martes, 24 de enero de 2012

Caminamos lentamente



Caminamos lentamente hacia el pórtico. Inocentes, jóvenes e inexpertos. Esperando algo sin saber que era. Tomaste mi mano. Sudor frío, saliva, dolor de estómago. No había mariposas, solo deliciosos retortijones.
Moviste tus dedos, nervioso, pálido y como siempre, hermoso, y mío, tan mío que podía gritarlo al mundo sin duda alguna. Entrelazaste nuestros dedos y torpemente deslice mis dedos por el dorso de tu mano, trazando sueños en tu piel. Estremecimiento, sudor, saliva.
Nos miramos apenas un segundo, desviando la mirada como si escondiéramos algo. Mis manos temblaban, sonreíste.
Tus ojos brillaron y supe que algo iba a pasar. Sentí como soltaste tu mano y el vació me ardió en la base de la nuca. Limpié mis manos, nerviosa, estremeciéndome al roce de tu mano cruzando por mi espalda. Sudor, saliva.
Tus dedos flotaban temblorosos sobre la delgada tela de mi blusa, podía sentir el calor de tu mano, mi piel erizándose deseosa de un no sé qué que solo tu me podías dar. Cerraste tu mano sobre mi hombro.
Quise abrazarte pero seguíamos caminando. Podía oler tu aroma, ese conjunto de loción y delicioso aroma a hombre, a playa, a sal, a ti. Sentí un repentino impulso de lamer tu cuello.
Llegamos a la verja que daba a la calle, la abriste para mí y nos separamos porque el paso era estrecho. Frío, estremecimiento.
Miramos la puerta como si fuera una sentencia de muerte y en ese entonces lo era. Me miraste acalorado de repente, con las mejillas sonrosadas; directo a los ojos como robándole a mi corazón el último trozo propio. Tuve miedo, taquicardia, frío arriba, calor abajo, anhelo.
Tomaste mi rostro, como si me rompiera, delicadamente, y yo deseé tu piel sobre la mía.
Miraste mis labios. Ya no pensaba nada, todo era manos, piel con piel, playa, sal, tú. Tu aliento en mi frente, creí que mi columna había salido volando en algún suspiro. Ya no podía sostenerme y adivinándome tomaste mi cintura, deslizando tu mano por mi cuello, quemando, desintegrando cada poro que tocabas. Deslizaste tu nariz sobre la mía, cerraste los ojos y compensaste su ausencia con besos. Una gota de sudor se deslizo por mi espalda, trazando un mapa para tus manos. Besaste mi mejilla. Mis labios querían encontrarte y se quedaron entumecidos de deseo. Sentí tu pecho contra mí, todo tú, toda yo. Ya sentía la humedad de tu boca en la frontera de mis labios. Me besaste. Fuimos uno. Y exploté en mil partes, todas con tu nombre escrito en ellas. No había vuelta atrás, ya era tuya, desde los dedos de los pies hasta los anhelos ya te pertenecían sin excepción.  Fue apenas un segundo, pero fue nuestro, del ser que formamos en ese instante, ya yo no era un yo, ni tu eras un tú. Fuiste mío y yo tuya, nos robamos del aliento el alma.
Caminamos a la puerta, nerviosos, anhelantes y dijimos adiós por una noche.
-Hasta otra noche.- dijiste.
Solté tu mano y te empecé a extrañar. Temblando. Esperándote. Ya toda tuya.

Fátima Li

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