Fue el día más largo. Al fin dormían los niños después del pastel de cumpleaños. Al fin se sacó los tacones, y estaba de pie, descalza, mirando el reloj sobre la chimenea. Le gustaba sentir la alfombra entre los dedos, escuchar el tic tac implacable que parecía recordarle cada cana cuidadosamente teñida y peinada, cada arruga disimulada bajo el impecable maquillaje. Desde la cocina, escucha la voz de la mujer que narra las noticias como un eco distante. La gente se mata a tiros todo el tiempo. No sólo es rápido: es definitivo. Pero es impúdico. Sabe que no puede ni alzarle la voz a su marido en público. No podría darle una muerte que quede a la vista de todos. Además, no tiene un arma, ni modo de conseguirla. La gente se mata a tiros todo el tiempo, pero así no va a matar a su marido. Así no.
(continuará...)
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