martes, 24 de enero de 2012

Mentiras simples de la influencia.


La cucaracha entró a mi boca, no sé en qué le ayudaría eso, no suelo masticar cucarachas mientras estoy leyendo a Kafka. ¡Que se mate en otra boca! - pensé
Pero la cucaracha aislada del mundo y recién llegada a una casa húmeda y tambaleante, tenía un propósito; quería morir.

Sentía como sus patas iban arando mi lengua, como queriendo que la aplaste entre lo carnoso de su piso y lo semiduro de su techo.
El jugo que botaría su vientre extirpado, no estaba entre mis gustos, nunca he probado el sabor de una cucaracha muriendo, pero tampoco se me antojaba.
Al darme cuenta de que el homicidio de mi parte, y el suicidio de la suya, no nos servía a ninguno de los dos, precavidamente la saqué de mi boca y la dejé caminar por el suelo.
No avanzó mucho más que un metro delante de mí, hasta que se quedó dormida. Y en cuestión de segundos, se despertó siendo una persona, que entre bostezos y normalidades se dirigió a mí con cortesía y me extendió su mano:
— Mucho gusto, mi nombre es Gregorio Samsa.

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