Sentada frente a la ventana abierta, deja que la brisa le refresque la piel. Le quedan un par de horas antes de que los niños vuelvan de la escuela. Tiene que hacer el pastel, darse una ducha y decidir. Decidir cómo matar a su marido. Tantas cosas han quedado fuera de su control. Piensa en decisiones que ahora tomaría de otra manera. No es que dude: está donde quiere estar. No es correcto que una señora como ella tenga dudas tontas. Pero podría haber tomado otras decisiones. Podría estar en otra parte, haciendo otra cosa, ser una persona distinta. Recuerda la mala impresión que le dio el cadáver del gato de la vecina, tirado frente a su puerta. Las patas rígidas, el gesto de dolor, los ojos vidriosos del animal. Tampoco envenenaría a su marido. No soportaría que la mirase con los ojos como vidrios helados por toda la eternidad.
(continuará...)
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