martes, 18 de septiembre de 2012

La belleza dura, lo que duran tus palabras inmortales

Hay huecos que busco en tus palabras 
para cubrirme los ojos y arroparme. 
Para esconderme entre el espacio que me quema,
de lo que nunca dices pero arde.

Hay noches que encuentro entre el silencio, 
las sombras de un incendio que se cae,
Las dudas de unos ojos que me miran 
y me duelen hasta el punto de marcharme.

Hay huecos que yo miro sin voltearme 
y lloran en silencio sin juzgarme.
Hay dudas en los sueños que se marchan 
y no hacen el intento de quedarse.

Hay huecos en el aire que respiro, 
vacíos que no acaban de llenarme.
Hay lunas sin sus noches que despiden, 
al sol cuando está a punto de olvidarle.

Hoy busco en las cenizas del silencio,
el sabor de una boca que no arde, 
el calor de un cuerpo que agoniza 
y amenaza con perderse y olvidarme.

Hay manos que se secan de esperarte, 
hay nubes que se olvidan de nombrarte.
Si repiten entre truenos tu apellido, 
la tierra termina por ahogarse.

Una piedra dice más que mil palabras,
una piedra que camina y que se arrastra.
Que deja en el camino cada huella, 
cada herida y cada mano que sostiene,
lo que dice con dolor de mil maneras.

Un silencio dice más que mil murmullos, 
de voces que no miden lo que hacen.
No escondes la piedra que se arroja,
ni escondes las heridas que tus manos,
aún son capaz de realizarme.

La sombra de un silencio que no duda, 
palabras que se parten mientras nacen.
El callo de una herida que se arrastra 
y el callo que camina sin quejarse.

Las manos que no sirven sin tocarse, 
los ojos que no escriben sin mirarse.
Los riesgos que se toman sin medirse, 
los vasos que terminan por ahogarse.

La duda se columpia con un hilo, 
de voz que se asoma hasta matarse. 
El eco del silencio que se viste, 
de los ojos que miran sin mirarse.

La veda que se guarda entre los huecos, 
carencia que se guarda hasta más tarde.
El rostro que se quema entre mis manos, 
las manos que se incendian sin tocarse.

La piel que repara los incendios, 
los cuerpos que se queman por tocarse.
El cielo que se abre en agonía, 
en busca de un sol donde posarse. 

La gota que derrama la osadía, 
de ser mar con destino reprobable.
Los labios que se muerden con un grito, 
y mueren sin destino de explorarse.

La lengua que se quema en el martirio 
de ser lumbre que apaga los manjares.
La boca que incendia lo que toca, 
palabras u otros labios reprochables. 

Las ganas que se mojan sin tocarse,
insultos que no acaban de matarte.
La sombra que se presta a su martirio, 
de esconder la luz con la que arde.

Los ojos que se queman por un cuerpo 
que a toda vista parece inalcanzable.
La llaga que camina y no se queja, 
porque el dolor lo lleva entre sus mares.

Salada es la duda que le queda, 
y salado el dolor con el que arde.
Con todo nos quedamos y sin nada, 
que parece un destino despreciable.

Con todo lo que arde y lo que quema, 
que se apaga sin la oportunidad de acostumbrarse.
La nada se consume en el incendio, 
y el vacío parece inagotable.

El rostro de tus manos es lo que queda, 
el rostro de mis manos sin tocarte.
La tinta que se arraiga y que no queda, 
que viaja entre el cuaderno y tus mares.

La pluma se levanta y no se queja, 
la tinta hoy parece acompañarle. 
Tu rostro entre mis manos es lo mío 
y el eco de tu voz entre los aires.

Mi rostro hoy te observa y no se quema, 
se quema la piel sin olvidarte. 
Se queman los labios hoy resecos, 
de agonía de ser sol inalcanzable.


Silvia Carbonell L.





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