martes, 4 de septiembre de 2012

Oquedad



Sabía que el tiempo era aquél, quien se encontraba dormido
sobre la mesa de noche,
y lo dejé dormir, escuchando sus respiraciones
con la saliva ahogando las palabras.

    Y se extinguía.

La ausencia lame la piel con un dedo dibujándola
el dolor sabe de qué color es la mirada,
ya no me atrevo a mírarle de frente.

    Déjame caer.

Abajo me espera un río de aguas revueltas,
y la realidad se parte entre líneas suspendidas.

La ausencia es la mirada que no tengo,
y en ella vive el dolor
y la historia se difumina en claroscuros
hay una escala de grises que se está sembrando en la piel.

    Déjame salir.

Afuera hay una página que quiere escribirme
y la tinta está mojando el papel
y el lápiz tiembla contra mí.

Y una canción se desvela en palabras repetidas,
entonces vi que el sueño dormía dentro de mí
y luego la noche que lastima,
porque no tiene quien la sueñe.

Hay un par de lágrimas bailando en las pestañas,
un leve parpadeo acabó derribándolas
cada gota es un camino que no sabe a donde va.

    Caemos.

Una madrugada me está mordiendo la piel,
es un ahora que se desliza porque me sabe.

Están cayendo las aguas de la boca,
tienen el sabor del miedo, y en ellos habitan mil abismos.

Una luz artificial baila en medio de la nada,
y la nada se difumina en silencios.

    Algún día se escucharán.

Hay un camino que se detiene,
me imagino que no sabe dónde encontrarse.

Hay una marea de madrugadas
erosionando los tiempos.
 
Y yo aquí, te veo desmoronarte entre mis dedos.


Alma E. Palma

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