martes, 18 de diciembre de 2012

Hágase mi sed


Hágase mi sed me dije, y entonces surgiste tú de la nada.
Sin saber si eras producto de mi necesidad de padecer de piel,
o de mi necedad de morir ahogada.

Y llegaste como tempestad vaciando todo vestigio de desierto,
como huracán caminando con los pies del infierno entre los dedos.
Acabando con toda secuencia lógica de lo que mi cuerpo había resistido,
con el paso de tantos años y sus daños.

Hágase él mi sed me dije,
que no padezca yo de sequedad entre mis labios,
que no padezcan mi cuerpo de desierto,
que no padezca entre mis piernas de estos males.

Topé con manantiales de abundancia,
de unas manos que al tocar nunca se cansan.
de jugar con unos dedos que al rozarte,
tu piel sufre del incendio de mojarse.

Topé con unos ojos que desnudan,
desde el alma hasta cada espacio que se calla.
de unas ganas que despojan de tu ropa
todo pudor del cual tu cuerpo se resguarda.

Caí entre sus ríos y sus mares,
entre abundancia de labios que te marcan.
Caí entre sus besos inmortales,
de esos que al morir, nunca se marchan.

Me fui de este mundo sucediendo,
al vaivén de sus piernas enlazadas,
me fui el incendio padeciendo
para venirme entre su pelvis y sus aguas.

Le invité a habitar desde mi espalda,
hasta los bordes de mi muralla acorazada.
Y llegó con su ejército implacable
a romper toda cadena impenetrable.

Nunca supe de más sed que de sus labios,
cada vez que su boca se apartaba,
nunca tuve necesidad de reprimirme
cada vez que su cuerpo se acercaba.

Me topé con una sed incuestionable,
Que al tocar con sus manos todo lo marca,
que al morder con sus labios en mi cuerpo,
deja huellas de humedades que te atrapan.


Silvia Carbonell L.









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