martes, 25 de septiembre de 2012

Verano

Hagamos algo como para sentir; un breve toque en el ser: diáfano y lejano; cuyo sentimiento, se prolongue en sí mismo.

Que jale del hilo que une tu alma con la mía, tan estruendoso como el silencio de un beso y tan callado como la explosión de tu piel.

Que sucumba el infierno bajo mis pies, que arda y devore las cicatrices, y la realidad se parta en puentes al cruzar la mirada.

Y que las raíces crezcan y hagan grietas al otro lado del tiempo.

Que sea tu verano abriendo grietas en mi cielo abierto. Que sea tu sol sobre los campos de trigo de mi cuerpo.

Y que esta pasión lejana, amanezada por la extesión, se complazca con el deseo, con el fuego, con el dolor, con lo que quema y con lo que nos queda...

Soltemos amarras y enfrentemos la tormenta sin otra vela que la piel que cubre este fuego, con la luna en los ojos y el sol entre labios.

Como aquella vez que el viento susurraba nuestros nombres y el mar rociaba nuestras ganas. Y el amor cabía en un gemido.

Y vivamos dentro de lo eterno para ser la única canción en la boca del mundo.

Sin más mundo que esa música de sol y de tormenta, de ruido y de silencio, de cielo y de infierno.

Ni menos culpa que nos agobie, ante todo esto: peligroso y necesario.
Desnudos y atados. Que de furia, que de piel, que de manos, que de nosotros...

Solo gritos y asfixia de piel, borremos la culpa y escribamos al placer, embistamos al amanecer y ahoguemos las sábanas con tu mar y mi sal.

Y atardecer con el sol en la mirada, con lenguas húmedas sisear al viento, su olor, su sabor. Y abrasar.

Y que en la punta de la vida haya oleadas de nosotros, siendo paisajes gritando.

Y luego que quede nada, ni tú, ni yo, ni tormenta, ni sol, ni verano aciago.

Omer Alfcorbar

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