martes, 10 de abril de 2012

Jeremías, el vendedor de sueños

Una plaza. Chicos detrás de un balón de sueños escondidos. Brilla Febo, por encima de otros astros, y el sudor se pega en la remera. Roces. La tensión en la pierna derecha, como pistola a punto de gatillarse. Panteras agazapadas, esperando el momento justo para saltar. Y la Toma de la Bastilla se efectúa. Gritan y se abrazan. Doce años, pelo duro.
Gol. Gol. Goooool...
Raúl. El Negro. El contador de cuentos. El arqueólogo sin presupuesto. Me contó una vez, tinto de por medio, la historia de Jeremías. Viejo astuto, rostro enjuto, voz plagada de matices y ronqueras. Porteño por elección, pero nacido en Formosa. Jeremías, el vendedor de sueños. Lo podés encontrar en cualquier esquina, aquella que él elija para iniciar su jornada. Con el piloto gris y el chambergo al tono, con la barba crecida de esperar y esperar, y por un peso te vende tu mas insólita fantasía.
Jeremías nunca come, se alimenta de recuerdos, y tiene cientos de billetes hechos bollitos en el bolsillo izquierdo. No es rico. No es famoso. Es simplemente un vendedor de sueños ambulantes. Y eso le basta.
Por dos días le vendió a un matricero la camiseta de Boca. Lo hizo gambetear, ganar la copa. Le compró una villa en Mallorca, y cuatro canes para custodiar su fortaleza, de los millones de fanáticos que lo asediaban. Por dos días el tipo dejo de contar moneditas. Viajó en aviones de lujo. Se instaló en el Penthouse del mejor hotel. Danzó con Liz Taylor. Bebió con Frank Sinatra. Durmió en las sábanas blancas de Marilyn. Pero una madrugada, con demasiado champagne a cuestas, se puso a llorar. Lloró por su barrio, por la vieja, por el petiso, por el calor de la fábrica, por su infancia mendiga. Volvió a la fragua. Por dos días fue Pelé.
Una tarde una nenita se convirtió en muñeca Barbie. En una coqueta casita de plástico articulado. En la vidriera de un Shopping. Paseó su blondo cabello enrulado de mano en mano. Con vestido de fiesta. Con equipo de sky acuático. Hasta que un par de billetes la llevaron al
regazo de la hija de un Secretario de Estado. Se sintió importante, a pesar de ser tan solo un poco de acrílico flexible. Se sintió eterna. Como el mar Egeo. Tres días después lanzaron bombas sobre los cielos de Hiroshima. Ella hubiese querido no saberlo. Oculta en el canasto de juguetes, sin quererlo debió escuchar la llamada. Sudaba el Secretario, sudaba y temblaba a la par con el teléfono en la mano "Sí señor, sí señor". Y ella atrapada en su cuerpo Barbie. No pudo decirle nada. Y quiso volver con su mamá. No volvió a jugar con muñecas.
Una noche de verano un sereno se transformó en asesino a sueldo. Pero no de esos que por un par de centavos matan a su hermano. No. Un profesional. Un experto. Dos sujetos de traje viajaron a Sudamérica, solamente para verlo a él. estipularon un largo contrato. Un breve choque de manos para formalizar, y una cuenta en Suiza como garantía propia de vejez sin apurones. Eligió el rifle con cuidado. Como un cazador de búfalos. Falsificó su pasaporte, se quitó el bigote, se tiñó de rubio, y tomó el avión a Dallas. El estigma del Chacal. Kennedy recibió el impacto mientras sonreía. A veces en la oscuridad de su almohada, el sereno llora.
El viejo Jeremías los complace a todos. También los compadece en silencio. Porque los sueños también son pesadillas.
Una señora le pidió ser un dorado pez de río. Nadar con la corriente sin ataduras. Entre piedras de colores y nácar. Pero cayó en el anzuelo de un militar retirado. La dejó agonizar unos minutos
en la hierba. Sonreía y le hablaba despacito. Después, cuando casi le reventaban las branquias, la devolvió de un golpe al río. No quiso comer pescado durante años.
Un viajante soñaba con ser astronauta. Lo lanzaron al espacio. Las cámaras de tv mostraron su rostro por todos los noticieros, hasta los de habla hispana!. Y mamá se enorgulleció del "nene". Flotar, flotar como un pájaro cerca de las estrellas. Pero la URSS no conservó su perestroika. Y sin misiles ni comida dejó a su héroe flotar durante meses. Ahora siente vértigo al subir la escaleras.
Millones de pobres seres hacen cola diariamente, en la esquina elegida por Jeremías para su comercio singular. Concretar sus sueños más profundos por un peso. ¿Quién podría resistir la tentación de morder la manzana?
Transformarse en estrella de cine, soldado de Vietnam y aplastar al Vietcong, sentarse en el sillón de Rivadavia, ser Cleopatra, convertirse en Mesías, en líder revolucionario, en Ghandi. Jeremías
solo sonríe, y se guarda el sucio billete en el forro del bolsillo izquierdo. No les dice una sola palabra, un leve asentimiento con la cabeza, y como golpe de varita mágica el sapo se hace príncipe. Un ama de casa, líder de Sendero Luminoso. Un bancario se mete en la piel del Papa. Jeremías no les advierte nada. No les confiesa que él no puede controlar los sueños, el curso que toman, los giros bruscos, las precipitadas caídas.
Por eso cuando los retorna al presente, al escritorio, la cocina, la calle, el colegio; algunos, casi todos, lo miran con el iris cargado de reproches. Jeremías sólo se encoge de hombros y
les palmea la espalda con ternura. Como a los chicos enfermos. Entonces los "actores" bajan la vista y se van, cabizbajos. Y no se atrever a contarle a nadie del peligro, tal vez para no parecer demasiado humanos. Los sueños no son siempre bellos. Son solo sueños.
Solamente sueños.
Una plaza. Y yo me hamaco en el picadito que organizaron los monaguillos. Se golpean, se vitorean y escupen con la misma determinación. Sudor. Tenso el maxilar. El corazón galopando alocado. Las sienes latiendo salvajes y jóvenes. Venas rebosando coraje. Y se gana la Batalla de la Vuelta de Obligado. Gritos.
Gol. Gol. Goooool...
Si alguna vez te encontrás al viejo Jeremías, vendiendo sueños por un peso en una esquina, no sigas de largo. Parate frente a él. Miralo fijo. Fijate si dentro de lo oscuro de sus ojos negros hay un dejo de arrepentimiento, un poquito de vergüenza. ¡Algo!. Y decile después que venga a verme. Y decile que por favor no continúe comerciando ilusiones falsas. Que no juegue con los sueños. Que no compre almas por un peso. Hacéle entender que los humanos somos así, y que no aprendemos.
Satanás con galera.
Jeremías, el viejo.

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