martes, 12 de marzo de 2013

La Odisea de Circe




Fue así como intenté poner remedio a mi obstinada languidez. Por lo pronto, nada de nuevas aventuras. Conservar las calorías al máximo. Enseguida, el matrimonio y la mantecosa felicidad conyugal. Finalmente le di el sí y planté mi cepillo de dientes en el marmóreo baño de su palacio campestre. Sin faltar a la verdad, el nuestro fue uno de esos afortunados segundos matrimonios. Pero, respecto a lo otro, todo fue en vano. Con disimulada envidia veía a mi mujer entrarse en carnes cada vez más suculentas al paso de las estaciones, lo mismo que nuestros seis frondosos cerditos. Mas poco a poco dejó ella de alimentarme con el ardor primero que le daba la esperanza, y a los abundantes tamales y moles se sucedieron sobre la mesa las crudas verduras de la resignación. Ni con toda su brujería pudo Circe engordarme.

‘Eussebio Manguera’.

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