martes, 24 de septiembre de 2013

Minutos


Minutos…
6:00 p.m. – Un día cualquiera en el cual él contemplaba la inmensidad que radica en el silencio, y la perfecta sinfonía que deja el viento a su paso. Un día normal.
Busca en su bolsillo la cajetilla de cigarrillos,  enfila uno, lo acaricia como si de él dependiera mucho; lo posa entre sus labios,  quedando juntos ambos en un beso cual amantes fueran que han padecido días sin verse el uno al otro.
6:01 p.m. – Coge el encendedor, aviva su infierno que le permite incendiar la hoguera que le ayudará a convergir sus pensamientos caóticos en prosa escrita. El primer sorbo de aquel cigarrillo penetra sus pulmones hasta inundarlo por dentro,  exhala con los ojos cerrados, de forma trágica, pero necesaria.
6:02 p.m. – Ve el papel en blanco, observa como le tienta con su pureza, cual virgen incita con una mirada intenciones indecorosas. Cierra los ojos y siente el viento acariciar su rostro, y el efecto es inmediato.
Se traslada a la fantasía, donde la caricia es propiciada por la mano de su mejor mitad. Disfruta imaginar su roce, su calidez. Divaga de forma abrupta en la complejidad que sería  su aroma impregnado en sus manos, en cómo, de forma tan sutil, deja impresa su marca en él como si se tratase de una insignia personal.
Siente su mejilla contra la suya, como la piel comienza a sucumbir ante el llamado de la memoria de su dueña. Se torna inevitable. La besa. Se pierden ambos en el caos de un beso anhelado, de un momento suprimido por distancia.
En ese explosivo momento, el tiempo cede su poder a la casualidad y causalidad; se detiene, se congela, contempla como una explosión se encapsula en dos bocas jugando a acariciarse el alma. Se congela todo, siendo ellos, juntos, un infierno gélido.
Las caricias vuelan, el beso se prolonga hasta asfixiar la realidad, hasta extasiar en lo imponente el borde de la realidad que los contiene. Olvidan el mundo a su alrededor, se fijan enteramente en su palpitar, al unísono, tal cual un solo corazón latiendo en dos cuerpos. Se forma un tornado, dos cuerpos, siendo uno solo, en un abrazo infranqueable.

6:03 – Abre los ojos, comienza a escribirle…


Javier García

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