martes, 26 de marzo de 2013

A 50 metros del radar

A 50 metros del radar

Apuntes para una novela 

Es una mañana de un jueves, por debajo del volante de su automóvil, talla el pulgar contra el índice de su mano derecha, como fabricando polvo, a ratos presiona el botón de la palanca de cambios como un gatillo imaginario que dispara a botellas de humo en la alfombra del coche, la mayoría de las veces se acaricia una barba imaginaria en el mentón de torpedo que cuelga de su rostro impasible como la respiración de un muerto, esperando, solo esperando. Como cada mañana, ella apareció en su radar visual al cuarto para las nueve. Tres minutos antes, él se preguntaba ¿qué ropa traerá hoy?, ¿hace frío?, quizá elija el abrigo con peluche blanco en las solapas y que la cubre (maldita sea) hasta las rodillas, ojalá que no hiciera frío, que fuera de nuevo primavera o verano para verla en su vestido blanco y volado o en alguno de esos jeans entallados y color cielo enojado. Ella camina con prisa, con esos pasos cortos de pata joven, sus caderas se mueven coquetas de un lado a otro y él, la mira embelesado, la desea, se muerde un labio, frunce el ceño para centrarla con los binoculares en los que se convierten las cuencas de sus ojos, ella camina más aprisa, no sabe si por culpa del reloj o por esa sensación incómoda que la recorre justo 50 metros antes de llegar a la parada del colectivo. Él sabe que ella es puntual como el sol, le toma 3 minutos recorrer la distancia que abarca el radio de su mirada, otros 5 minutos para verla subir al colectivo y 24 horas para verla de nuevo en el mismo lugar. La codicia nace de lo que vemos todos los días, leyó o escuchó en algún lado, no hay duda alguna que él la ha mirado demasiado y ahora la codicia en cada parpadeo.

Son demasiados retazos de solo 3 minutos, pensó un mes antes, son demasiadas fantasías y ninguna realidad. La distancia física le hace daño, la distancia entre su vida y la suya lo lastima más, se talla la barba invisible de su mejilla derecha y mira de nuevo el papel entre sus manos, le concede el uso de una casa de renta por un año y está a solo 1 hora de la ciudad, le tomó tiempo encontrarla, pero no tanto como decidirse a buscarla. Si tan solo las cosas no hubieran tenido que ser así, si tan solo ella hubiera accedido a ser conocidos, a saludarse de vez en cuando y poco a poco volverse amigos y quizá algún día algo más, pero lo rechazó en todos sus intentos y ahora tendrá que cargar con las consecuencias de sus irreflexivas negativas. Se guarda el papel y revisa mentalmente una vez más el plan. Las mañanas son un mal horario para la maldad, ha elegido la noche, cuando sabe que ella sale de la universidad donde toma clases por las tardes. La improvisación es para lo que tienen ganas que los atrapen antes de disfrutar el fruto de sus esfuerzos, durante un mes ha espiado su rutina de la universidad a la casa, ahora sabe cuáles días la recoge el novio (ese bastardo maldito), el tercero en 2 años de silencioso asedio, conoce la ruta que sigue para salir caminando de la escuela para abordar el colectivo y sabe la visibilidad y movimiento de gente que hay cada noche entre la bajada y las 5 cuadras que la separan de su casa. Ha rentado una van color blanco y le ha puesto unos engomados falsos de un negocio del que ha visto que sus unidades pululan por toda la ciudad sin que a nadie le importe un segundo de su tiempo para verlas, ha conseguido un buen narcótico que ha probado con gatos y perros, sea ha asegurado que sea rápido y sin efectos secundarios, en el interior de la camioneta está todo dispuesto para inmovilizarla para el viaje, cubrirla de miradas indiscretas y hacerle cómodo el traslado a su nueva morada.

Son las 7 de la noche, es un jueves, eso significa noche de billar para el novio y sus amigos, él sabe que ninguno de ellos saldrá de ahí antes de la medianoche, el novio, probablemente medio borracho le llame a ella para despertarla y decirle que la quiere y el resto de las bobadas que dicen los hombres como él. En los próximos 10 minutos ella aparecerá en su radar, hoy trae su abrigo plomizo con motas negras, y una bolsa de mano grande del mismo tono, tal como la recuerda de esa mañana, como la recuerda del mediodía y de hace 20 minutos que la observó subirse al colectivo verde con franjas cremas con destino a casa. Él ha recorrido la misma distancia en la mitad del tiempo y ahora la espera con la seguridad que da la anticipación. La banqueta está despejada, la van blanca está estacionada a un lado de un árbol que ofrece cierta complicidad para sus planes, ha calculado todo, deberá tomarle 20 segundos tapar su boca con el narcótico y arrastrarla hacia la puerta abierta de la van blanca, cerrar la puerta a su espalda e inmovilizarla en 30 segundos más, apostarse en el asiento del conductor, para luego conducir, conducir y conducir a la gloria. Hasta la música tiene preparada y sonríe, cualquier otro hombre estaría nervioso, pero no él, los nervios son para los inseguros, él está confiado en su plan, lo ha repasado infinidad de veces, hoy no hay luna, hace un frío endemoniado y las calles están desoladas, el calor está entre las paredes, no en sus 50 metros de radar a la intemperie. Al fin la mira aparecer, su rostro está más pálido por el viento helado, las manos metidas en el abrigo, la capucha del abrigo le llega hasta mitad de la frente y mira hacia el suelo, como si entre las grietas del concreto pudiera rascar un poco de calor con sus pasos cortos y rápidos para llevarlo al resto del cuerpo. De pronto siente que le tapan la boca, quiere gritar y un trapo aguardentoso se le mete entre los labios secos, la tela sabe amarga como el ácido de una pila vieja, siente que su cuerpo ya no le responde igual, se siente arrastrada y recostada en algo acolchonado sin poderlo evitar, voltea hacia arriba y entonces lo mira a él, directo a los ojos, lo identifica en el momento justo que la sorpresa cruza por sus ojos y la consciencia se escapa de su mente. La puerta está cerrada y afuera solo se escuchan, el choque de unos cables de electricidad producido por el viento frío de esa noche, el sonido a lo lejos del movimiento de los carros y una inmensa soledad para la chica que duerme en el piso de una camioneta anónima. Ahora empiezan la pesadilla y el sueño, respectivamente para sus ocupantes.

Renko

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