martes, 7 de agosto de 2012

Soy de los que acostumbran...

    Soy de los que acostumbran leer los silencios. Irremediablemente leo lo que quiero. Irremediablemente me mata lo que leo. Es que me dejo llevar por las historias que invento. Historias que no creo. Historias que creo tan reales como las huellas que dejan los dedos. Y el silencio, el silencio es un árbol rastrero. Uno de esos árboles que puedes encontrar en refranes viejos.
    Cuando un árbol no me deja ver el bosque, derribo el árbol. Luego derribo el bosque. Ahí la semilla de mi hoguera. Ahí la voz del fuego.
    A veces creo que todas las cosas están hechas de fuego.
    A veces me tomo demasiado en serio los sueños.
    Tengo un sueño recurrente. En el sueño quemo el mundo. En el mundo duermo, en una cama de cenizas con los labios manchados en una sonrisa de fuego. Y el humo, insistiendo. Arañando las paredes. Masticando los recuerdos. Encendiendo un pucho, convidándome luego.
   Soy de los que fuman cuando leen. Por eso mis páginas están manchadas de cenizas, igual que mis dedos. No sé si los dedos mancharon las páginas o las páginas mancharon los dedos. Sólo sé que las manchas están, quiera o no verlo. También sé que al final siempre me rindo ante la sombra de mi cuervo. Me rindo de la única forma que sé hacerlo, encendiendo un cigarrillo negro, dando media vuelta, dando una vuelta entera al cigarrillo entre los dedos. Porque yo no dibujo sonrisas. Yo dejo todo en cenizas, sonriendo.


                        Rubén Ochoa

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