martes, 26 de marzo de 2013

Las letras impresas





"En el paraíso los hombres comen hombres." Anónimo.

Cuándo la gente se olvidó de hablar, cuando no hubo más caricias secretas, más veladas con amigos, cuando no hubo más abrazos ni lágrimas genuinas, cuando la gente se olvidó de alzar la mirada, de buscar ojos simpatizantes, cuando no quedó nada más que un rostro en una pantalla y la ilusión de conectar.

Los artistas, los idealistas, los amantes, los conversadores, las mujeres desesperadas, los hombres solitarios divagaron por el mundo, sin lugar a donde ir, sin alguien con quien compartir su frustración. Subieron escalón por escalón los 480 pisos de los edificios grises que parecían empujarse unos a otros. Todos idénticos, todos gigantescos titanes de la era moderna, todos amontonados, todos tratando de robarle el aire al de al lado. Llegaron pues los románticos a las azoteas y contemplaron el mundo. Desde ahí observaron a la gente. La vieron caminando por la calle sin levantar la mirada, agobiados por problemas estúpidos, enfrascados en un universo digital e inalámbrico. Chocaban unos con otros y nadie pedía disculpas, nadie levantaba la mirada, nadie decía buenos días o buenas tardes.  Desesperados los románticos gritaron. Gritaron con furia, con rabia. Gritaron hasta que se acabó el aire de sus pulmones. Nadie los escuchó. Su desesperación se perdió en medio de toda la contaminación sonora.

Los más afortunados de estos románticos  saltaron. Saltaron y sintieron el aire en sus rostros, bajaron 480 pisos acelerados a 9.8m/s y al sentir la fuerza de gravedad actuando sobre sus cuerpos, y el aire moldeando sus cachetes; sonrieron por que era lo más hermoso que habían sentido en un largo, largo tiempo. Sus cuerpos, al impactar con el suelo, se convirtieron en gelatinas amorfas y sanguinolentas en el asfalto. No pasaron ni diez segundos y la gente comenzó a caminar sobre ellos sin darse cuenta del horror. Los románticos fatalistas que saltaron, terminaron esparcidos por toda la ciudad mezclados con la suciedad de las calles o entre los surcos de las suelas de los zapatos de la gente.

Los menos afortunados, bajaron cabizbajos los 480 pisos. Llegaron a la planta baja y se reintegraron al caudal de gente que caminaba sin levantar la mirada. Derrotados por la indiferencia y la soledad, los románticos regresaron a deambular las calles en busca de otro humano en un mundo deshumanizado.

Después de mucho caminar, la mayoría perdió la esperanza y algunos perdieron la razón. Los pocos que quedaban, al poco tiempo dejaron de pedir disculpas al chocar con los demás, dejaron de caminar con los ojos ágiles buscando alguna mirada levantada, dejaron de buscarse y se perdieron en soledades únicas y los sepultó un mar de entes.

Carlos Ferráez Servín de la Mora




5 comentarios:

  1. Carlos, debes tener el rostro arruinado.

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  2. En efecto, pero ¿por qué lo dices?

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  3. Porque, después del segundo cuento tuyo que leo, estoy seguro que eres de aquellos que impactaron contra el asfalto.

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