comics, los mismísimos lectores. Pero los héroes no mueren nunca. Aunque Clara, la adivina pretenda hacerme creer lo contrario.
Porque algunos locos todavía van a recordarlo. Esos. Que salvan a los gatos de las piedras de los pendejos. Que le compran un alfajor a un chico de la calle. Que lloran cuando ven un perro
muerto en Panamericana. Que sueñan con un mundo sin tanta lata. Sin ropa cara y modas raras. Los que no se compran con nada. Y no se venden a nadie. Y esperan.
Esperan que un día de estos mi héroe vuelva.
Aunque solo sea un cuento. Con muerte artificial y permitida.
Colorante.
Puro verso.

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