martes, 14 de febrero de 2012

Lunakai

Mandona, inquietante, un diamante en bruto que se pule en segundos.
Así es la luna de los rizos colgantes.
Blanca con sus ojos de verde bosque.
Sonrisa que arrastra mareas a sus brazos,
mejillas de plata que siempre van iluminando.
Luna de los rizos chocolate vestidos de rojo.
Ella decreta mientras el universo se mueve a su antojo.


Luna llena, eres de queso, afirmó la niña, y luna se convirtió en la casa de todos los ratones de los dientes chimuelos.
Luna llena, eres despacio, decretó la peque, y el espacio comenzó a caminar más lento, a sus pequeños pasos.


Luna se apaga y llegan los conejos de la enana y hacen su magia.
Pintan estrellas y las avientan a la tierra mientras ellos ríen con sonoras carcajadas.
Dice con su voz armoniosa de soprano,
"Todos los conejos conducen a la luna, mami",
y siempre sonrío dándole razón mientras la tomo en mis brazos.


Ella duerme por si ocaso cansada, pero si el cielo llega a encenderle faroles, la pequeña luna se despierta y comienza la noche.


Conejo sale de noche, dejando cuentos y fábulas mientras corretea a la niña en sus sueños en el reflejo del agua, cada que cierra los ojos mientras llega la mañana.


Y cuando luna se apaga, lo único que la mantiene soñando es que yo le escriba sus versos y cuentos mientras permanezco despierta a su lado.




Silvia Carbonell

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