martes, 10 de enero de 2012

Los cuerpos.

Es raro el hecho de que yo fume, pero por alguna hermosa razón, esa mañana me provocó matar un cigarro. Procedí a encenderlo, y por fortuna una curiosa anécdota tuvo lugar.

Las dudas quemadas fueron viajantes livianas, tan livianas que no se escuchaban al salir de mi boca, eran pedazos de nada con forma de tiempo liviano.
Entre el humo que brotaba, un viajero de ceniza convertida aire, - por no llamarlo viajero de humo - me contó lo que insólitamente desde la distancia vio:
Dos grandes cuerpos que tenían forma como de luna cansada y que al parecer discutían. El lenguaje que usaban consistía en miradas intensas y de diferentes colores.

Inteligentemente el viajero pudo aprender dicho lenguaje y pudo discernir que repetían las mismas palabras:

— ¡Estamos perdidos!, ¡estamos perdidos!

Dichos cuerpos miraban a su alrededor, contemplando una llanura infinita, sin poder alcanzar a ver su propio techo que a la vez era su cielo. Se veían rodeados de cuatro malvados horizontes y por instantes y en su raro lenguaje; seguían repitiendo las mismas palabras:

— ¡Estamos perdidos!, ¡estamos perdidos!

Me cuenta el viajero de humo, que de tanto hablar, los ojos de los dos viajeros se fueron haciendo más grandes de lo normal; hasta convertirse en dos cuerpos más, copias idénticas de los primeros dos. Ahora eran cuatro cuerpos, y seguían viendo con asombro el vasto mundo baldío que habitaban.

— Lo que ellos no saben – me dice el viajero de humo con una pícara sonrisa en su ahumada cara – es que están en la superficie de un vano cabello, entre tantos que hay en la cabeza de Junior (mi compañero delante de mí), pero su pequeñez no les permite ver más que su propio espacio.
Hasta ahora siguen multiplicándose, haciendo su propio mundo y ya sus palabras no dicen miedos, dicen casas.

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